TODAS LAS MUERTES DE JAMES W.
15. El festival del amor
Solo quería provocar un poco a esa panda de adolescentes de cuarenta y pico e ir a por cervezas calientes sin que, por una vez, le gorronearan. Pero José María se encuentra con una sorpresa
14. En San Fermín
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónUn festival de música es como un campamento para adultos. No hay monitores, veladas nocturnas ni caminatas por el monte, pero, sin embargo, si te fijas bien, el ambiente es parecido. Hay grupos, rutinas, horarios, nuevas amistades, bromas privadas, canciones rituales que elevan el ... sentimiento de pertenencia y un efecto submarino cubriéndolo todo. Es ese efecto el que consigue que los asistentes se aíslen de todo lo que suceda fuera y que el universo se resuma en un 'aquí y ahora' tan triste como analgésico. También es similar la higiene. Los baños de un festival son una marisma de consecuencias y forman una biodiversidad propia que, probablemente, en un futuro, termine siendo protegida por la UNESCO. Supongo que, por eso, el uso de las duchas es residual. Y que esa sería la causa de que al tercer día en la quinta edición del 'Stop the Pop', James W. ya tuviera el pelo como Jimi Hendrix el día de Año Nuevo.
Eso y unas inmensas ganas de ducharse, de sentarse en su sillón orejero y de escuchar a Schubert vestido como el Conde-Duque de Olivares. Estaba ya definitivamente harto de ese rollo 'boy-scout', de cantar cancioncitas de 'Love of Lesbian' a capella, de compartir calimocho con desconocidos y de tener que avisar al grupete de fans de John Boy cada vez que se movía del sitio. Porque eso era así. Nadie sabía por qué, pero, en cada espacio muerto todo el mundo se sentaba en corros como de fuego de campamento y, cada vez que alguien se levantaba había de avisar. «Chicos, voy al baño, ahora vuelvo». «Gente, voy a por birras». «Hey, locos, ¿alguien se lía un 'piti' en lo que busco algo de 'mierda'?».
Así que James W. dijo aquello de «'Compis', disculpadme, voy un momento a la capilla a rezar la novena a San Judas Tadeo y vuelvo, ¿okey?», que, cuando lo oyeron, los demás lo miraban como si tuvieran delante un extraterrestre. No por lo de rezar, que allí a todos les daba igual sino, fundamentalmente porque hubiera llegado a pensar que en el 'Stop the Pop' había una capilla.
Estaba ya harto de ese rollo 'boy-scout', de cantar cancioncitas de 'Love of Lesbian' a capella
Evidentemente, no la había. Y James W. tampoco la estaba buscando. Solo quería provocar un poco a esa panda de adolescentes de cuarenta y pico e ir a por cervezas calientes sin que, por una vez, le gorronearan. Porque en el 'Stop the Pop' todas las cervezas era comunes y, sobre todo, estaban calientes. No les daba tiempo a enfriarse y hacían un constante camino del almacén a la barra que terminaba, me temo, en esos baños ya comentados, en 'Las Marismillas', según James W. Aquel verano, una ardilla podía atravesar España de festival en festival, pero, ya en el 'Stop the Pop', podía atravesarlo de cerveza caliente en cerveza caliente.
Y precisamente en esa barra en la que había ido a descansar del ambiente 'kumbayá', James W. encontró el amor. Fue un flechazo, algo previsible, convencional y nada acorde a su personalidad. Los amores de festival son como los amores de verano, pero más breves. Y más sucios. Y lo suyo fue un enamoramiento exprés, una llamada del destino cogiendo por las solapas a su lóbulo occipital, sacudiéndolo y gritando en silencio: «Nene, despierta y mira. Ya hemos llegado». Fue algo extraño, como reconocer antes de conocer, como recordar algo que aún no ha sucedido, un 'dejà-vu' inverso. Allí estaba Olivia: joven, excesiva y madrileña. Tenía cara de aburrida, pero su aburrimiento no era pasivo, no era doloroso, no era un aburrimiento que implicara 'ausencia de diversión'.
Un aburrimiento divertido
Su aburrimiento denotaba más bien 'ausencia de interés'. Era un aburrimiento divertido, un aburrimiento que te ponía por encima de la vida y no a merced de ella. Todo eso pensó James W. mirando a una desconocida que parecía Janis Joplin y que pedía cerveza como quien pide un volante para el podólogo.
—Te pareces a Janis
—Y tú a Jimi Hendrix
—Vaya, al final esto va a parecer Woodstock.
—Ya les gustaría a estos. ¿Te has dado cuenta de que vienen a la música a bailar, a reir y… como te diría… a vivir? Yo al arte no voy a lucirme, ni a encontrar nada. Tampoco a dar o a recibir placer; yo voy al arte a morir.
Y James W. sintió como se partía en dos. Aquello fue un Stendhal ante una obra de arte bípeda.
—Me llamo José María. Encantado de conocerte. Eso que has dicho me ha encantado, la única vida es la artística, la literaria, el resto no tiene la más mínima importancia y eso es 'morir'. Todo tiene fecha de caducidad, sobra todo lo que sucede de nueve a cinco, me sobra todo lo que pasa de lunes a jueves, me sobra todo excepto pasear por la noche de Roma, excesivamente despacio, de la mano de una mujer que hable poco. El silencio es el mayor compromiso, si no el único, porque te conecta contigo mismo.
—¡Vaya, es eso mismo! —dijo Olivia—. Fíjate, mira todo esto. La música se ha convertido en una especie de mar de fondo que sirve para distraer y divertir. El músico ha abandonado su papel de creador para convertirse en un bufón, en un tipo que distrae al personal a través de otro, de una especie de sacerdote, que es el DJ. ¡No entiendo eso! ¿Por qué prefieren a un tío que da al 'play' en vez de al tío que ha creado la partitura? A mí me importan los conceptos y los creadores, pero aquí solo sirve la reproducción infinita de los mismos sonidos prefabricados. Y que suenen a través de las manos del pastor. Y yo no soy ninguna oveja.
—Vaya, parece que no eres de las que habla poco, creo que no te llevaré a Roma.
Y con una sonrisa, se fueron al escenario principal. Y se rieron durante toda la noche, sobre todo de los demás. Es el ojo del receptor el que hace al artista, es decir, en realidad no hay asistentes a conciertos ni lectores: solo artistas interpretándose unos a otros. Pero eso sucede igual con el amor.
James W. se convirtió de nuevo en José María y fue por fin interpretado por alguien que lo entendía. Y llegaron juntos a la conclusión de que ellos no estaban para distraer ni para entretener a nadie. Eran arte y, por ello, les bastaba con mirarse el uno al otro. Todo, hasta ese momento, había sido un pasatiempo. (Continuará).
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete