La supra charlatanería existe

Ocurre que el buen doctor encontró a un paciente —y luego a dos o a quince, al peso— con una historia sobre estar-a-punto-de-morir-y-ver-luces y vio él mismo la luz —la pasta, guiño, guiño—. Quizá anabolizado por su coautor, el emprendedor Juan Carlos Cebrián, Sans quiere «despertar conciencias» y luchar contra «la egomanía». Entiendo que se refiere al ego ajeno, no al suyo, capaz de firmar un libro sobre la nada y pontificar en vídeos aceitosos con tono de médico pétreo, su única virtud.

Lo tiene todo: machaca con la «causalidad» y «casualidad» —Dios nos libre de los cursis— y repite la cháchara de «la felicidad está en tu interior».

Las herramientas para armar su badana son las de cualquier vendedor de crecepelos: coger unas cuantas disciplinas complejas aunque atractivas a los lectores —en el siglo XVIII, la hidráulica; en el XX, las computadoras; aquí, la física cuántica, las partículas subatómicas o la neurociencia—; explicarlas mal e inventarles nuevos sentidos; mezclarlas con pseudociencias —el psicoanálisis o el inconsciente colectivo—y sacar conclusiones muy definitivas. No olvida empaquetar esta hez bajo una etiqueta comercial: la supraconciencia —léase con voz del mago de Oz: tras ese gólem, hay un doctor enano—.

Este personal va siempre de víctima rebelde: frente al terrible método científico, hay otras explicaciones y ¡nos persiguen por revelarlas! No, es que son filfa manufacturada para aparecer junto al Sumo Charlatán, Íker Jiménez. Hínchese a vender libros, Sans, no nos tome el pelo. Por supuesto: existe la vida después de la muerte, pero sólo para el que no se muere.