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Peligrosas criaturas de Redacción
El viejo periodismo de todos los lares está cruzado por el talento de periodistas valientes capaces de canalladas y de emocionantes hechos heroicos
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Iniciar sesiónUn reportero desciende de un coche y le miente a un policía que es el juez de turno, y que ha venido con el perito: un fotógrafo de redacción con el que ingresan en una casa donde se ha cometido un crimen. Por poco ... ponen preso al director del vespertino a raíz de esa «travesura». Muchos años más tarde, un erudito es invitado a integrar la sección Sucesos, y una noche escribe un comienzo antológico antes de irse de tragos: «Juan Gómez vino a romper ayer el viejo axioma según el cual un hombre no puede estar en dos lugares al mismo tiempo. Su cabeza apareció en una acera y su cuerpo en la acera de enfrente». Un viejo editor de revistas lee una pequeña noticia: una playa patagónica amaneció misteriosamente plagada de peces muertos. Envía a un equipo y en pocas horas recibe el llamado de su cronista: el hecho era verdadero, pero había sucedido hacía tres días, y ya no había peces para fotografiar. «Buscá una pescadería y comprá todo lo que tengan», le ordenó. El cronista sembró de pescados la playa y la foto se publicó a doble página y ganó un premio. Que nunca la verdad te arruine una buena nota.
El viejo periodismo de todos los lares está cruzado por esta clase de anécdotas, y matizado también con las peripecias y el talento de periodistas valientes capaces de canalladas y de emocionantes hechos heroicos, redactores cultísimos que enseñaban a leer y a sobrevivir en las salas de prensa, y gente que se quemaba día a día en el fuego de aquella pasión sublime y ambigua. Para bien y para mal, el oficio cambió, pero es precisamente la pasión periodística y no aquellos vergonzosos pecados lo que añoramos los escribas que experimentamos los últimos destellos de esa era. Pensé en mi propia historia y en las de mis maestros al devorar, con fascinación desternillante y también con espanto, 'Nido de piratas', de Jesús Fernández Úbeda.
Su autor nos acribilla con anécdotas escandalosas, pero en realidad está narrando muy seriamente un mundo que ya no existe. Y que no solo fue privativo del periodismo español o del diario 'Pueblo'. Ese periódico popular tenía de hecho en Buenos Aires a un corresponsal legendario: Bernardo Neustadt, a quien Emilio Romero ayudó para que entrevistara a Juan Perón en Puerta de Hierro.
Tanto Romero como Manuel Fraga Iribarne convencieron también a Francisco Franco de que recibiera a Neustadt, y al llegar a Madrid con las horas contadas, el argentino fue anoticiado de que todo sería bajo protocolo estricto, y que eso incluía algo insólito: acudir a la nota vestido en 'jaquette'. Era feriado y las tiendas estaban cerradas. Romero sacó de la cama a un sastre y en doce horas le hicieron a Bernardo un traje a medida; luego lo llenó de instrucciones para que no metiera la pata: debía llamarlo siempre «su excelencia».
Pero Neustadt, al ver a Franco, tuvo una laguna mental y le soltó: «Qué tal, general. ¿Cómo va todo?» El corresponsal de 'Pueblo' se convertiría con el tiempo en uno de los hombres más poderosos e influyentes de su país, una especie de «ciudadano Kane» de la telepolítica. Condicionó a gobiernos, puso y destituyó ministros, llenó la Plaza de Mayo en respaldo de sus ideas, y fue acusado de camaleónico y canallesco, pero se dio el gusto de morir el día del periodista.
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