POR LAS DUDAS
Doble vida
Elvira Navarro nos deleite con un nuevo relato, con un punto de misterio, protagonizado por una singular científica
Corazón líquido, por Elvira Navarro
Elvira Navarro
Ella era científica. A veces los periódicos le pedían su opinión para reportajes sobre temas de salud, pero cuando estalló la pandemia le empezaron a encargar artículos sobre el covid. Hasta ese momento, nunca se había sentido incómoda manifestándose públicamente. Sus intervenciones habían sido ... como experta y era raro que alguien discutiera el conocimiento científico. Sus escrúpulos habían ido más bien por el lado contrario: la gente creía que la ciencia era un dogma, la palabra de Dios. Pero con la pandemia incluso la ciencia se politizó, así que, aunque hiciera recomendaciones basadas en datos, todo el mundo creía que estaba posicionándose.
No colaboraba sólo con un periódico, sino con varios, y de distintas ideologías. Todas sus intervenciones daban lugar a una ristra de comentarios. A veces eran elogiosos, pero había muchos enfadados, ilógicos, estúpidos, misóginos, locos. Y, dijera lo que dijera, se la interpretaba invariablemente desde un punto de vista político. Tenía la impresión de que, incluso afirmando que dos más dos son cuatro, habría quien le acusaría de partidismo. ¿Era eso a lo que daba lugar la política, a sacar el lado más necio de la gente?
No colaboraba solo con un periódico, sino con varios, y de distintas ideologías
Al principio, no hacía demasiado caso de esos comentarios, escritos en no pocas ocasiones con faltas de ortografía, pero a veces se daba un atracón. La asombraban las interpretaciones inverosímiles y las teorías de la conspiración delirantes. Sin embargo, no se inquietó de verdad hasta un día en el que leyó uno que repetía, casi con las mismas palabras, la opinión que su marido había manifestado la noche antes. Era una opinión divergente de la suya que había dado pie a una discusión de escasa importancia y que ahora, ahí puesta, le molestó mucho más. Se le pasó por la cabeza que fuese su marido el que rebatía su columna bajo un pseudónimo absurdo, Donnadie. Desechó la idea. La retomó cuando, dos días después, Donnadie volvió a hacer acto de aparición para problematizar, en un tono demasiado familiar, otra de sus opiniones. En esta ocasión también le resultó sospechoso el nick. No pocas veces su esposo usaba esa denominación para referirse a sí mismo, un donnadie.
Googleó el nick y se encontró con que Donnadie llevaba comentando todos y cada uno de sus artículos y entrevistas. Lo que más la perturbó es que un comentarista tan activo se limitara sólo a ella, pues no había rastro de Donnadie en ningún otro lugar.
La idea de que su marido comentase anónimamente sus intervenciones le resultó repugnante. No tenía ninguna prueba de que fuera él, salvo la coincidencia en los argumentos. ¿Y acaso no habría cientos de personas que pensaran igual que su esposo y usaran palabras similares? ¿No se estaría volviendo paranoica debido al clima apocalíptico, a la exposición pública y a que leía todos aquellos comentarios de zumbados que creían que les estaban inyectando microchips en las vacunas o que la población estaba confinada porque los gobiernos querían ocultar que se había acabado la gasolina?
Si bien concluyó que todo eran imaginaciones suyas, la sospecha persistió como una intuición insidiosa. Además, la inquietaba la forma en la que Donnadie rebatía las opiniones de otros comentaristas. Aunque él no estuviera de acuerdo con lo que pensaba ella, parecía haberse impuesto el defenderla de los ataques, como un caballero andante.
La sospecha persistió como una intuición insidiosa
Una tarde se puso a replicar las intervenciones de Donnadie con el alias de Doñaperfecta, como la llamaba a menudo su marido. Lo hizo en el salón, delante de él, que también estaba con su ordenador. Recibió de inmediato la respuesta. El juego prosiguió en los días siguientes, con una creciente angustia para ella, pues cuanto más discutían como Donnadie y Doñaperfecta, menos hablaban entre ellos como Sergio y Nuria. Como marido y mujer.
—Eres tú, ¿verdad? —le preguntó una noche.
—¿Si soy yo? —respondió él—. ¡Pues claro que soy yo!
La miró como si fuera tonta. Ella no le habló en las tres semanas que siguieron, pero Doñaperfecta sí discutió furiosamente con Donnadie. Pensó que se había casado con un psicópata. Una mañana él amaneció con fiebre muy alta y sensación de ahogo, y se lo llevaron en una ambulancia.
—Tiene neumonía bilateral por covid —la informaron. Ella también tenía coronavirus, pero era asintomática. Se olvidó de Donnadie y de Doñaperfecta y pasó una semana en vilo por su marido, quien finalmente falleció. Luego estuvo un mes tan deprimida como contrita pensando en las últimas semanas de ellos dos allí, encerrados en la casa, sin hablarse apenas y rebatiéndose como idiotas en los comentarios a unos artículos.
Los periódicos volvieron a pedirle su colaboración, y ella al principio se negó y más tarde pensó que eso la ayudaría a pasar aquel duelo amargo. El día que le publicaron un nuevo artículo, en el que se permitió abandonar su asepsia científica para hablar de la muerte de su marido por covid, el primero en comentar fue Donnadie para darle el pésame.
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