El club de la comedia electoral
A todas horas: la política como 'reality show'
Donald Trump ha transformado la política de Estados Unidos en un 'reality show'. Su nueva 'reality politics' se basa en formatos y contenidos, entre lo banal y lo soez, increíblemente populares
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Iniciar sesiónLo que ocurre en Hollywood no se queda en Hollywood. La huelga de guionistas del 2007 precipitó el fracaso de programas prometedores y forzó otras producciones menos exigentes. Con diferencia, aquel conflicto laboral provocó la multiplicación exponencial de los 'reality shows'. Es un formato ... televisivo de relativo bajo coste y rápida producción —que no requiere de guión formal— protagonizado por personas, ya sea del público o celebridades, actuando tanto en su vida cotidiana como asumiendo retos específicos.
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Gracias precisamente a aquella huelga de guionistas, Donald Trump consiguió que su programa de telerrealidad titulado 'The Apprentice' no fuera cancelado por falta de audiencia. El espacio, relanzado con ayuda de un elenco de celebridades de medio pelo, fue mucho más allá de un concurso supuestamente basado en la búsqueda de talento empresarial para convertirse en una formidable plataforma política, sirviendo de precampaña a favor del nacional-populismo de Trump. Durante catorce temporadas, el magnate inmobiliario pudo promocionar la imagen de líder providencial y popularizar su imperativa consigna: 'You are fired!' (¡Despedido!).
La clave en una democracia televisada como EE.UU. son los índices de audiencia
La gran pregunta es por qué estos espacios de telerrealidad pueden llegar a ser tan populares e impactantes. Y en el caso de Estados Unidos, tan efectivos en la vertebración del trumpismo. Como explica la profesora Danielle Lindemann, en el caso de los 'reality shows', la audiencia obtiene múltiples gratificaciones: placer voyeurístico al observar a personas sometidas a «estímulos reales»; conexiones sociales entre la comunidad de televidentes; participación de los espectadores a través de la estrategia multiplataforma que caracteriza a estos espacios; vínculos emocionales con los arquetipos representados en las tramas; desarrollo de conexiones «parasociales» con los protagonistas (Belén Esteban como una más de la familia); e identificación personal con estas historias hasta el extremo de generar lo que se denomina como una forma de 'hiper-autenticidad autorreferencial'. Factores todos que de una forma u otra Donald Trump ha sabido capitalizar a su favor.
Si se dice que toda campaña electoral es un esfuerzo por visualizar al correspondiente candidato ocupando el puesto de responsabilidad deseado, Trump tuvo la privilegiada oportunidad con su 'reality' de ser visualizado cuando menos como un gerifalte. Como explica James Poniewozik, crítico del 'New York Times', la clave de la proyección televisiva de Trump fue precisamente utilizar un género que le permitió presentarse como un antihéroe. Un desagradable Tony Soprano al que resulta imposible dejar de ver.
Dentro de su relato populista construido gracias a su 'reality show', además de la imagen de multimillonario sin ataduras que hace las cosas 'a su manera', Trump ha sabido presentarse como un líder diferente pero vinculado a la tradición americana de ingenio, meritocracia y éxito individual. Un nuevo tipo de líder que, apalancado en su comportamiento esperpéntico y palabras deleznables, se hacía perdonar su privilegio en términos de patrimonio y se situaba en una categoría política propia. El rico que, por muy 'fake' que sea, es capaz de mantenerse auténtico.
Trump ha sabido presentarse como un líder diferente pero vinculado a la tradición americana de ingenio, meritocracia y éxito individual
Ya durante el ciclo electoral del 2016, Trump empezó por transformar todo ese ordenado, ejemplar y democrático proceso en lo más parecido a un 'reality show'. El calendario gradual de primarias supone una necesaria criba respaldada por los sondeos de intención de voto. Lo que en la práctica supone que, para ser invitado a sucesivos debates, hace falta contar con cierto beneplácito popular. Una dinámica que Trump consiguió equiparar al proceso de eliminación de concursantes televisivos a través del veredicto de la audiencia.
La retórica y las formas desplegadas por Donald Trump desde entonces también encaja perfectamente con el tono entre anodino y soez que caracteriza a los 'reality'. En este sentido, Trump no habría hecho más que amplificar una preocupante tendencia de degradación en la retórica política de la Casa Blanca. Según el politólogo Elvin Lim, se puede demostrar empíricamente un declive continuado durante el siglo XIX y XX con respecto a los niveles de complejidad intelectual de los mensajes y comunicaciones presidenciales. Aunque irónicamente los presidentes de Estados Unidos hablan y comunican más que nunca, sus discursos son formalmente más pobres que nunca en argumentos, razonamiento y ejecución.
Trump también ha jugado con otro elemento emocional explotado ampliamente en la comunicación de masas: la nostalgia. En el ciclo electoral de 2016, los niveles de desafección con el 'status quo' político en Estados Unidos eran tan profundos que el entonces candidato republicano acertó de pleno al ofrecer una vuelta a tiempos pasados, pero supuestamente mejores, tanto en el terreno económico como en el social y cultural.
El eslogan 'Make America Great Again' (MAGA), además de una cuestionable interpretación de la historia de Estados Unidos, era una oferta para unirse a una travesía hacia un añorado, cómodo y superior destino, mucho más familiar que el mundo actual.
Peores instintos
Trump también ha aprovechado la peculiar dinámica competitiva de los 'realities', según la cual tiende a ganar el concursante que mejor conecta con la audiencia a través de la pose más 'freaky'. Esa sería la razón de ser de su confrontación permanente, la bronca tan denigrante como irrelevante, los insultos, los contenidos morbosos y la exaltación de lo soez. Toda una exhibición de la falta de respeto y civismo, apelando de forma permanente a los peores y más emocionales instintos de la audiencia. Estilo copiado por humoristas como Tony Hinchcliffe, hablando de Puerto Rico como una isla de basura en el aquelarre racista celebrado el pasado domingo en el Madison Square Garden de Nueva York.
Con esta transformación de la política en un 'reality show', Trump también habría logrado construir una realidad paralela, al igual que los populares formatos de telerrealidad. Dentro de esa realidad paralela, él actúa como único protagonista, heroico y ganador. En su primer mandato, 'The New York Times' publicó que el presidente Trump había insistido a sus ayudantes en plantear cada jornada en la Casa Blanca como un episodio de un programa de televisión con su correspondiente conflicto y final feliz (es decir, la constante victoria de Trump sobre sus rivales y críticos).
El mismísimo Trump confirmó su estrategia en una famosa crónica publicada por la revista 'Time' durante la primera semana de marzo de 2016. De acuerdo con el entonces aspirante presidencial, la clave del poder en una democracia televisada como Estados Unidos «no son las encuestas, son los índices de audiencia».
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