Escritores perseguidos y exilados: héroes, a su pesar
La causa de la libertad
Acuchillado como Rushdie, exiliado como Sergio Ramírez, escondido como Saviano, o amenazado... Así es el presente de cientos de escritores porque sus palabras son incómodas. Su causa es la de la libertad. ABC Cultural reúne en este reportaje las voces de autores perseguidos. Ninguno quiso ser activista, solo escribieron aquello que consideraron necesario
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Iniciar sesiónSergio Ramírez conoció a Salman Rushdie en Nicaragua. El británico, que se había cruzado en las calles de Londres con la esposa de Somoza, se interesó por la revolución sandinista y viajó para investigar sobre ella. Entonces vicepresidente del gobierno de Daniel Ortega, Ramírez ... acompañó a Rushdie a conocer las principales ciudades del país. De aquel viaje de dos meses nació el libro 'La sonrisa del jaguar', una certera metáfora de la voracidad de las revoluciones sobre sus esencias. Corría el año 1985. Aún Salman Rushdie no había publicado 'Los versos satánicos' ni estaba señalado con la fetua, ni Sergio Ramírez había criticado la deriva autoritaria de Ortega. Volvieron a coincidir en 1989. «Me invitaron a Lisboa para hablar en un acto del Partido Socialista. Un chico se acercó, muy misterioso. Dijo que una persona pedía hablar conmigo, pero que no podía decirme de quién se trataba. Me llevaron de un lado a otro hasta llegar a un hotel frente al mío. En una habitación estaba Salman, esperándome. Me impresionó verlo. Estaba muy gordo por la inactividad de estar encerrado», recuerda el Premio Cervantes.
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Más de tres décadas después, Salman Rushdie se recupera de las 15 puñaladas que le asestó un joven de 24 años, una criatura que no había nacido ni siquiera cuando se dictó la fetua, y Sergio Ramírez enfrenta un segundo exilio luego de que Daniel Ortega dictara una orden de detención en su contra. «El exilio es lo más contra natura que puede existir. Es un destierro, porque te quitan tu tierra, y un extrañamiento, porque quieren volverte ajeno a ella. El caso de Rushdie es otra cosa, aún más terrible. No es el exilio de un país, te obligan a huir de la sociedad, a refugiarte en ti mismo convirtiéndote en un perseguido, en un sentenciado a muerte».
Vivir con escolta
El atentado contra Salman Rushdie desempolvó y agitó el fantasma de Charlie Hebdo, aquel oscuro episodio de 2015 en el que dos encapuchados con armas de asalto entraron a la redacción del semanario satírico y asesinaron a sus dibujantes por haber publicado caricaturas de Mahoma. Según el PEN Club de Alemania, la persecución a escritores ha empeorado en los últimos años. En Bangladés y Venezuela fueron encarcelados periodistas por difundir supuestamente noticias falsas. En Kazajistán, el poeta Aron Atabek murió en la cárcel como consecuencia de una infección con coronavirus, sin haber recibido atención médica.
Los datos aportados en un informe de 2022 indican que la situación se agrava en China, Turquía, Egipto, Irán, Cuba y México. Con motivo del quinto aniversario de la muerte del escritor chino, defensor de los derechos humanos y Premio Nobel de la Paz, Liu Xiaobo, la sede central de la asociación, en Londres, actualizó la lista de autores perseguidos o ejecutados. Ahí refleja desde el asesinato en Birmania de los poetas Myint Myint Zin y K Za Win hasta la ejecución de los miembros del Club PEN Abdullah Atefi y Dawa Khan Menapal cuando los talibanes asumieron el control en Kabul.
El drama anónimo
La palabra se vuelve inflamable para quienes desean hacer libre uso de ella. Uno de los casos más emblemáticos es el de Roberto Saviano, escritor italiano perseguido por la mafia tras la publicación, en 2006, de 'Gomorra', un libro en el que reflejó los códigos de esas organizaciones criminales en Nápoles. Entonces tenía 26 años. Hoy, de sus 43, lleva quince viviendo en el anonimato. La mafia no lo mató. Hizo algo mucho peor: lo obligó a vivir con miedo.
«El fanatismo busca que vivas con la angustia permanente. O que te ocurra lo que a Salman Rushdie, que, cansado de huir, decidió recuperar su libertad. Pero la condena lo seguía esperando. No importa cuántos años pasen. Es una orden de un poder político y religioso, que la recoge años después un chico que ni siquiera había nacido cuando se publicaron 'Los versos' satánicos y ni siquiera los ha leído», explica Sergio Ramírez.
No todos los perseguidos gozan de la relevancia de Salman Rushdie o Roberto Saviano, ni siquiera pueden permitirse un escolta. Muchos periodistas se han visto obligados a abandonar sus países por la persecución del narcotráfico, el crimen organizado y los gobiernos autoritarios. Tan sólo en México han asesinado a 18 periodistas en lo que va de año y figuras prominentes como Lydia Cacho han tenido que abandonar el país.
«Nosotros también somos escritores, pero de no ficción», dice Carlos Dada, periodista fundador de El Faro de El Salvador y maestro de la Fundación García Márquez de Periodismo, el reportero más perseguido de su país, hasta el punto de haber tenido que marcharse. «Hay un montón de periodistas que están trabajando en las áreas rurales y periferias de las capitales, tanto en México como en Centroamérica. Ellos son quienes peor lo pasan. En Guatemala hay periodistas comunitarios que están presos por reportar sobre actividad minera e industria extractiva. Y en Venezuela ni te digo: Joseph Poliszuk, Tamoa Calzadilla. En Centroamérica hay cerca de 200 periodistas exilados». A muchos, insiste Dada, los matan, secuestran a sus hijos amenazan y amenazan a sus familias.
