Caminamos
La compañía Mal Pelo ha traído al Centro de Danza Matadero su emocionante espectáculo 'We'

Caminamos, es un hecho. Erguidos, desde la noche de los tiempos, y bailamos desde entonces, para invocar, para espantar el miedo, para abrazarnos. Y caminamos todavía para encontrar un sentido, un lugar; para escapar, para perdernos o para no rendir la esperanza. ¿Podemos compartir nuestro ... camino sin pérdida, sin culpa? ¿Podemos transmitirlo de una forma fidedigna a los que vendrán después de nosotros? ¿Hicimos lo que debíamos? Un atisbo profundo a esta realidad ha pasado por la escena madrileña del Centro de Danza Matadero. La compañía Mal Pelo puso en escena su producción 'We'. ¿Cómo explicar este camino de poemas y de pasos y de siglos sin fin, de zancadas y cantos de puntillas, de lágrimas, de saltos, de cuerpos tan bellos como efímeros?
En el principio aún está el verbo. Mientras el público se acomoda para este viaje en sus butacas, hay versos proyectados sobre una pared, fragmentos traídos de aquí y de allá, que afinan nuestra mirada como una viola que debiese encontrar la nota exacta, ni demasiada melancolía ni alegría inconsciente, sólo conciencia. ¿De dónde venimos? Lo primero que veremos en escena será un cuerpo desnudo, un animal desvalido, hambriento, con la presa aún en la boca y pequeños movimientos raudos, de pájaro, ¡qué poco somos sin palabras!

Y las palabras vienen desde mil lugares, explícitamente del poema 'Separation' de John Berger, en el que habla del lugar escurridizo al que queremos llegar cuando viajamos, tan próximo e inalcanzable, porque no es un espacio, lo construimos con olvidos y recuerdos, herencias y hallazgos, azar y caos y empeño de llegar a un término. Pero resuenan también Nick Cave y Jane Hirschfeld, en esa mirada que nos convierte en testigos, si damos, cómo no, un paso a un lado para contemplar nuestra propia vida, para que no digan que no lo vimos, no lo probamos, no hicimos nada.
Ahí está la invitación de Mal Pelo: dad un paso con nosotros y miremos. Y viene en su socorro el célebre texto de Michael Ondaatje, ese pensamiento de que el tiempo nos convierte en ciudades o países míticos, a punto de ser cubiertos por las dunas, y «morimos, morimos, morimos ricos en amantes y tribus y sabores que degustamos, en cuerpos en que nos sumergimos como si nadáramos en un río. Miedos en los que nos escondimos. Quiero todas esas marcas en mi cuerpo». No es la erosión es la memoria de un caminar sin fin que deja en la piel una cartografía. Sobre ella pondremos la brújula.

Y llega después la danza, y se impone la música. Doce bailarines que caminan, a veces sin orden aparente, en carreras breves y caídas, en ayuda o compañía; pero luego también juntos, como una piña, paso a paso, de un lado al otro de la escena, mientras la música electrónica trae paisajes infinitos, de bosques de horajasca y de crin y de nieve cuajada. El caos se dibuja como un laberinto cuyo sentido se nos escapa, y el orden se configura también como un dédalo que creemos conocer pero ignoramos como la palma de nuestras propias manos. Y caminamos, caminamos, caminamos, hacia un destino que no vemos, como los hoplitas de '300' o como el protagonista condenado de 'Cartas de un hombre muerto', aquella vieja película de Konstantín Lopushanski.
Y con Machado, por supuesto, haciendo camino, borrando estelas, hollando el mundo con nuestros pies por el peso de esa mochila donde portamos todo lo vivido. En ella está todo lo que hemos arrancado al azar, como palabras, como los versos que siguen acompañando al espectáculo, también recitados entre la música y el movimiento inextinguible de los cuerpos: «no poem has longer lines than those we have taken», «No existe poema con versos más largos que las líneas que nos hemos llevado». Esa cartografía nuestra.
El despliegue sobre la escena es infinito, los doce danzantes tienen origen diverso, cuerpos distintos y distantes se reúnen en una escenografía sobria para desplegar la maestría de los movimientos contenidos, y aún así a veces salvajes, que desafían al espectador. Pensar con el cuerpo, dejar que la danza pueda reflejar el mundo, que dibujen los gestos la inmensidad del universo, como haría un arquero antes del disparo -apuntando hacia ese lugar inalcanzable, que en realidad está dentro de sí-; y hablar del otro y de lo otro, romper las reglas, obligar a un cabello largo a volar detrás de los recuerdos, de manera hipnótica, contra las leyes de la gravedad, y bailar solos, a dos, a tres, para transmitir esa experiencia casi egoísta: estamos vivos, pero caminamos juntos, y somos todos de crin, de hojarasca y de nieve cuajada, todos desaparecemos caminando, como notas perdidas en el viento, y nos iremos ricos en amantes, en tribus y en sabores que probamos, en voces que escuchamos, en familia, en soledad.
La música y la palabra se cuelan en el bosque de los cuerpos que presenta este 'We' de Mal Pelo, en el que los coreógrafos María Muñoz y Pep Ramis han sabido codificar la experiencia de tantos años en un espectáculo maravilloso, que deja huella y se convierte de inmediato en uno de esos versos arrancados a la improbabilidad, algo que nos llevaremos como un tesoro. Ojalá vuelvan pronto para llenar el eco que han dejado, con su invocación delicada -y a la vez atávica- de una espiritualidad abierta y sensible al ruido de nuestro mundo, al pulso de la calle: una llamada de atención tan profunda y serena que no se parece a una bofetada, sólo es la mano amiga en la mejilla que te invita a contemplar tus propias huellas, borrándose bajo la luz del día, y a compartir algunos pasos en este laberinto que ignoramos y que los místicos conocían: para venir a lo que no sabes has de ir por donde no sabes. Caminaremos, desde siempre y hasta siempre, y más vale cojear que perderse del todo.
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