LIBROS
El diario de Patricia, o el talento de Miss Highsmith
Diarios
'Diarios y cuadernos' es un libro muy Highsmith porque presenta una doble cara a lo Jekyll y Hyde de manipulaciones despiadadas
Una imagen juvenil de Patricia Highsmith
Un fantasma recorre el género y es el vivísimo fantasma de Patricia Highsmith. Y el imprevisible género en cuestión recorrido por ella no es exactamente el policial ni el 'thriller' ni el de las invocaciones a fondo del 'american psycho' sino una mezcla de ... todo lo anterior. Y, claro, añadirle ese indispensable ingrediente secreto e irrepetible de ella misma, a quien se lee y se relee a partes iguales de temblor y de sonrisa. Una elegante perversión no exenta de humor retorcido y de la más honorable de las amoralidades. Algo que se detecta -con mayor o menor talento, pero siempre parcialmente- en episodios de la demencial serie juvenil 'Riverdale' (donde periódicamente se visitan las aulas de un siniestro 'Highsmith College'), o en buena parte de la buena obra de Patrick McGrath, o en la de confesas discípulas como Donna Tartt o Gillian Flynn, o en películas como 'Swimming Pool' de François Ozon, o en las más recientes 'Los perdonados', basada en la novela del meritorio Lawrence Osborne o 'Inexorable' de Fabrice Du Welz.
Sitios y firmas que nunca llegan a estar a su altura por una sencilla razón: Patricia Highsmith (Texas, 1921-1995), además de una gran escritora de novelas y relatos de Patricia Highsmith, es también un gran personaje de Patricia Highsmith. Lo que no es nuevo: ya lo sabíamos a partir de un par de buenas biografías (la de Joan Schenkar y la de Andrew Wilson y la reciente de Richard Bradford; y el documental dirigido por Eva Vitija) ejecutando variaciones sobre un mismo aria: la idea de una vampira y vampirizada, de una posesiva poseída con un mismo rostro contemplándose en el espejo deformante de la pupila de los demás a quienes manejar y reescribir en muchas ocasiones desde el extranjero geográfico o psicológico.
Pero ahora -cortesía de la ejemplar edición a cargo de Anna Von Planta, destilados en más de 1200 páginas, a partir del contenido de libretas y cuadernos redactados en varios idiomas y prolijamente almacenados en el fondo de un armario bajo sábanas como mortajas- lo sabemos más y mejor que nunca. Porque este ingente material de 'highsmithiana' (publicado en inglés coincidiendo con el centenario de la autora) no se conforma con la simple anécdota sino que se constituye en la tan microscópica como telescópica investigación sobre una patología y metodología donde se funden vida y obra.
Diarios
'Diarios y cuadernos (1941-1945)'
- Editorial Anagrama
- Año 2022
- Páginas 1.251
- Precio 34,90 euros
Así, las juveniles minutas de su agitada, como 'cocktail', abundante vida social (pocas veces se ha escrito mejor y con más sentimiento lo que significa ser promesa incuestionable en la excitante Manhattan de los 40 y 50 y, depredadora en serie, sentirse «hambrienta de literatura, de libros, del mismo modo que mi cuerpo estaba hambriento hace uno o dos meses. Estoy hecha de dos apetitos: amor y pensamiento. Entre ambos, pueden llevarme a cualquier parte, ya sabes», apuntó) que devendrán en resentida y ya casi telegráfica y gélida/frígida misantropía de crepuscular búnker suizo (recuerdan tanto a los 'notebooks' de su muy admirado y, como ella, también 'émigrée' Henry James. No conviene olvidar que su 'El talento de Mr. Ripley'/'A pleno sol' surge de la confesa variación criminal de la magnífica 'Los embajadores'). Así, sus idas y vueltas por el mundo (hay cameos de Lali Gubern y Jorge Herralde), sus amistades peligrosas y breves encuentros y desencuentros (Hitchcock, Carson McCullers, Capote, Dylan Thomas, Arthur Koestler, Wim Wenders, Stan Lee...), sus euforias oscuras y sus extáticas depresiones, su incansable cacería de amores y pasiones, se alternan en el contenido de los cuadernos.
