El efecto boomerang de la pintura de Guillermo Mora

En su segunda individual en la galería Moisés Pérez de Albéniz, ha permanecido fiel a sus intereses de hibridación, pero cambiando la estrategia de la espectacularidad por la del recogimiento: «Mi trabajo funciona como un diafragma que se dilata y se contrae».

La serie que da título a la cita, 'Camino de vuelta', consiste en piezas tridimensionales configuradas a través de un orden contra-pictórico: no desde las herramientas al pigmento extendido en un lienzo, sino desde el pigmento al pincel que, a base de acumular capas, se convierte en su soporte. Como si después de tantos años 'lanzando' la pintura al exterior esta retornase al artista con efecto boomerang. Una afortunada revancha estética. El resultado son agrupaciones de pinceles engullidos por una masa de color que activan el potencial metafórico de los utensilios y trascienden su función.

Las interpretaciones que proyectan los espectadores son de lo más variado, algunas objetuales, véase gaitas o agujas de tejer, pero la mayoría orgánicas, tales como seres crustáceos, manos u órganos internos que el artista asocia a una metamorfosis de lo artificial a lo natural. Incluso si pudiésemos cortar el bulbo por la mitad, el efecto sería cuasi arbóreo: estratos anillados que resultan del costoso proceso de bañar hasta 12 veces las brochas en diversos tarros de color.

La idea se remonta a la facultad (un profesor le hablaba de que los pinceles cubiertos de pintura seca podían seguir pintando), y el primer prototipo data de hace una década, pero solo ahora ha sentido la fortaleza de realizar una labor tan redundante (y hasta meditativa) que le ha llevado 9 meses de trabajo a expensas de los ciclos de humedad y temperatura. Un parto en toda regla.

Aunque el plato fuerte son las esculturas, la exposición se completa con tres instalaciones de pared, 'Salto y gota', con cientos de escuadras acabadas en protuberancias uniformes y monocromas hechas de recubrimientos de pintura que enfatizan la capacidad de la misma para despegarse del muro y alcanzar al visitante.

Con una estética rigurosa característica del 'Minimal', las piezas exploran las posibilidades de la plasticidad y aluden a las maniobras conceptuales más recurrentes de Mora mediante el vaciado parcial de los elementos de la retícula. Según se entra a la sala del fondo, la frontal proyecta unas gafas que devuelven la mirada (ocultación), la izquierda genera una fisura que divide el panel (superposición) y la derecha representa un desprendimiento (desaparición).

Como antesala o remate de la muestra, depende de cuándo se advierta, la intervención de la fachada es un muro devorado por una mancha azul que tapa parte del título y amenaza con tomar la calle.