Yung Beef: cantares a un héroe de manga hispano
Manuela Buriel ilumina desde un tiempo infinito a una figura «que encierra todas las angustias y esperanzas» de nuestra época

En un indeterminado 5000 después de Cristo, o no, un remembrante pare, restaura o recopila nueve cantares en torno al rey del trap, Yung Beef, una figura «que encierra todas las angustias y esperanzas de un momento clave en nuestro planeta». El remembrante ... es Manuela Buriel, confundador del colectivo juan de madre, que hace arte a partir del arte, una obrita en H&O Editores que sin quererlo desnuda los abismos de 'Segundo premio', la película de Isaki Lacuesta sobre Los Planetas, y que, al contrario que Manuela, recrea sin el crea, y entonces pa'qué. Erudito de cada gran hito de El Seko, hay observaciones de tino como que Beef pudiera venir de un manga hispano, por «sus largas piernas siempre enfundadas en estrechos pantalones, desembocando en sendos imponentes pies calzados con coloridas deportivas; su fino torso, muchas veces desnudo y sin rastro de vello corporal (...). Aquel estrafalario aspecto provocaba que en el recuerdo su paso fuera el de un dibujo y no tanto del de un cuerpo de carne». Los cantares versan sobre los grandes temas beefianos: la calle, la Vendición Records, sus dientes (¡se dice de una pirámide dental por social!), el autotune, 'tatoos' faciales… y se pespuntea todo con una gelidez ardorosa, como un historiador de la fe en algo auténtico en un tiempo infinito quizá anhelante de algún estímulo para la uber IA. Cuando Beef, Kaydy Cain y Khaled se mudaron a Barcelona a trocar la música en España, iban al 'skatepark' del Macba afrentando entre porros a un museo que, sin verlos, tenía delante de sus ojos algo trascendente en el arte. Beef habla a los desmayaícos, a los seres inertes sin olvidar lo que le dijo su madre: «Pero el alma no la vendas». En los años de Tuenti, de Facebook y el no etiquetado en fotos en las que no salgas de 10, el Joven Filete ponía muecas feístas y con una dentadura retorcida decidió no sellar sus labios y «disimular la sonrisa o el odio a lo largo de su vida». No. Sucedió lo contrario, «el joven mostraba los dientes en toda su esplendorosa inmundicia» en aquellos años de canon para gustar. Y, sin embargo, el que gustó y marcó fue él, al rajar el plástico de su época.
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