Gabriel Albiac y sus lágrimas en la lluvia

En la vida de Gabriel Albiac (Utiel, 1950) sólo hay filosofía (la vida de un «ateo católico»), desde los infinitos planos de la existencia al viaje sin retorno que representa una biografía. Tiempo, tiempo es sólo lo que uno es. Y, entonces, los días serán un pasatiempo, divertir, mentir, soñar. Ya señalaba Baroja en sus memorias que la cuestión de la vida era «pasar el rato». Y, si es posible, contarlo. «Un átomo en el infinito».

ENSAYO

'Elogio de la filosofía'

• Autor Gabriel Albiac
• Editorial La Esfera de los Libros
• Año 2023
• Páginas 207
• Precio 18,90 euros

«¿Un pasatiempo, la filosofía? Sea», sí un exquisito pasatiempo, otro juego lleno de ruido y de furia, por eso Albiac recuerda que «saber morir es la lección primera de la filosofía». De ahí, su deslumbrante elogio. Filosofía es diversión y libertad hasta el fin. Somos porque tenemos memoria, es la razón de un ser, y esto Albiac lo explica con la claridad que Ortegapedía al filosofar, la cortesía hacia el lector. Lejos de este ensayo, lleno de pasión, inteligencia, sensibilidad y, bendito escepticismo, digno del más querido Lucrecio y su Rerun natura, lejos de la hojarasca académica que nada dice y todo confunde.

Un tiempo nimio, ridículo, siempre escaso, es el de cada uno, esa variación entre el tiempo del mundo y el tiempo de la vida. Sócrates, Platón, Epicuro, Epicteto, Marco Aurelio, Shakespeare, Spinoza, Beyle, Pascal (las tres lecciones que se citan son ejemplares), Montaigne, Étienne de La Boétie, Kant, los tres de Tubinga (uno de los más brillantes capítulos, junto al titulado ‘Embrujo y desencanto’, Constant, Ronsard, Mallarmé, entre tantos, conforman este libro imprescindible para cualquiera con voluntad de saber, con una profunda actitud crítica ante una realidad y sociedad anestesiada (como es la contemporánea) y una curiosidad sin límite sobre los paraísos y abismos que uno lleva y conlleva como puede y le dejan.

Y una de las claves: «Lo que está en juego es la capacidad asombrosa de las palabras para crear el mundo. Y para configurar en él la identidad del sujeto que, al decirlo, cree estar siendo doble dueño del mundo y de la lengua en la cual lo dice. Y que, al cabo, no resulta ser más que la inocua criatura de ambos».

Porque sí, «la filosofía no cura nada. Nada del dolor del ser y de la enfermedad de ser mortal. Permite conocerla. Nunca suprimirla». Esa es la cuestión esencial. Un fabuloso artificio. Y merodea en torno a esa figura tan incomoda del «yo», cuando recuerda con Pascal que «el yo es odioso» y uno apunta a Chamfort: «Yo sin mí qué bueno sería». Para regresar siempre a Atenas. Y recordar una y otra vez que «a la descortesía de decir que hay precipicio, llamamos filosofía». Albiac emociona con su prosa de efecto inmediato, directa, comprometida con el pensamiento y el sentimiento. Genial.