LIBROS
Gruzinski y el crisol hispano contra los tópicos criollos
Ensayo
El historiador francés entabla en este ensayo «un diálogo ficticio con un personaje real», Diego Muñoz Camargo, alcalde de su ciudad natal, Tlaxcala, un «mestizo de la Nueva España»
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Iniciar sesiónEn 1561 un sacristán indio, de nombre Antón, fue detenido en Zacatecas (México) por hurtar un libro. Según se supo en la indagatoria, vivía fascinado con las imágenes y letras que contenía. La monarquía española acababa de fundar las primeras universidades en América; tras ... Santo Domingo, en México y Lima. Felipe II, tras un breve pero interesante periodo como rey de Inglaterra y cabeza de la iglesia anglicana, se disponía a convertirse en promotor de la primera globalización, fundada en la plata, el papel y las cartas de navegar hispanas. El debate sobre la existencia, o no, de clero nativo y mestizo, se hallaba en pleno apogeo. Los últimos conquistadores habían tenido que elegir entre una jubilación honrosa o la demencia en las selvas tropicales, como ocurrió con el guipuzcoano Lope de Aguirre.
Las imprentas ultramarinas arraigaban en las emergentes urbes criollas. Reproducían una fascinante amalgama cultural, patente en los libros que se publicaban en América. Estos se han contemplado de modo tradicional como la expresión de la novedad y la utopía del «Nuevo mundo», cuando lo que afirmaron fue distinto.'
ENSAYO
'Conversación con un mestizo de la Nueva España'
- Autor Serge Gruzinski
El encuentro, el choque, el hallazgo, la traducción, la inevitabilidad de una red planetaria común, que desde entonces une los cinco continentes. Tras el encuentro, acontecía lo impredecible. Eso que hemos llamado mestizaje. «Provenientes de la mezcla de culturas distintas», así define a los mestizos el Diccionario de la RAE.
Nomadismo
La referencia es impecable, mas, como bien ha señalado el historiador francés Serge Gruzinski muchas veces a lo largo de su obra, la más sólida interpretación no acomplejada ni anglocéntrica de la historia global, todo fue mucho más complicado. Lo que importaba en una tierra súbitamente conectada por obra y gracia -nunca mejor dicho- de la monarquía española, no era de dónde se procedía, sino hacia dónde se quería ir. La flexibilidad, la capacidad de nomadismo y desplazamiento, por supuesto era lo que contaba. La procedencia, la genealogía, pesaban mucho menos de lo que estamos dispuestos a asumir hoy, con cinco siglos de tópicos criollos, victorianos, mitos nacionales e indigenismos de blancos a nuestras espaldas.
Gruzinski planteó ya en 'Las cuatro partes del mundo. Historia de una mundialización' (2010), una interpretación de la monarquía de los Felipes españoles como máquina de poder global. El pasado -español, europeo, occidental- fue más grande que este alicaído presente que vivimos, dedicado a pedir perdón por todo. En el volumen precedente de este que nos ocupa, 'Para qué sirve la historia' (2018), Gruzinski esbozó planteamientos que 'Conversación con un mestizo de la Nueva España' lleva al extremo. La Historia tiene que contar historias. A los europeos y americanos de hoy, mexicanos, franceses, españoles, mapuches, a todos, es preciso explicarles que los procesos de fabricación de imperios, metrópolis y fronteras, llevan cinco siglos aconteciendo y, el que los niega, se niega a sí mismo. De ahí que la operación intelectual que representa esta 'Conversación', en expresión recogida en el excelente prólogo de José Antonio Martínez Torres, implique «un diálogo ficticio con un personaje real».
Los tlaxcaltecas, protagonistas fundamentales de la coalición indígena mesoamericana
Diego Muñoz Camargo, mestizo de Tlaxcala, nació en 1530 y murió en 1599. Alcalde mayor de su ciudad natal, por tanto la más alta autoridad local, en 1584 cruzó el océano Atlántico. Con un propósito definido, la entrega a Felipe II de una «Historia» de su lugar de origen. Se trató de un acto de acentuada obediencia, pues respondía a una petición oficial de envío de «Relaciones geográficas», los informes periódicos que la corona solicitaba a los reinos ultramarinos y eran cumplimentados con burocrática exactitud.
Nobles indios
Incorporado como intérprete a la comitiva de nobles indios vasallos tlaxcaltecas, fueron recibidos por su majestad entre marzo y mayo de 1585. Muñoz Camargo lo fue en varias ocasiones, por lo que no cabe dudar de la curiosidad y fascinación de Felipe II por la Nueva España y hasta por el propio personaje.
El rey, desde luego, les otorgó lo que le pidieron. Cédulas y privilegios, así que retornaron felices a las Indias. La primera mitad de la obra está dedicada a contarle ritos y costumbres de Tlaxcala, «aquel señorío que los aztecas no lograron dominar». Los tlaxcaltecas fueron en efecto protagonistas fundamentales de la coalición indígena mesoamericana que, junto a los españoles, acabó con la tiranía caníbal de los aztecas. La segunda parte se ocupa de la conquista. Muñoz Camargo es hijo de conquistador. Admira profundamente a Cortés, pues su misión, cuenta, era servir a Carlos V.
Serge Gruzinski «conversa» con él. Es un ganador de la historia. Un «mestizo de la Nueva España». Un mexicano, sobre cuya autoestima y orgullo de ser no existe duda alguna. Los capítulos sucesivos, una indagación sobre su mentalidad, exploran los orígenes; su boda con otra india de la nobleza, Leonor Vázquez, con quien tiene un hijo y una hija; o los exitosos negocios ganaderos y logísticos que emprende, «acomodado» con éxito en las estructuras culturales y políticas del imperio filipino. Autocalificado siempre como español, teje un enjambre de relaciones y presume que «todos hemos de ser uno». ¿Cómo podía ser de otra manera?
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