Paso a nivel
El ferrocarril de Sóller: en busca del tiempo perdido
Un viejo tren de 1912 atraviesa los campos de Mallorca con la sierra de Tramuntana como telón de fondo
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La vida en tren
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Iniciar sesiónCorría el mes de agosto de 1968. Los tanques rusos invadieron Praga y los Beatles lanzaron su 'Hey Jude'. Yo había cumplido 13 años cuando mis padres me enviaron desde Burgos a Palma de Mallorca para un curso de francés en el ... colegio de los jesuitas situado en la Vía de Alemania.
Recuerdo el interminable viaje de autobús hasta Barcelona y luego la noche en la cubierta del barco hasta llegar a Palma a primera hora de la mañana. Estuve allí cuatro semanas. Nos llevaban todos los días a la playa del Arenal y, por las noches, me escapaba del colegio con otros dos compañeros para husmear por las calles de la ciudad. Compartíamos un dormitorio colectivo con estudiantes franceses de español a los que despreciábamos cordialmente.
Palma no era todavía una ciudad turística. Puedo evocar su barrio judío, las familias tomando el fresco a la vera de su casa, sus calles estrechas y una pista de cemento en la que intentábamos atraer la atención de las chicas. Pero hay un recuerdo que prima sobre el resto: el viaje en tren a Sóller, un municipio costero que tenía entonces unos 10.000 habitantes.
El trayecto, de unos 40 kilómetros y algo más de una hora de duración, partía de un edificio modernista, situado en el centro de Palma. Los vagones eran de madera, tenían ventanas de guillotina y los asientos eran de cuero. Aquel tren se conocía por el apodo de 'Orange Express' porque, tras su inauguración en 1912, había transportado naranjas.
Ha pasado más de un siglo y sus propietarios, una empresa privada, ha conservado el material rodante original y el espíritu de los pioneros que decidieron unir la capital con el puerto de Sóller por una vía de 914 milímetros que podría ser la más estrecha de las que operan en nuestro país.
Si subirse a este maravilloso tren es retroceder a los tiempos de la 'belle époque', todavía es más impresionante el paisaje que se avista desde sus amplias ventanillas. La vía atraviesa campos de almendros y algarrobos, pinares, alquerías y explotaciones agrarias con la sierra de Tramuntana al fondo. Había también, ignoro si todavía existen, unos bancales con olivares, que los aldeanos llamaban 'marges'.
El ferrocarril se detenía en apeaderos, se internaba en túneles y circulaba por un viaducto que suscitaba vértigo. Pero lo que ha quedado grabado en mi mente es el olor a mar, la brisa húmeda que inundaba los vagones, un aroma que embriagaba los sentidos y que hoy asocio al esplendor de la hierba al que aludía el poeta William Wordsworth.
Subirse en él es retroceder a los tiempos de la 'belle époque'. Un impresionante paisaje que se avista desde sus amplias ventanillas
El jesuita que conducía la expedición nos llevó al puerto de Sóller, que era entonces una pequeña cala con media docena de pesqueros. El agua era azul y transparente. No había más que bucear un par de metros para poder sacar con una pequeña navaja los erizos anclados en el fondo. Los abría y me los comía crudos, un manjar que no he vuelto a probar.
En cierta forma, el viejo ferrocarril a Sóller y aquel verano se convirtieron en un sueño, en una experiencia que el tiempo había ido difuminando. Pero el pasado reapareció cuando vi las imágenes de Iñaki Urdangarin saliendo del juzgado de Palma por un estrecho pasaje lateral. Era el lugar por el que yo me escapa todas las noches. El edificio era el mismo donde antaño había estado el colegio de los jesuitas. Busco una foto en uno de mis álbumes y me veo en aquel viaje junto a un amigo que hace dos décadas abandonó el mundo de los vivos. Tiempo perdido y recuperado en un tren.
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