PUES DICES TÚ
La gente gorda de allí
La primera persona normal camina tranquilamente por una calle de lo más normal, cuando, al pasar ante el escaparate de una tienda de instrumentos, cree ver a la segunda persona normal dentro
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La primera persona normal camina tranquilamente por una calle de lo más normal, cuando, al pasar ante el escaparate de una tienda de instrumentos, cree ver a la segunda persona normal dentro. Primero, se detiene para cerciorarse. Después, la espía un ratito (como es menester) ... mientras acaba de hablar con el dependiente. Al ver que fisgonear no le reporta ninguna ventaja, se decide, por último, a entrar.
—Hola.
La segunda persona normal se gira.
—¡Ah!, hola. ¿Qué haces tú aquí?
—Pues lo que tú.
—Qué sabrás tú lo que hago yo...
—Pues estar.
—Y ¿cómo lo sabes?
—Porque te veo.
—Ya, pero, ¿cómo sabes que estoy, sólo? Que estoy nada más, digo.
—¿Cómo que estás nada más?
—¿Cómo sabes que no he venido, por ejemplo, a hacer algo?
—Pero ¿qué vas a hacer tú?
—Pues lo que sea. A lo mejor resulta que trabajo aquí y no te he dicho nada.
—¿Cómo vas a trabajar tú aquí, si ya has pedido la jubilación?
—A lo mejor he vuelto. A lo mejor me he arrepentido. A lo mejor no me encontraba bien en casa y he retomado mi carrera.
—¿Qué carrera?
—A lo mejor me lo ha pedido el público.
—¿Qué público?
—El que sea; tú qué sabes. A lo mejor dirijo una orquesta y tú no lo sabías. A lo mejor voy a dirigir el Canon de Albinoni mañana y tú no tenías ni idea. A lo mejor voy a dirigir el Himno a la alegría. O a lo mejor resulta que soy trompetista y estoy comprándome la mejor trompeta del mundo porque voy a tener un concierto mañana y el instrumento más importante del concierto resulta que es la trompeta, y he venido a pedirle un consejo a ese señor —lo señala—, que a lo mejor es un trompetista muy importante que a lo mejor ha tocado en una banda en Viena y ya no puede tocar, por lo que sea, pero da unos consejos buenísimos. O a lo mejor resulta que soy cantante y ahora cojo y doy un do muy alto, o un do muy bajo, un do sostenido de esos, y rompo la luna de la tienda y lo pongo todo perdido, y resulta que tengo que pagarlo todo, pero, como resulta que tengo una fama muy grande y todo el mundo me habla con muchísimo respeto, pues me dice el señor que no pague y yo le digo que sí, y él que no, y yo le digo que insisto, y él: de ninguna manera. Y al final no pago ni nada y resulta que eras tú quien no había venido a nada, pero resulta que yo sí.
—¿Estás bien?
—Pues no. Antes me encontraba perfectamente, pero ahora me está faltando el aire.
—Pues paramos un poco, ¿no?
—Pues lo mismo.
Las dos personas normales se dan un tiempo, como las parejas que han conocido a alguien y valoran si saltar al abismo o no. La primera persona normal dice:
—¿Estás ya mejor?
—O a lo mejor soy guitarrista de jazz…
La primera persona normal le hace un ademán firme: ha llegado demasiado lejos.
—Perdona.
—No pasa nada… Pero no me has dicho todavía qué estás haciendo aquí.
—Pues comprarle un ukelele al pequeño, que ahora quiere tocar el ukelele, dice. Como la chica tuya.
—La mía toca la guitarra.
—Pues por eso. Una guitarra es un ukelele grande, ¿no?
—Yo creo que no. La guitarra suena como a misa; el ukelele suena como a película de las de ahora, de esas que pasan en América, con una historia de amor entre un chico y una chica con bufanda, que es alegre, pero triste.
—Ah, ya. Ya sé cuál dices.
—Pues por eso. Y lo que tocan los de Hawái también es un ukelele, me parece. Lo que toca la gente gorda de allí, digo.
—¿La gente de Hawái es gorda?
—La gente de Hawái es normal. Pero la gente normal no toca el ukelele, ¿no?
—¿Por qué?
—¿Tú has visto un ukelele?
—¡Ah!, ya. Pues acaban de enseñarme unos cuántos. Mira… —La segunda persona normal conduce a la primera a la zona de banjos, cavaquiños, charangos, bandurrias—. Mira esto…
La primera persona normal se acerca.
—¿Qué tengo que mirar?
—Esto.
—Y ¿qué es esto? ¿Un ukelele?
—Pues no. —La persona normal se sonríe—. Resulta que es un laúd.
—Y, ¿eso es lo que quiere el pequeño?
—No. Pero me ha salido enseñártelo.
—¿Por qué?
—Porque me lo acaban de enseñar a mí; creía que era un ukelele y lo he dicho, y resulta que no. Y me he sentido mal. Y ahora quería parecer inteligente y que te sintieras mal tú.
—Oye, ¿salimos de la tienda?
—¿A dónde?
—Pues a la calle.
—Pues igual sí.
Las dos personas normales se despiden del dependiente y regresan al aire fresco, un poco menos fresco cada día (la primavera está en su cénit).
—Pues dices tú, pero es verdad que estaba volviéndome majara.
—Y, ¿por qué?
—Pues no lo sé, por el señor, que me hablaba de tipos de ukelele: que si soprano, que si tenor, como si fueran palabras.
—Y, ¿qué le has dicho?
—Que yo lo quiero en azul.
—Pues lo has puesto en su sitio.
—Pues sí. La gente del mundillo somos así, ya sabes: impredecible y loca. Arrebatada y temperamental.
—No empecemos, ¿eh?
—Es que la música me embriaga.
—Basta.
—Do, re, mi, fa, sol, la, si…
—¿Te quieres callar ya?
—Perdona. Tienes razón.
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