Corazón de poeta
Corcobado nunca tuvo vergüenza. Todo era bueno para un convento en cuya capilla ha oficiado, sobreactuado, pleno de nervio, un aquelarre cuya liturgia no impide ver la ternura y el tacto de quien acaricia rosas
Corcobado: «En la música somos unos aficionados. El profesional es Dios»
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Iniciar sesiónNo era raro ver a Cristina Lliso en los conciertos de Corcobado. Era otro siglo. Para su grupo, los Esclarecidos, sobrados de talento lírico, el cabecilla de Demonios Tus Ojos firmó 'La mala rosa', «la de los pétalos rotos/ que el ... revólver de tus besos/ así dejó». La rabia se la guardaba para sí. Tenía para dar y tomar y sobrellevaba el trastorno, escrito con buena letra en sus canciones y ejecutado en directo con un magisterio que lo hacía único, por elevación sobre el resto de intérpretes de su quinta. Solo o en compañía de otros, bajo su marca registrada de Caín o tapado en las sucesivas bandas que hizo y deshizo, Corcobado fue el bicho salvaje, «una mezcla de alacrán y potro», el feminicida borracho de un miércoles cercano al infierno o el transfusor de una sangre de perro que se derramaba «en la niebla de la carretera,/ en las señales y en los cruces». Corcobado lo dejaba todo perdido, de sangre de perro y de mala baba. Bajo su herida, sin embargo, latía un corazón de poeta, como en la canción de Jeanette. Sus labios –cantaba en 1989– estaban repletos de púas; para los Esclarecidos, en 'Noche de hiedra', un labio era «medio beso».
Su apego a la música ligera y a los grandes baladistas, al bolero o la 'chanson', al 'samba' de cámara o a los cantos de Roberto Carlos, a San Remo o la ranchera, se aprecia desde casi primera hora en una obra que abarca cuatro décadas y cuyo aparente tremendismo esconde una sensibilidad y una herencia clásica incompatibles con los complejos y el elitismo que lastraron la obra de sus contemporáneos.
Javier Corcobado nunca tuvo vergüenza. ¿Nino Bravo? También. Todo era bueno para un convento en cuya capilla ha oficiado, sobreactuado, pleno de nervio, un aquelarre cuya liturgia no impide ver la ternura y el tacto de quien acaricia rosas, aunque sean malas, «las que incendian con fuego/ el sabor de los besos».
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