Al otro lado del mapa, la situación no mejora, cuenta la escritora y crítico literario Mercedes Monmany, quien ha estudiado a fondo el exilio y la persecución a escritores en los totalitarismos del siglo pasado y que conoce de cerca el acoso a autores de Europa del Este y países como Irán, Afganistán, Siria, Libia y ahora, por supuesto, Ucrania. «Si el siglo XX es europeo en cuanto a los exilios y las persecuciones políticas, raciales y étnicas, el XXI es el siglo de Oriente medio. Hay escritores como Hisham Matar o Azar Nafisi, la maravillosa autora iraní de 'Leer Lolita en Teherán', que vive en Estados Unidos. Hay tantos sirios y libios escribiendo en alemán o iraquíes en países nórdicos. Es la anulación de toda un individuo y de toda una cultura. A eso se suma que en este momento hay seis millones de ucranianos por Europa, ¿ cuántos escritores músicos y artistas habrá entre ellos?».
Héroes no, mártires
Es la una y media de la tarde. Las calles de Lavapiés muestran aún las guirnaldas de las fiestas de San Lorenzo. Yunior García acude puntual a la cita frente al Teatro Valle Inclán. El dramaturgo, convertido en voz de la oposición cubana a raíz de las revueltas populares en la isla durante 2021, está a punto de cumplir un año de exilio, en Madrid. A la pregunta sobre si se siente un héroe a su pesar, contesta directo y sin rodeos. «El propósito de un creador nunca es convertirse en un héroe, es expresarse y hacerlo de una manera honesta, con una ética personal. El público es quien interpreta tu obra y te convierte en otra cosa. Al comienzo me convirtieron en un héroe, pero después muchas de esas personas me querían convertir en mártir. A menos que mueras en la cruz y que ellos vean tu costando sangrando, no creerán en ti. Esa cosa terrible, que ocurre en Cuba, no sólo de necesitar héroes, sino mártires. Eso es algo que nos lacera».
Vivir en el exilio o huyendo de una sentencia de muerte condiciona hasta la forma de ducharse, así lo explica Yunior García. Sus ideas más importantes, asegura el cubano, se manifiestan en ese momento. «Una amiga me dijo que, por favor, no me bañara al menos en una semana, cuando le dije que se me había ocurrido volver a Cuba», cuenta intentando quitar hierro a un asunto que pesa. «El creador en el camino del exilio debe ser fiel a uno mismo. No intentar complacer a los que creen que exageras o que te quedaste corto. Se trata de convertir esa verdad tuya en algo con valor artístico y no solo en una denuncia. Se trata de abrir tu pecho, desnudarte, y que otros se relacionen con esa desnudez y encuentren sus propias verdades en tu verdad».
A sus 80 años, Sergio Ramírez tiene claro que obra y destino están unidas. «Un escritor sigue siendo escritor dentro y fuera de su país, a lo que no pienso renunciar es a decir lo que pienso. Si me cortan la lengua, la razón de mi vida se terminó». Desde el periodismo, Carlos Dada deja claro que esa heroicidad a la fuerza es un estropicio. No sólo sufre el perseguido, también su familia.
«Ninguno de mis colegas desea estar en estas condiciones. Hay periodistas muy comprometidos, pero no queremos ser héroes ni mártires, sino hacer nuestro trabajo. No sólo sufre el periodista, también su familia. Mi teléfono estuvo intervenido 161 días con Pegasus. Si quieren hacer daño a mi hija o a mi pareja, tienen sus fotos, mis conversaciones mi ubicación en el mapa. Lo tienen todo y lo saben todo».
El caso ruso
La escritora Lyudmila Ulitzkaja nació en los Urales en 1943, pero se crio en Moscú. Su familia judía fue perseguida por Stalin y en la Rusia de Vladimir Putin ella ha tenido que migrar a Berlín, donde vive desde el mes de marzo de 2022. Su biografía recorre toda su obra, reconocida este año con el Premio Formentor, que la autora recibirá en España en septiembre. En su novela 'Sinceramente suyo, Shúrik', publicada en español por Anagrama, la autora revisitó las grandes sagas de la narrativa rusa.
«Es imposible evitar la política en cualquier historia familiar. Se mete en la vida, a veces de forma dramática. En la época de Stalin, mis dos abuelos fueron presos, cumplieron condenas en los campos de trabajos forzados; mis padres temblaron de miedo toda su vida; mis amigos íntimos no escaparon de los campos en su juventud (entre ellos Natalya Gorbanevskaya y Yuli Daniel). Tal vez haya autores que consigan recorrer su camino literario sin tocar temas políticos, pero yo no lo conseguí. En realidad, tampoco aspiraba a hacerlo», contesta desde Berlín.
No se considera una disidente ni pretende hacer gala de ello. «Un disidente es alguien que defiende puntos de vista opuestos . Las convicciones que el poder soviético inculcaba al ciudadano de a pie no encajaban en mi forma de ser en absoluto. Simplemente, no las compartía. Probablemente, se me puede llamar disidente, pero nunca me he identificado con ese grupo. Nunca he participado en ninguna actividad contra el régimen, aunque no me gustaba. Nunca he sentido mucha persecución. Nunca quise tener relaciones con el poder, ni recibir nada de él».
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