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ABC Cultural

Corazón de poeta

Corcobado nunca tuvo vergüenza. Todo era bueno para un convento en cuya capilla ha oficiado, sobreactuado, pleno de nervio, un aquelarre cuya liturgia no impide ver la ternura y el tacto de quien acaricia rosas

Corcobado: «En la música somos unos aficionados. El profesional es Dios»

Corcobado, en una imagen de 2016 Maya Balanya
Jesús Lillo

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No era raro ver a Cristina Lliso en los conciertos de Corcobado. Era otro siglo. Para su grupo, los Esclarecidos, sobrados de talento lírico, el cabecilla de Demonios Tus Ojos firmó 'La mala rosa', «la de los pétalos rotos/ que el ... revólver de tus besos/ así dejó». La rabia se la guardaba para sí. Tenía para dar y tomar y sobrellevaba el trastorno, escrito con buena letra en sus canciones y ejecutado en directo con un magisterio que lo hacía único, por elevación sobre el resto de intérpretes de su quinta. Solo o en compañía de otros, bajo su marca registrada de Caín o tapado en las sucesivas bandas que hizo y deshizo, Corcobado fue el bicho salvaje, «una mezcla de alacrán y potro», el feminicida borracho de un miércoles cercano al infierno o el transfusor de una sangre de perro que se derramaba «en la niebla de la carretera,/ en las señales y en los cruces». Corcobado lo dejaba todo perdido, de sangre de perro y de mala baba. Bajo su herida, sin embargo, latía un corazón de poeta, como en la canción de Jeanette. Sus labios –cantaba en 1989– estaban repletos de púas; para los Esclarecidos, en 'Noche de hiedra', un labio era «medio beso».

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