LA GRAPA

Muchita fe

Tras el humorismo, en la primera temporada de 'Poquita fe' sudaban las relaciones personales: qué significa la pareja, qué significa ser hijo...

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Fotograma de la serie televisiva 'Poquita fe'

A José Ramón (Raúl Cimas) y Berta (Esperanza Pedreño) se les acabó el chollo. No porque no trabajen: él, guardia de seguridad, ella, profesora. Porque se esfuerzan y no basta. No se merecen su bajo alquiler. La segunda temporada de 'Poquita fe', esa joya inenarrable ... de Movistar+, comienza de mudanza con Azcona, nivel subterráneo de Berlanga: con el vecino (Chani Martín) y Tinin (Eduardo Antuña). Sus creadores, Montero y Maidagán, consiguen lo imposible: hacernos más daño y más risa que en la primera temporada.

‘Poquita fe’ no deja prisioneros; en especial a aquellos de nuestra generación. Nacidos en los ochenta, hijos adolescentes en los noventas, desorientados en los dos miles, autónomos en los dos mil diez miles y alquilados en los dos mil veinte miles: potando promesas en 2025. Tras el humorismo, en la primera temporada sudaban las relaciones personales: qué significa la pareja, qué significa ser hijo, qué significa la rutina. En la segunda suena lo mismo en diferente, con vivienda de fondo. Duele a lo bestia, sin doler: qué feo tan bonito todo.

Sus creadores, Montero y Maidagán, consiguen lo imposible: hacernos más daño y más risa que en la primera temporada

Montero y Maidagán están enamorados de su bebé y se arrastran en lo inédito —atisbado en su anterior serial ‘Justo antes de Cristo’—: la comedia física. No se puede abordar los metros cuadrados de los pisos, las vidas, la cutrez o la incomodidad, sin fisicidad: personal cayendo al suelo por abrir una ventana, padres ancianos flipando al ver su casa desastrada por la cópula desmangada de cuarentones, alucinaciones sonoras y auditivas al dormir en un sofá. No hay nada mejor en el universo: ‘Poquita fe’. Tontería: los premios. Difícil. Esta tropa da una risa poco galardonable.

Su reparto, ese vehículo yonqui donde la comedia se sobresalta, se modela, se templa. Da pena ser amigo y querer tanto a Raúl Cimas: no me toma en serio ni mi madre. Es nuestro Alberto Sordi. La sonoridad de sus silencios. Sus caretos. Sus tempos, con guion ajeno y propio. Hoy día ningún artista cómico alcanza semejante barbarie. Pues él se completa con la Pedreño, con Chani y Antuña, con ese maremagno Julia de Castro, con los suegros, con Pilar Gómez duplicada, con la Fernández-Muro… Paro: no soy un profeta. Cuestión de muchita fe.

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