FILOSOFÍA
Javier Gomá: «Estamos condenados a filosofar»
LIBROS
El autor de la 'Tetralogía de la ejemplaridad' condensa sus ideas en 'Universal concreto', el libro que siempre quiso escribir, pero que no pudo... Hasta ahora
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Javier Gomá, retratado en su despacho
Javier Gomá (Bilbao, 1965) gasta modales refinados y aspecto impecable porque aún cree que la forma importa. También la filosofía es una cuestión de estilo, dirá luego, tras posar para las fotos de esta entrevista en su despacho de la Fundación Juan March, que dirige ... desde 2003. El despacho es una sala amplia iluminada por unos ventanales en los que parece que ya es primavera. O todavía. Tres Chillida custodian la estancia. También un Luis Feito rojo como el sueño. Al fondo, sobre un sofá, hay una obra de Juan de Sande en la que vemos un auditorio vacío desde la perspectiva del escenario, y es cierto que Gomá es un hombre que escoge sus palabras como si siempre fuera a dar una conferencia. Hace veinte años que publicó 'Imitación y experiencia', el primer tomo de su célebre y celebrada 'Tetralogía de la ejemplaridad'. Ahora vuelve con 'Universal concreto' (Taurus), que condensa el pensar de una vida entregada a una idea.
—Así que la filosofía es una vocación.
—Sí. De hecho dediqué el último capítulo del último tomo de la tetralogía a contestar una pregunta muy desconcertante: ¿por qué dedicas los mejores días, horas y años de tu vida a algo que nadie te pide? Y la única contestación que encuentro es la vocación literaria. Porque la filosofía es literatura. Y la literatura nace siempre de la vocación. La mía comenzó a los quince años.
—En el libro sostiene que su método filosófico es el de la ingenuidad. ¿Cómo se conserva la ingenuidad a los cincuenta y ocho?
—Pues cuidándola mucho. He hecho de la ingenuidad mi propio método porque la ingenuidad es atreverse, pese a todo, a lo mejor. Conservar, a despecho de tantas experiencias frustrantes, deprimentes, negativas, una cierta esperanza en el idealismo. Yo creo que el ideal es lo que transforma la realidad y lo que transforma a uno mismo. Solamente porque existe la idealidad los pueblos siguen progresando y los hombres y las mujeres aspiran a la mejor versión de ellos mismos. Solo por el ideal la civilización se opone a la barbarie. Ya desde el principio entendí que una cosa es ser inteligente y otra cosa es ser sabio. Ser inteligente es encontrar los medios para llegar a un fin. Ser sabio es elegir bien los fines. La inteligencia es selectiva, genética, pero la sabiduría no, la sabiduría la puede tener un pastor que adivina lo que es bueno en la vida y cuáles son los fines que merecen ser perseguidos. Yo he organizado mi vida para no permitir que ninguna idea, ningún sentimiento ni ninguna experiencia me contaminen hasta apagar por completo el fuego de la ingenuidad. De la ingenuidad aprendida.
—Es la ingenuidad contra el cinismo, ¿no?
—Hay un diálogo muy famoso de Petrarca entre la razón y la dignidad en el que la razón trata de convencer al argumentador de que el mundo es triste y miserable. Desde un punto de vista particular, es cierto que el destino del individuo a largo plazo es funerario. Por tanto, te puedes dejar llevar por la idea de la miseria. Y es fácil encontrar a hombres y mujeres que hacen prevalecer la miseria sobre la dignidad en el mundo. Se revisten de un cinismo que les da una pequeña fama de inteligentes, pero que yo creo que son inteligentes sin sabiduría.
—Le cito: «Lo literario es siempre joven, lo científico envejece».
—La filosofía es literatura porque la ciencia se define como aquel conocimiento que de alguna manera es verificable. ¿Pero quién ha demostrado alguna vez a Platón? O a Aristóteles o a Santo Tomás o a Descartes o a Hegel o a Kant o a Nietzsche. ¿Quién lo ha sometido a algún tipo de verificación? Nadie. Entonces, ¿por qué lo seguimos leyendo? Porque Platón no es diferente de Sófocles. Y porque Descartes no es diferente de Montaigne. Y Kant, a lo mejor, no es diferente de Goethe. ¿A quién le interesa la biología molecular de 1957? A nadie. Pero en cambio un texto filosófico o literario bueno de 1957 puede ser perfectamente nuestro contemporáneo. En ese sentido yo pienso que debemos decir que lo más importante de la filosofía es que sea veraz más que que sea verdadera.
