LA GRAPA
¿Felicidad? No, gracias
Se trataría de dejar de buscarla para así encontrarla a ratos
Prefiero que encuentren el cadáver de mi tía abuela en mi funda de la Playstation y me declaren culpable de asesinato —con el vilipendio a mi nombre que eso supondría, junto con el asco terrible de mi familia, la sociedad y los Seres Eternos a ... los que adoramos— antes de que me digan que estoy feliz. Que se me ve feliz. Que qué gusto, ya que está aquí la Navidad, Galán, que he visto tus redes sociales e irradias felicidad. La felicidad, ah, ah, ah, llega en esta época y uno no sabe cómo evitarla. Porque una concepción absurda de felicidad se ha impuesto en nuestras sociedades occidentales como el bien supremo a hallar, aunque nadie sepa qué es.
La felicidad como algo «interior», «propio», «individual» en los libros de autoayuda. Unos manuales despreciables: el primero en acuñar el término fue el escritor Samuel Smiles en su libro 'Autoayuda' (1859) donde culpaba a los pobres de su pobreza por «irresponsables». Y luego están los 'coach': si cualquier famosillo se puede autodenominar 'coach', imagínense el nivel.
Una concepción absurda de felicidad se ha impuesto en nuestras sociedades occidentales
El filósofo José Antonio Marina advertía del peligro de confundir la felicidad psicológica —la felicidad del cerdo enguarrándose en la mierda— con la felicidad social —por los demás, por lo público, por la justicia…—. El mecanismo ha sido diseñado perfectamente por el mercado: la búsqueda de la felicidad personal se concreta siempre en rutinas infinitas de consumo. Al comprar ese jersey que «te define», al vivir ese viaje «experiencial», al compartirlo en tus redes -propiedad de multinacionales- o al cercarte con tu terapeuta en largas sesiones interminables a sesenta euros la hora.
¿No les parece raro que, para vivir en un mundo en persecución permanente de la felicidad, el personal ande más medicado con antidepresivos que nunca? Se trataría de dejar de buscarla para así encontrarla a ratos. Y, mientras tanto, si se la ofrecen durante estas Navidades, haga con este tipo de felicidad hedionda lo mismo que con la droga. Acéptela como adulto: asumiendo sus consecuencias.
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