la talaverana

Poliamor epistémico

No creo que tenga demasiado sentido enarbolar defensa de poliamor alguno. El verdadero amador lo es siempre hacia los muchos

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La apología contemporánea del poliamor es una cosa de jovencitos tristes. Si de lo que se trata es de poder querer a muchos, el concepto nació fallido, pues el afecto es una de esas sustancias formidables que se multiplican con el intercambio. Cuanto más das, ... más tienes. Por eso no creo que tenga demasiado sentido enarbolar defensa de poliamor alguno. El verdadero amador lo es siempre hacia los muchos.

Si de lo que se trata es de defender la poligamia o la infidelidad pactada, la palabra habría salido mucho más perfecta si se hubiera optado por otros elementos compositivos. 'Polisexo', 'multirrollo' o incluso 'cuerniportismo voluntario' habrían sido vocablos algo más inspirados para renombrar la lúdica y hedonista golfería, que es antigua y nunca necesitó coartadas revolucionarias. Pero seguimos siendo muy pacatos y para investir de legitimidad al sexo lo protegemos, todavía, con el disfraz de los afectos.

El humano es y debe ser un animal omnívoro en lo intelectual

Pero si de erotismo hablamos, cualquiera que haya dedicado algún desvelo a la filosofía sabrá reconocer que hay un amor muy concreto y nada dócil, que tiene por objeto a la verdad. En un tiempo en el que las ideas son el marchamo identitario de los idiotas, y en el que cada vez nos complacemos más asintiendo con sumisión a la soberanía de nuestros prejuicios, convendría defender la voracidad indiscriminada por las distintas formas que alumbra el pensamiento.

El humano es y debe ser un animal omnívoro en lo intelectual o, si lo prefieren, poliamoroso en lo epistémico. Es en las letras, pero también en todas las áreas que componen el conocimiento, donde deberíamos arrojarnos sin guardar fidelidades a la más obstinada promiscuidad. Leer de todo y escucharlo todo son funciones imperativas para abandonar la parálisis del ánimo a la que se condenan quienes no desafían sus certezas.

Por eso resulta tan ingenua imagen del intelectual comprometido. La duda, la vocación de verdad y la sospecha permanente son los únicos extremos con los que quien se dedique a pensar debería establecer un compromiso. De ahí que el ámbito intelectual y, por supuesto, el ideológico, sea la única región donde merecería la pena llamarse poliamoroso.

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