—Asegura que hay mucha poesía en Kant.
—Así es. Aunque Kant tiene un problema. Y es que él nace en una época en que la expresión suprema del conocimiento es la ciencia. Quería ser el Newton de la filosofía. Y entonces escribió como él creía que un Newton escribiría filosofía, con un aparataje científico y una jerga que hoy es muy tediosa. Pero detrás de eso hay una vocación literaria y poética de extraordinarias dimensiones.
—¿La filosofía es inevitable?
—Yo veo este vaso y no veo un vaso. Este mismo vaso, hace dos mil años, sería visto de otra manera, igual que el cielo estrellado era visto de otra manera. Pero es que en Japón también se vería de otra manera. Y esas variaciones no son de la realidad, que es la misma, sino de la interpretación. Los seres humanos no podemos ver sin interpretar. Y la interpretación es, por su propia naturaleza, filosófica. Por eso estamos condenados a filosofar.
—¿Todos los cambios sociales empiezan en la filosofía?
—En la inmensa mayoría de los casos la revolución intelectual precede a la revolución material o social. Solo hay que pensar en cuántos ilustrados hicieron circular durante el siglo XVIII ideas sobre la libertad, la igualdad y la fraternidad que luego se realizaron a través de los revolucionarios. Y lo mismo pasó con la Revolución Rusa, que estuvo precedida de cientos de escritos. Incluso en el marxismo es especialmente potente eso. La inmensa mayoría de los conceptos que han transformado el mundo han sido preparados por los filósofos. Pero hay una excepción: la dignidad. La dignidad fue una revolución de espaldas al pensamiento.
—Entonces, ¿escribe con la esperanza de transformar el mundo a mejor?
—Absolutamente sí. Me gustaría que mis libros contribuyeran a transformar la realidad. Mi objetivo es poder suministrar conceptos, metáforas, ideas y palabras para que las generaciones futuras las tomen en préstamo y les ayuden a comprenderse a sí mismos y a comprender el mundo. Y que mi contribución sea una contribución a favor de la civilización y en contra de la barbarie.
—Publicó 'Ejemplaridad Pública' en 2009, y el concepto de ejemplaridad se convirtió en un término común en la conversación política y mediática. ¿Es hoy más necesaria que en 2009 la ejemplaridad?
—Recuerdo que en 2009 la editorial me pidió que cambiara el título porque el concepto de ejemplaridad no funcionaba [sonríe]. No creo que sea más necesaria que antes. La gente sigue utilizando el concepto porque es muy difícil designar comportamientos que siendo legales merecen reproche público. Y entonces con frecuencia se recurre al concepto de ejemplaridad. Pero básicamente la ejemplaridad no existe, como no existe nada que tenga que ver con el deber ser. A veces me reprochan que en la sociedad española le falta mucha ejemplaridad. Que ahora tiene menos ejemplaridad que antes. Pero es que es un ideal de perfección y el mundo es imperfecto. La ejemplaridad lo que hace es señalar una dirección y prescribir un comportamiento. Y en la medida en que todavía hoy determinados comportamientos nos escandalizan, en esa medida es en la que yo digo que el ideal de la ejemplaridad sigue vigente en nuestras conciencias. Somos una sociedad muy escandalizada. Por tanto, el concepto de ejemplaridad está muy vivo en la conciencia. Lo malo es cuando, como ocurre en determinados Estados fallidos, el comportamiento masivamente corrupto ya no suscita escándalo.
—¿Es nuestro caso?
—No es nuestro caso.
—¿En los placeres también se puede ser ejemplar?
