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Tenemos que hablar de Botto
arte
El artista autónomo descentralizado de nombre italoargentino va a cumplir ya cuatro años en un mundo en que la euforia generativa se ha racionalizado. ¿Qué será en adelante de él?
El hipermuseo futuro de arte digital
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Iniciar sesiónA la pregunta acerca de qué es el arte se puede responder de muchas maneras, inclusive tirando de un chiste malo, lo que habla precisamente de lo difícil que es dar con una idea que nos convenza y resulte asequible a la mayoría.
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Al fin y al cabo, el arte es tan humano y tan antiguo —al menos— como Altamira, Ardales o Leang Tedongnge en Sulawesi. Siendo así, ¿por qué cuesta tanto ponerse de acuerdo en torno a una definición precisa? La cosa se complica cuando salimos del plano teórico y ponemos un pie en la brea de la percepción, de lo que consideramos artístico y lo que no.
Ahí es donde tiene lugar una batalla tan eterna como la que enfrenta a Ra y a Apofis en el ciclo día-noche en un plano de tiempo más elástico; en este caso la guerra es —supuestamente— entre la erudición y la sensibilidad común. Con todo y con eso, ni la fuente duchampiana generó preguntas tan trascendentales al respecto como las primeras imágenes extraídas del 'deep dream' de la máquina, o como todas las que han venido después.
¿Pueden crear arte las máquinas? Es innegable que llamarles 'máquina' añade siempre un plus de dramatismo. Aunque tampoco sea demasiado preciso, mejor emplear la fórmula del momento, inteligencia artificial. La cuestión en su planteamiento es sencilla, pero de pronto nos encontramos en otra dimensión. Supongamos que podemos considerar artística la creación de una IA. ¿Implica eso que la IA que la ha generado es artista?
Hace cuatro años fue presentada en sociedad el infante algorítmico de nombre Botto, según sus creadores, una IA artista (¿IArtista?) descentralizada pionera, gobernada, o en caso, educada, por su DAO, Decentralized Autonomous Organization (Organización Autónoma Descentralizada), una comunidad con más de 5.000 participantes. Botto crea fragmentos: imágenes producidas de manera autónoma a partir de su análisis de millones de obras de arte y movimientos artísticos, sobre las cuales la DAO vota cada semana.
La pieza ganadora se acuña y después se subasta en SuperRare, el mercado de arte NFT. La idea es que el aprendizaje continuo y la retroalimentación colectiva de la comunidad logren que Botto evolucione su estética y alcance algo a lo que sea razonable llamar originalidad, y en última instancia, arte.
Botto fue creado por un grupo internacional de ingenieros y está basado en una idea del artista alemán Mario Klingemann. Tiene acceso, se argumenta, a más datos artísticos de los que un humano podría analizar en toda una vida, no obstante, al menos por el momento, es esclavo de la percepción de otros. Afirman además los especialistas que la inteligencia tal y como a diario la entendemos probablemente no pueda darse desde el interior de una prisión de datos que no conecte con la realidad, de tal manera que una IA ofrecerá respuestas alucinatorias con cara de cibernética satisfacción porque a la postre su cálculo estadístico no entiende lo que hay al otro lado de la pantalla, pero aquí pisamos de nuevo las arenas movedizas de nuestra propia existencia.
¿No vivimos los seres humanos en una prisión de estímulos, de percepciones? ¿Entendemos nosotros la realidad? Algunos más que otros, y solo un poco. ¿Hay en exclusiva una única manera de entender? El objetivo de los creadores de Botto, cabe suponer, no es tratar de activar —de algún modo literario— la consciencia de la joven IA, sino entrenarla para que un día para la historia en un futuro próximo, esta pueda presentar una colección auténticamente original.
Una serie de imágenes en las que podamos intuir primero decisiones artísticas demasiado separadas de su formación humana como para seguir encajándolas en nuestras categorías, y más tarde admirar un nuevo y vasto territorio artístico que se irá iluminando para nosotros como los mapas en los videojuegos a medida que los recorremos, pero que por su propia velocidad siempre será, sobre todo, un continente en la sombra que no para de crecer.
Botto cumple cuatro años y esta meta parece todavía lejana, es cierto, como también lo es que nuestro ritmo de asimilación de tecnologías que de verdad parecían ciencia ficción la semana anterior se ha disparado. Copiar voces en base a una grabación de un minuto es una realidad al alcance de cualquier smartphone. Generar canciones cada día más sorprendentes y logradas con Suno lleva segundos. Tras el shock que conllevó la presentación de la IA generativa de vídeo Sora, varios proyectos chinos han hecho lo propio instaurando un nuevo nivel en el juego. Y los que vendrán.
Robot es una palabra de origen checo procedente de la raíz eslava que nombra el trabajar. Ahora mismo Botto, como el resto de IA, son entrenadas para trabajar en diferentes campos, principalmente en el de generar beneficios a sus creadores, porque criar, educar y mantener una IA, barato no es. De la crianza de Botto, como sucedía —y aun sucede— en versiones del mundo menos fragmentadas, se encarga la comunidad.
Sin embargo, si Botto logra su meta, si su tecnología avanza, sus límites se expanden, si por algún resquicio de su programación se filtra una posibilidad no contemplada, se ilumina una marginal que conduce a una creación —¿por qué no llamarla obra?— que no comprendemos pero admiramos, como las jugadas maestras de un campeón algorítmico de go, Botto ya no trabajará para, sino por. Y ahí es precisamente donde queremos llegar.
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