CRítica de:

'El guitarrista de Montreal', de Miguel Barrero: acordes para un gitano sin nombre

Narrativa

Este libro, con Leonard Cohen en su trasfondo, traza la historia de una búsqueda que se sabe condenada al fracaso: rastrear la vida de alguien a quien no se conoce

Otras críticas de la autora

Miguel Barrero (Oviedo, 1980)

Eva Cosculluela

Un viaje de trabajo. Un cambio de restaurante a última hora. Una canción del hilo musical. Y un fogonazo: el poder evocador de la música alcanzando lo más profundo del cerebro, y del corazón, para disparar esta historia. Su autor, Miguel Barrero (Oviedo, 1980), ... recuperó en aquel instante algo agazapado que esperaba para ser contado: en el discurso que ofreció Leonard Cohen al recoger su premio Príncipe de Asturias en 2012, mencionó a un joven guitarrista gitano que le enseñó a tocar la guitarra.

NOVELA

'El guitarrista de Montreal'

  • Autor Miguel Barrero
  • Editorial Galaxia Gutenberg
  • Año 2025
  • Páginas 195
  • Precio 18 euros

El encuentro entre los dos fue tan fortuito como el origen de esta novela: un jovencísimo Cohen lo escuchó tocando flamenco en un parque y le pidió que le enseñara; lo hizo durante dos tardes, pero la tercera no apareció. Cuando Cohen llamó a la pensión donde se hospedaba, le dieron la noticia: se había quitado la vida la noche anterior. Al escuchar aquella canción en el restaurante, todo encajó para Barrero: Cohen, Montreal y un gitano sin nombre que cambió la historia de la música.

Este libro, híbrido y fronterizo entre géneros, traza la historia de una búsqueda que se sabe condenada al fracaso desde su inicio: rastrear la vida de alguien de quien no se conoce el nombre, la dirección, la procedencia o lo que hacía en Montreal se antoja imposible. Pero es la propia búsqueda la que se impone pronto como verdadero corazón de la novela.

Entrar en este libro es trasladarnos a un Montreal ecléctico, descrito por el autor con una viveza especial. La Rue Sherbrooke es mucho más que una arteria urbana: es el eje simbólico de la memoria. La búsqueda se modela en relación con los espacios: parques solitarios, edificios cargados de historia y calles que hablan tanto del pasado como del presente, llenas de resonancias emocionales.

Un jovencísimo Leonard Cohen lo escuchó tocando flamenco en un parque y le pidió que le enseñara

La prosa de Miguel Barrero es elegantísima, cadenciosa, abundante en subordinadas que se expanden sinuosas, pero nunca se pierden. Con un estilo rico y envolvente, Barrero habla de Cohen y de ese misterioso gitano, pero también habla de Lorca, de Montreal, del azar, de la emigración europea y judía a finales del siglo XIX y principios del XX; y habla también de su propia conexión con la música, en un tono alejado de lo confesional, pero cargado de introspección.

La narración invita al lector a perderse en digresiones que amplían la dimensión del texto, que no interrumpen la lectura, sino que la ensanchan. Es ahí, en esos desvíos luminosos, donde el lector redescubre el valor de la literatura en sí misma, que aquí recupera su naturaleza más pura: ser un modo de mirar, donde lo esencial es el cuidado en la elección de las palabras, el ritmo, la respiración del texto, esa arquitectura invisible que sostiene el sentido más allá de lo narrado.

En el modo de contar de Miguel Barrero hay un respeto radical por el lenguaje, por su capacidad de sugerencia, por su carga simbólica, y una profunda reflexión llena de destellos sobre el propósito de la literatura. Esta novela es una gozosa indagación poética sobre el tiempo y la memoria que nos recuerda algo esencial: que el lenguaje es también un lugar. Y que no importa tanto llegar como disfrutar del camino y del placer del extravío.

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