—Una de las claves para comprender rectamente el concepto de la ejemplaridad es no tender tanto al acto concreto sino a la totalidad de la vida. Si tú estás con una especie de actitud inquisitorial, de si el comportamiento de alguien en determinado momento es ejemplar o antiejemplar, estás convirtiendo un ideal de belleza y de dignidad, en algo antipático. Me acuerdo un chiste que me hizo mucha gracia de 'El Mundo Today' que decía: «Un niño dice su primera palabra y ofende a varios colectivos» [ríe]. Lo importante es la ejemplaridad póstuma, la trayectoria general. Y el arte de vivir, en general, incluye errores, equivocaciones, enmiendas, mejoras.. La imperfección de nuestra propia condición. Y ahí es muy importante el saber gozar. Creo que administrar bien los placeres es uno de los secretos de la sabiduría. Y el cinismo, por cierto, agua mucho de los placeres. Hay que ser ingenuo para disfrutar.
—Vivimos en una sociedad muy escandalizada, pero esto no genera una conversación pública sana, sino solo ruido.
—Es que la política es la ley del amigo-enemigo. Frente a la política de ángeles que aparece muchas veces en los tratados políticos, la realidad de la política es la obtención del poder. Y una vez obtenido, la permanencia en las instituciones. Y en esa lucha no cuenta nada que no sea aquello que me beneficia para obtener el poder y aquello que me perjudica o beneficia a mi adversario. Es así desde Pericles hasta Obama. El problema es cuando esa lógica salta de la esfera política a otros ámbitos. Y ya no te llaman para saber tu opinión sobre algo, sino tu posición. Eso no me gusta. Si yo soy político aceptaré las reglas de la política, pero fuera de la política yo no quiero la ley de la política, sino la ley de la cultura, que es una ley de la dignidad.
—Le cito: «Nunca antes en la Historia se habían unido la Libertad y la Igualdad». ¿Vivimos en la mejor época de la humanidad?
—Sí, sí. Vivimos en el mejor tiempo no de los posibles sino de los existentes a lo largo de la historia. Este es un mundo imperfecto, pero es el menos imperfecto de toda la historia, tanto en lo material como en lo moral. ¿Significa esto algo así como una glorificación del presente? En absoluto.
—De hecho, escribe que el presente es el reino de la vulgaridad.
—El estado actual de la cultura es la vulgaridad, pero yo estoy a favor de la vulgaridad. Respeto a la vulgaridad porque la hija fea de dos padres hermosos que nunca antes en toda la historia se habían juntado, que son la igualdad y la libertad. Antes habían existido, por supuesto, actos y personas vulgares, pero no la vulgaridad como categoría cultural dominante, incluso hegemónica, que es lo que está ocurriendo en nuestro tiempo. La vulgaridad forma parte de uno de los grandes logros del presente: frente al aristocratismo de la mayoría selecta del pasado, la mayoría no selecta del presente. Pero la vulgaridad no es el puerto de llegada sino el puerto de salida. Y todo mi programa filosófico pragmático consiste en la reforma de la vulgaridad en la dirección de la ejemplaridad. Por tanto, habría tres periodos. Uno de minoría selecta, que es el periodo anterior. Otro de mayoría no selecta, que es la vulgaridad presente. Y el futuro, que es el de mi ideal, que es de mayoría selecta.
—¿Y lo ve posible?
—Sí.
—Qué raro tanto optimismo. Con lo de moda que está el apocalipsis.
—El discurso oficial filosófico dominante es falso, pero se repite mil veces: la decadencia de Occidente, la decadencia del capitalismo, la decadencia de las democracias. Hay una cierta tendencia del intelectual al pesimismo. Yo llegué a plantearme en serio el encargar un informe sobre la opinión pública de los intelectuales durante la crisis económica: aumentaban la desesperanza de una gente desesperada. Yo creo que nuestro deber es el contrario. Un intelectual en época próspera tiene que advertir de los peligros. Y en las épocas de crisis tiene que dar razones para la esperanza. Pero es que hay quien se siente decepcionado por descubrir que vivimos en el mundo menos imperfecto de la historia. Probablemente tenga que ver con el victimismo. Porque la víctima tiene, entre otras ventajas, el desplazamiento de la culpabilidad. Yo me siento mal, eso tiene que ser culpa de alguien. Y yo no soy… Es curioso. Vivimos el mejor momento y el mayor descontento. Y eso nos impide comprender que vivimos el mejor momento de la historia.