Cumplir años como Alex Turner

En el caso de los artistas o de la gente que vive de su imagen, el paso del tiempo genera efectos desconcertantes. A veces, incluso, antes de los cuarenta, esa edad traidora en la que algunos piensan que se está más cerca de los veinte que de los equidistantes sesenta. Pasa incluso en la universidad, donde hay quienes comienzan a mimetizarse con la vestimenta de los alumnos para demostrarse a sí mismos que aún les queda alguna travesura en la recámara. Pobres diablos.

Durante décadas, a las mujeres se les exigió ser eternamente jóvenes y a esa batalla ridícula e imposible se sumaron algunos hombres imprudentes provistos de gorras y patinetes. Por eso admiro a la gente que sabe cumplir años, sobre todo encima del escenario. Cuando son miles los ojos que te miran la posibilidad de convertirte en un idiota se multiplica. Ocurre entre los actores y también entre los músicos. Uno puede renovar el disfraz de sí mismo de joven, como hace Keith Richards, o puede exhibir una madurez armónica en la forma en la que viste y en la que pisa.

Ahí va ganando Alex Turner. En todas sus etapas ha sido capaz de hacerlo bien. Supo debutar con su aspecto de niño desorientado en los 2000 para después pasar hacia una estética de rocker clásico y finalmente lograr, cada vez más refinado, el aspecto del hombre sólido y maduro. No le he visto fallar jamás y sigue sabiendo sortear un abismo por el que se precipitan demasiados. Sincopar los años con la actitud no es nada sencillo. No ya cuando se es viejo, sino cuando acabas de abandonar la juventud invencible. Seguir igual que siempre no tiene ningún mérito. La verdadera virtud radica en saber cumplir años.