Contacto en buenos aires

Una adicción que no tiene cura

¿Por qué escasas películas contemporáneas e incluso series famosas no invitan también a una continua revisión?

En la animada trastienda de la Feria del Libro de Buenos Aires, mientras esperábamos salir a escena con Vargas Llosa, le conté a Mario que el poeta Luis Alberto de Cuenca no solo era conocido aquí por su poesía, sino también por ... su participación en las tertulias de los distintos ciclos televisivos de Garci, que están colgadas en Youtube y que un puñado de fanáticos porteños del cine clásico seguimos con verdadera devoción. Reconocimos todos que la cinefilia era una adicción incurable y Cuenca le explicó a Vargas que, a la hora de ver películas, conocía a varias personas que no se aventuraban más acá de la década del 60. Muchos escritores españoles ven una y otra vez aquellos maravillosos filmes, y hay algunos que son algo así como talismanes de aprendizaje narrativo e inspiración personal: 'La diligencia' para Javier Cercas, 'El fantasma y la señora Muir' para Javier Marías, 'Río Bravo' para Arturo Pérez-Reverte, 'Breve encuentro' para Antonio Muñoz Molina.

¿Por qué escasas películas contemporáneas e incluso series famosas no invitan también a una continua revisión? Dos productores de Estados Unidos con quienes almorcé la semana pasada me preguntaron qué diferenciaba la vieja escuela de la nueva. «Muchas cosas —respondí—. Para empezar, los efectos especiales casi no existían, y por lo tanto no 'salvaban' un guion. Ese facilismo está destruyendo paradójicamente las películas. Luego un director de series suele rodar a dos personas conversando en un restaurante, y acostumbra poner figurantes en el fondo. Los antiguos maestros podían colocar de fondo actores con vestimenta y gesticulación que 'narraban' calladamente una historia paralela o dotaban a la principal de un nuevo sentido. Como los grandes pintores, las minucias y los personajes más insignificantes tenían una densidad y una importancia vital. Eso hace que descubramos algo diferente cada vez que repasamos aquellas cintas».

Les recordé, a su vez, la frase que el hijo del legendario actor mexicano Pedro Armendáriz —colaborador de John Ford—le deslizó alguna vez a Pérez-Reverte: «El cine sólo fue de verdad cuando era mentira». Se trata de una meditación lúcida pero enigmática. Arriesgo una hipótesis: a pesar de la influencia pictórica y fotográfica que aquellos cineastas tenían, a pesar de que eran lectores y de que aprendieron el oficio en el cine mudo, lo cierto es que todavía se movían bajo una fuerte impronta teatral. En el teatro, una tela es una calle y una silla es un trono. El espectador no es pasivo sino activo: debe entrar en la convención y aportar su propia imaginación para completar la obra.

No le dan todo servido, ni con drones ni con efectos especiales ni con guiones que explican hasta las muecas y los chistes. Una ambigüedad no estaba entonces inmediatamente aclarada en un rincón de Google; permanecía dando vueltas en nuestra cabeza mucho tiempo. Creemos que los platós de cartón piedra de 'El hombre que mató a Liberty Valance' son tan reales como la Quinta Avenida, y que Wayne sufre como cualquiera de nosotros por ese amor malogrado. Pero hay que verla de nuevo este fin de semana, amigos, para descubrir si no se nos perdió algún detalle que puede cambiar nuestra perspectiva. Descubrirlo es un goce sublime.

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