CRÍTICA DE:
'Frans Hals': retrospectiva en la National Gallery. Cincuenta retratos… Y una lechuza
cita internacional: londres
La National Gallery recupera al pintor, un 'influencer' de la época, que cayó en el olvido con el auge del Impresionismo
Frans Hals, el maestro de la risa que cargó con fama de borracho
Marina Valcárcel
Londres
De los bosques que rodean Haarlem, un día de 1600 alguien taló un roble viejo. Tiempo más tarde, Frans Hals observaba en su taller aquella tabla ancha, partió de ella dos planchas gemelas sobre las que pintó una pareja de retratos: 'Hombre sujetando una ... calavera' y 'Mujer de pie'. Vuelven a reunirse hoy, tras una separación de dos siglos, para darnos una emocionante bienvenida a la primera sala de la gran retrospectiva con la que la National Gallery celebra a este portentoso pintor de la Edad de Oro holandesa. Frans Hals es uno de los más grandes retratistas del arte occidental. Sus sugerentes contribuciones supusieron una impresionante innovación para el género.
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Javier Rubio Nomblot
En una carta de 1885 a su hermano Teo, Van Gogh escribe: «Hals pinta nada menos que 27 negros diferentes». El ojo del pintor postimpresionista percibía cómo manipulaba el negro hasta lograr transmitir con él distintos tipos de texturas. Es cierto que, al observar las salas de esta exposición, dominan tres colores: blancos, marrones y negros. En cada uno hay decenas de variaciones.
Los retratos de Hals hablan a través de sus pinceladas. Al principio, éstas eran finas y dibujaban cada onda de una gola, las hojas del borde de una cofia o los pelos rubios que vuelan fuera de un moño. Sin embargo, en la madurez, los brochazos se volvieron más libres, sueltos y amplios. Trabajaba 'alla prima', podía perfilar las figuras con un contorno marrón pero, por lo general, su pincel iba directo al soporte. Una técnica difícil, cuyo resultado es una pintura fresca, inmediata e increíblemente espontánea. Uno de los misterios de Hals es que no se conserva ningún dibujo preparatorio, quizás nunca los hizo.
Estallido de audacia
La clave era la pincelada. Hals dejaba con esmero que los tonos de pintura se fundieran entre sí. Añadía sus características pinceladas húmedas sobre las anteriores húmedas aún. El último cuadro de la cita, 'Retrato de un hombre desconocido' (h. 1660), es un estallido de audacia y modernidad. La capa gris del modelo está construida por pocas y amplias pinceladas que, de un lado al otro, dan volumen al paño. Las filigranas precisas de las golas y los puños desaparecen dando paso a masas de color que, como le había ocurrido a Tiziano y a Velázquez al final de sus carreras, parecen anticipar el Impresionismo. La libertad tardía de Hals era tal que, en la parte inferior del cuadro, dejó gotear la pintura como si fuera una larguísima lágrima. En la era de las exposiciones inmersivas, una monográfica así, con 50 cuadros a los que podemos acercarnos, permite entender la magia de la pintura.
Sin embargo, la fuerza de Hals está en su portentosa capacidad para insuflar vida en los personajes. Produce asombro el encuentro con personas que vivieron siglos atrás, pero que parecen hablarnos hoy. Hals fue, por encima de todo, el pintor del gesto, de la risa a la locura, del esbozo de una sonrisa a la sorpresa de un niño con su flauta y a la sabiduría y sobriedad de unas ancianas. En la muestra está el considerado su cuadro más famoso: 'El caballero que ríe' (1624), al que le ha sido excepcionalmente permitido unirse a este homenaje, cuya inmediatez solo emulará siglos más tarde la fotografía.
El virtuoso pintor pintó a la burguesía holandesa y trató de transmitir la calma de algunos hombres frente a las tempestades de la vida. Holanda era un país único en muchas cosas, y la creatividad se canalizaba a través de nuevas versiones de géneros tradicionales, entre ellos, los retratos de matrimonios. En la exposición está el de Beatrix von der Laen y su marido, el comerciante Isaac Abrahamsz Massa, pintado en 1622 para celebrar su boda. Sus trajes son buen ejemplo de todas las texturas que este revolucionario pintor es capaz de diferenciar. Allí está la filigrana de la puntilla del de Beatrix y su vestido color berenjena, que contrasta con el mar de negros de la vestimenta de su marido, todo un oleaje de grandes brochazos que dan forma a la faja, los bombachos y los botones.
Hals pintará a Massa dos retratos más, en 1626 y 1635. En el primero coloca a su amigo en una postura original que repetirá: cubierto por un gran sombrero, apoya el codo sobre un respaldo y se vuelve hacia nosotros en una actitud tan espontánea que prefigurará 'Jugadores de cartas' de Cézanne.
Sabemos poco de la vida de Hals, incluso la fecha de su nacimiento, entre 1582 y 1584, es un misterio. Se casó dos veces y pasó casi toda su vida en Haarlem. En 1616 hizo un único viaje a Amberes donde pudo admirar la audacia pictórica de Rubens y del Tiziano tardío. Durante años fue un artista de tanto éxito como Warhol en el Manhattan de 1950, pero tuvo un declive tan pronunciado que, al final de su vida, no tenía con qué alimentar el fuego para calentarse.
De su pintura solo conservamos retratos. Pintó entre tres y cinco al año a lo largo de los más de 50 que duró su carrera. Casi todos fueron encargos de sus modelos: burgueses o comerciantes, grupos de milicias cívicas o líderes provinciales. Pero, en alguno, Hals se limitó a retratar a personas que le interesaban, figuras anónimas, 'tronies' o tipos, que en la época se vendían muy bien.
Un cuadro explosivo
En la exposición está la impactante 'Malle Babbe' (h. 1640), mujer con cofia humilde por la que asoma su pelo mal cortado. Lleva una lechuza en el hombro y una enorme jarra de cerveza en la mano. Es necesario detenerse delante de este cuadro explosivo, pintado en la máxima audacia de la madurez. Las pinceladas tienen la fiereza de la libertad total. La lechuza está construida por una escasa decena de ellas que parecen disparadas por la fuerza de un expresionista alemán.
Hals pronto fue aclamado como el maestro indiscutible entre los holandeses del siglo XVII y fue venerado por Manet y Van Gogh. Sin embargo, con el tiempo y la llegada del Impresionismo, perdió su reputación de revolucionario. Kenneth Clark lo criticó con una demoledora frase en su libro 'Civilización', por su pintura «repugnantemente alegre y obviamente hábil». Esta exposición y su catálogo deben su existencia a la convicción de que Hals fue un artista excepcional.
Frans Hals
Retrospectiva. Cuatro estrellas. National Gallery. Londres. Trafalgar Square, 1. Comisario: Bart Cornelis. Hasta el 21 de enero de 2024
A finales del XIX, algunos como Courbet, Sargent o Max Liebermann reconocieron en él a un alma gemela, un adelantado a su tiempo. En 1902, Whistler viajó hasta Haarlem para ver sus retratos de la Guardia Cívica y los Regentes. Delante de uno de ellos, sin poder contenerse exclamo: «¡Mírenlo, miren ese blanco y el negro, miren cómo están puestos esos lazos! ¡Qué genio!».
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