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Cita de amigas con té y cianuro
Un documental de Netflix, una película de Disney y una serie de Flow reviven el caso de Yiya Murano, la célebre 'Envenenadora de Montserrat'
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Iniciar sesión«El veneno es una forma de arte, pero ¿a quién le importa un arte efímero?», podría haber dicho al pasar un personaje de Agatha Christie. Sabido es que la reina del misterio aprendió la materia durante las dos guerras mundiales, siempre como enfermera ... voluntaria en dos hospitales ingleses e invariablemente en el sector de la farmacia. Kathryn Harkup, química y autora de un ensayo dedicado por entero al uso específico de las sustancias tóxicas en aquellas novelas, aseveraba que la creadora de Poirot las usaba con «precisión asombrosa».
Otra lectora aficionada a aquellos célebres relatos, que había nacido en Buenos Aires y pertenecía a una familia militar, encontró también inspiración en esos venenos, aunque no para escribir un cuento o un tratado sino para liquidar a dos amigas y a una prima hermana. Se llamaba María de las Mercedes Bolla Aponte de Murano, aunque le decían Yiya.
La gran escritora explicaba que «la esencia de una novela policíaca se basa en la posibilidad de tener un veneno muy raro, quizás proveniente de América del Sur, que nadie conoce». Pero su siniestra discípula se contentó con conseguir de un amante—parece que tuvo muchos— unas pócimas de cianuro, con las que liquidó en 1979 a tres mujeres mayores a quienes previamente les había ofrecido un negocio.
Yiya había convencido a sus inminentes víctimas de que ella podía hacerles multiplicar sus ahorros gracias a sus influyentes contactos en el mundo financiero; luego las inversiones fallaron y, acorralada por las deudas, resolvió cargarse a sus acreedoras por el simple método de acudir a tomar el té a sus casas munida de falsas infusiones medicinales y digestivas, y quizá en algún caso con una bandeja de pastitas dulces: los policías no están seguros porque en principio la también denominada ‘Envenenadora de Monserrat’ —barrio donde operaba y vivía— jamás confesó sus crímenes, y porque logró inicialmente que pasaran por «muertes naturales» merced al concurso de algún inescrupuloso médico de funeraria.
Fue calificada como una persona de alta «peligrosidad social: sabe seducir, necesita de poder, frialdad emocional...»
La investigación comenzó, en verdad, cuando un detective de Homicidios visitó el edificio y un vecino exclamó: «Qué desgracias, ¿vio? Tres amigas muertas en un lapso tan corto». Se iniciaron allí las exhumaciones y las autopsias, y Yiya fue apresada. El escándalo mediático —incluso su propio hijo narraba que su madre intentó envenenarlo con una torta cuando tenía diez años— la convirtió en un mito viviente. En el expediente judicial los peritos la califican como una persona de alta «peligrosidad social: sabe seducir, necesita de poder y dominio; frialdad emocional, fabuladora, conflictiva psicosexual con indicadores de perversión».
Estuvo once años presa, recibió un indulto presidencial y murió en un geriátrico durante 2014. Dos décadas después su caso está a punto de transformarse en un fenómeno de masas: Netflix anunció que ya se encuentra en posproducción un documental sobre sus asesinatos, Disney está desarrollando una película y Flow ha rodado una serie.
Una de las últimas imágenes de Yiya Murano fue cuando visitó, ya como exconvicta, un famoso programa de la televisión y le regaló a su presentadora una bandeja de pastas. La presentadora las comió en directo, como si se tratara de una prueba de vida o muerte, mientras la lectora de Agatha Christie sonreía. Venenosamente.
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