en el centenario de la muerte de conrad
'El duelo'
Han pasado más de cien años de la publicación de este cuento y más de doscientos de la disputa de la que se sirvió. Nuestro mundo sigue poblado por tristes ofendidos
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Javier Moscoso
Aun cuando muchos lo conocen como «Los duelistas» —que fue como se llamó en la famosa película de Ridley Scott de 1971—, el cuento de Joseph Conrad en el que se inspira esa historia se titulaba 'El duelo'. Mientras en el Reino Unido ... aparecía con el subtítulo de 'Un cuento militar', en los Estados Unidos recibió el nombre de 'Un punto de honor'.
Y no se trata de un mero accidente. El protagonista de este relato es la mera confrontación, la triste disputa que se alarga en el tiempo por una ofensa de la que ya nadie se acuerda. El duelo que da título a la novela adquiere distintas formas, pero se sostiene a lo largo de dieciséis años por el empecinamiento de uno de los protagonistas, el teniente de la armada de Napoleón, Gabriel Féraud, que cree haber sido humillado por el también militar, Armand d'Hubert.
Conrad probablemente se sirvió de una disputa real que tuvo lugar entre dos oficiales de la Gran Armada, pero lo fascinante de esta historia no radica en el parecido que guarde con un acontecimiento anterior, sino en la forma en la que, en ambos casos, en la realidad y en la ficción, se desenvuelve el desvarío. Eso es también lo relevante para el lector de comienzos del siglo XXI, pues pueden haber pasado más de cien años desde la publicación de este cuento y más de doscientos desde que tuvo lugar la disputa de la que se sirvió Conrad, pero nuestro mundo sigue poblado por esos tristes ofendidos, por esos personajes de semi-ficción que nos obligan una y otra vez a desenvainar la espada con hastío, no con la intención de solventar disputa alguna, sino con el mero pretexto de satisfacer el deseo infantil de recuperar no se sabe qué honor mancillado.
La historia de Féraud, el militar que persiguió a d'Hubert durante casi dos décadas para batirse en duelo, y que se sentía tanto peor cuanto mayor era la indiferencia de su antagonista, nos interpela. El drama de esta tragedia sería imposible sin la distinción entre humillar y sentirse humillado, entre lo que constituye un motivo legítimo de ofensa y lo que se presenta más bien como una rabieta que, lejos de ahogarse en su inmadurez, huye hacia adelante, arrastrando la propia vida y la de otros en el río de la fatalidad, en el barro de la simpleza.
Conrad nos coloca en posición de comprender cómo la locura de unos —la idea que tienen de sí mismos, de sus identidades, sus honores y merecimientos—, trastorna la vida de todos. A lo largo de casi dos décadas, el bueno de d'Hubert no encontró la manera de librarse de su perseguidor, el eterno ofendido, y cuando por fin pudo matarlo y no lo hizo, su gesto sólo sirvió para agrandar la dimensión de la herida. Ya decía Plutarco que, al contrario que la envidia, el odio no se extingue ni con la magnanimidad ni con la desgracia del odiado. El rencor de Féraud solo podría terminar si fuera capaz de dar muerte a d'Hubert con sus propias manos. De ahí la angustia del relato.
Es una historia de naturaleza psicoanalítica, en donde el enfermo contamina lo que toca, cerrando las puertas por dentro
Es una historia de naturaleza psicoanalítica, en donde el enfermo contamina lo que toca, cerrando las puertas por dentro. Desde el momento en que su ofensa no es correspondida, ya no hay marcha atrás. Rectificar sería tanto como reconocer la mentira sobre la que construye su relato. Su honor está en disputa no porque d'Hubert lo haya cuestionado, sino por un pensamiento aun más inconfesable: Féraud, cualquier féraud de los que todos conocemos, se ofende porque su interior se tambalea. Son seres a medio hacer que utilizan los recursos sociales, desde la denuncia al duelo, para edificar su paz sobre el altar del sacrificio. Son al mismo tiempo víctimas y verdugos. Esclavos de sus propios prejuicios, su mal no les da tregua; su cabeza no razona; su corazón no abate.
'El duelo' no es un cuento para niños. Es una historia de terror con demasiados ejemplos en la vida real. El colectivo de los ofendidos puede ser una persona, pero también un grupo que, de manera general, se siente ultrajado. No importa cuantas veces los ignores o intentes aplacarlos. Ni la razón ni la amnistía servirán de nada mientras la ofensa se sostenga sobre un relato de identidades ofendidas y honores falsamente mancillados. En esas condiciones, Conrad lo sabía bien, la generosidad solo incrementa el odio
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