ANÁLISIS
Genios centroeuropeos tras (y después) del telón de acero
Literatura centroeuropea
Cartarescu no es una excepción. La generación de autores panbalcánicos (o no) dibuja un territorio literario y físico excepcional
Entrevista a Cartarescu
Crítica de 'Theodorus'
Traición y tradición en la Europa crepuscular
Otros textos de la autora

Con la historia fabulosa y danubiana de un compatriota, un criado de Valaquia poseído por sueños desorbitados y convertido en emperador de Etiopía en el siglo XIX, Theodoros, el escritor rumano Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), incontestable y muy probable Premio Nobel de Literatura futuro, ... ha regresado con una nueva obra maestra. Con el modelo seudohistórico del 'Salambó' de Flaubert, esta novela-mosaico de mil aventuras prodigiosas se une a otras no menos admirables.
En su último volumen de relatos, 'Acerca del robo de historias' otro de estos genios actuales balcánicos, el autor de 'Física de la tristeza' o 'Las Tempestálidas' (Premio Booker Internacional, editorial Fulgencio Pimentel) el búlgaro Gueorgui Gospodínov (Yambol, 1968), poeta en sus inicios, como sucede con Cartarescu, decía: «Los viajeros de los trenes nocturnos que atraviesan las fronteras de los Balcanes se parecen especialmente. Ya no traen consigo aquella escéptica satisfacción panbalcánica. Después de 1989, esa entrañable familia eslavo-balcánica, reunida en el Mar Negro, se ha roto irreversiblemente en las nacionalidades que la componían».
Panbalcánicos o no, todos estos autores centroeuropeos, cada uno un genio singular, de gran éxito, en su literatura compartían una condición nada intrascendente: venían de antiguos países encerrados durante décadas, en mayor o menor medida, alineados o no, en el Telón de Acero del comunismo. Algo que, además de la censura, imprimió una única línea por la que debían transitar las ficciones: la del realismo socialista. Una vez llegada la libertad, con una constante ruptura de la linealidad y del realismo de antaño impuesto en su generación, el dios indudable de la escritura sería la propia literatura y sus numerosas huellas y rastros dejadas tras ella, a lo que se añadía una notable erudición que comprendía tanto la cultura de raíz oriental como la occidental . Sin embargo, a este dios hay que añadir otro no menor y permanente: la Historia. La propia y la europea en su conjunto, con sus fascinantes lazos, laberintos y vasos comunicantes que unen lo real y lo fantasmagórico, la fantasía y las alegorías, la ficción y la autobiografía infiltrada en sucesos traumáticos o no del pasado reciente de todos ellos.
Desplazarse por géneros y siglos, por personajes existidos o mezclado en el siempre exorbitante mar de las mitologías
Una de las mejores escritoras centroeuropeas de nuestros días sería igualmente la croata Dubravka Ugresic, (Kutina, 1949-Ámsterdam, 2023) clasificada por el poeta serbio-americano Charles Simic como «gran teórica del mal y del exilio». En obras como 'El Museo de la Rendición Incondicional', 'Zorro' o 'El Ministerio del dolor' (todas en Impedimenta) navegaría también, de forma casi invariable, por diversos géneros, casi todos híbridos e inclasificables: la rememoración y los apuntes autobiográficos, las vidas y obras de escritores perseguidos en la época de los totalitarismos, el derrumbe de la antigua Yugoslavia, o las numerosas reflexiones sobre el exilio y sobre todo un planeta de emigrados que surca el mundo, de una punta a otra, época tras época.
Maestra de la cita literaria, de ingente cultura, desaparecida prematuramente, Ugresic era una excelente y sutil conocedora de la cultura rusa y emprendería sin cesar homenajes a algunos de los más grandes genios del pasado siglo en sus obras, como es el caso de Pilniak, Shklovski, Nabokov, Brodsky, Pasternak, Bábel, o su compatriota exyugoslavo Danilo Kiš.

También sería un admirable autor, de una poco convencional literatura, y de una fértil y muy adictiva imaginación, el serbio Goran Petrovic (Kraljevo 1961-Belgrado, 2024) cuyas narraciones estaban dotadas de un fascinante y embriagador lirismo, así como de un suave humor y una sutil y aguda ironía. Espíritu lúdico, mistificador de cotidianeidades ahogadas en el gran mar de la Historia, en obras maravillosas como 'Atlas descrito por el cielo', 'La mano de la buena fortuna' o 'Bajo el techo que se desmorona', entre otras (todas en Sexto Piso) sus laberínticas y prodigiosas historias oscilaban siempre entre lo real y lo fantástico, entre lo jocosamente filosófico y lo metafísico, entre la leyenda y los mitos y la Historia oficial y con mayúsculas. Esa Historia realmente sucedida, a lo largo de los siglos, con especial virulencia en los numerosos y muchas veces trágicos avatares que se sucedieron en el siglo XX en los Balcanes.
Movimiento perpetuo
¿Y qué decir de obras tan deslumbrantes y sin género, como sería el caso de 'Los errantes'de Olga Tokarczuk, con un elogio y defensa del nomadismo y de la errancia como tema central? Recorriendo siglos y ciudades desde Viena, San Petersburgo, Ámsterdam y Varsovia hasta la isla de Vis en Croacia, la autora (nacida en Sulechów, en 1962) del no menos magnífico 'Los libros de Jacob' (ambos en Anagrama) evocaba simbólicamente ese movimiento perpetuo que anima a seres humanos y a especies de todo tipo a no dejar nunca de desplazarse.
Desplazarse por géneros y siglos, por personajes realmente existidos o mezclado en el siempre gigantesco y exorbitante mar de las mitologías. Historias entre reales, fantásticas y metafísicas en las que el cuerpo (un motivo recurrente de Cartarescu, pero también de Tokarczuk) con una estremecedora fuerza alegórica, atravesaba siglos de infamia, de ambiciones y poder, pero también de piedad y compasión por tantos y tantos olvidados de la Historia.
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