el animal singular
Ética para Savater
Cuando nos vuelva a hablar de ética o del flagelo de la corrupción, nos perdonará que levantemos una ceja o esbocemos una indulgente sonrisa
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Iniciar sesiónLa primera vez que escuché la palabra «ética» fue a los diez u once años. Era una palabra blanca sobre fondo azul. Así llegó hasta a mí cuando mi madre me entregó el libro de un tal Fernando Savater. Era un filósofo español muy ... importante que le había escrito un libro a su hijo, Amador, para explicarle qué cosa era la ética. De hecho, durante muchos años me fue imposible pensar en la palabra ética de forma aislada. Como si fuera un teclado predictivo, mi mente siempre completaba el sintagma. La ética era la ética-para-amador.
Un par de años después, cayó en mis manos 'Malos y malditos', un conjunto de breves ensayos enfocados en personajes de la literatura famosos por sus maldades. Esa era la excusa de Savater no solo para incitar a los jóvenes a leer los clásicos sino también, según recuerdo, para que comprendiéramos desde temprano que el bien o la bondad necesitan de fuerzas antagónicas que nos permitan comprender sus límites.
Mucha agua ha corrido desde entonces. Yo ya tengo 41 años. Savater, 75. Y mientras yo me convertía en adulto, Savater libraba sus batallas éticas, políticas e intelectuales que han cimentado su justa fama. Una fama que no es solo una inercia de cosas pasadas sino que se ha sostenido en las disputas del presente. En estos años que llevo viviendo en España, en los que he asistido al proceso de desmantelamiento de varios fundamentos de la democracia española en el nombre de la causa progresista, siempre había sido un alivio encontrar en los artículos de Savater una voz valiente, atrevida y sensata que nos recordaba constantemente que, ante los intentos de la más burda política orwelliana de hacernos creer que dos más dos pueden ser cinco, para las personas que tratan de ser honestas esa suma sigue dando cuatro.
Tramposa equiparación
Por eso ha caído como un balde de agua fría la noticia de los más de 4 mil firmantes de una carta en la que se pide el indulto a José Antonio Griñán, entre los cuales se encuentra Fernando Savater. Peor que haber firmado semejante documento ha sido el artículo que publicó después justificándose. No solo por la tramposa equiparación de una sentencia judicial con la cultura de la cancelación, sino por amañar una nueva y elástica versión de su ética donde indultar a los golpistas catalanes es malo pero indultar a su viejo amigo de correrías hípicas es bueno.
Hubiera sido más valiente reconocer la falta de ética de su conducta en este caso específico, poniendo por encima de las leyes su amistad con Griñán. Claro que, al mismo tiempo, estaría forjando una concepción bastante dudosa de la amistad, pues ¿se puede llamar amigo a quien, por un acto delictivo suyo, me lleva a sacrificar uno de los valores que han definido mi vida pública? A fin de cuentas, de esto es de lo que se trata. Y no de que Savater se vea obligado a «cancelar» a su amigo, cosa que nadie le ha pedido. Y si alguien se lo pidiera, sería un idiota. Como idiota sería, por este solo hecho, borrar su trayectoria. Eso sí: cuando don Fernando nos vuelva a hablar de ética o del flagelo de la corrupción, nos perdonará que levantemos una ceja o esbocemos una indulgente sonrisa.
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