El amar y el matar están separados por una fina línea. Al igual que el sexo, debería ser religión
Páginas donde se recopilan ideas y creencias y autoflagelaciones y las claves de su hacer y deshacer en sus ficciones. Como sucede con los también magníficos 'journals' del también secreto y dual John Cheever, aunque sin su epifánico lirismo, he aquí la fórmula con la que su persona acaba resultando a partir del fundido de personajes. A saber: el dandi sin culpas pero sutilmente atormentado Tom Ripley, sin quien hoy no existiría Hannibal Lecter ni ninguno de sus demasiados derivados (próximo a volver en serie de TV, el mejor hasta la fecha es el de John Malkovich, pienso; mejor ni mencionar la nueva adaptación de 'Aguas profundas', dirigida por Adrian Lyne) y quien, a su manera, desciende directamente de esos testigos activos que son el Ishmael fascinado por la pasión del Ahab de Herman Melville o del Nick Carroway seducido por la fantasía del Jay Gatsby de Francis Scott Fitzgerald; la perseguida perseguidora Therese Belivet en pos de Carol Aird; los rostros Guy Haines y Charles Anthony Bruno en una misma extraña moneda arrojada al aire de un tren; la perturbada Edith Howland desintegrándose entre las páginas de su diario, casi con modales de la colega de Highsmith y casi hermana de sangre Shirley Jackson (de quien acaban de editarse sus muy reveladoras cartas). O (mi favorito) el asesino accidental y escritor Howard Ingham descubriendo en el temblor de la falsificación la justificación del crimen porque, después de todo, se puede matar a alguien sin por eso dejar de ser un buen hombre.
Misoginia y racismo
Así, en este sentido, 'Diarios y cuadernos 1941-1995' es un libro muy Highsmith porque presenta una doble cara Jekyll y Hyde y de Bella y Bestia donde comulgan la práctica despiadada y las manipulaciones casi compulsivas en la no-ficción de una existencia sin pudor y escrúpulos para salirse con la suya (donde no dejan de asomar los aguijones de su antisemitismo y misoginia y racismo y alcoholismo) con la casi prusiana disciplina a la hora de tejer la tela de araña de sus ficciones (aspecto ya explorado en 'Suspense: Cómo se escribe una novela de intriga' pero aquí sin anestesia) en las que gatos y caracoles merecían más amor que los seres humanos en general, y su madre en particular. Y, ¡hey!, ¿quién puede asegurar que no hay algún esqueleto por desenterrar en ese jardín trasero en Locarno?
¿Quién puede asegurar que no hay algún esqueleto por desenterrar en su jardín trasero?
Aquí, el voluminoso volumen que se lee casi como novela pero que en verdad no es otra cosa que un magistral manual de instrucciones/destrucciones para la teoría y práctica de lo que fue su 'Tema' aplicado a la vida de héroes y heroínas confundidos pero a la vez reconociendo la anormalidad de lo normal o la normalidad de lo anormal y convencida -como apunta en 1978- de que «la mayoría de la gente no puede apañárselas con la sesera que le ha sido concedida» y de que «el mundo está lleno de gente que no puede dominarlo, ni afrontarlo».
Aquí, por fin, Highsmith -definida por Graham Greene como «la poeta de la aprehensión más que del miedo»- confiesa lo que antes confesaron todas sus criaturas: que el amar y el matar están separados por una fina línea, que el sexo debería ser religión y que nada supera al segundo martini del almuerzo (y que nada como el alcohol para adoptar una nueva identidad durante la escritura); que el infierno está a la vuelta de la esquina del paraíso; y que siempre hay dos lados en toda persona y que estos son los de víctima y victimario.
Infierno de falsedad
Alguien que (el 21/6/41) apunta que «nunca he querido tanto escribir como quiero ahora. He pasado por un infierno de falsedad, lágrimas, negación, felicidad sintética, sueños, deseos y desilusión, de fachadas de belleza que escondían fealdad, de fachadas de fealdad que escondían belleza, de besos y de abrazos superficiales, de droga y huida. Así que quiero escribir. Tengo que escribir. Porque soy una nadadora que se esfuerza por mantenerse a flote en mitad de una inundación, y con la escritura busco una piedra en la que descansar. Y si mis pies no la encuentran, me hundo». Alguien quien, luego de las campanadas (el 31/12/47) alza su copa y proclama: «Mi brindis de Año Nuevo: por todos los demonios, lujurias, pasiones, codicias, envidias, odios, extraños deseos, enemigos espectrales y reales, el ejército de recuerdos, con los que batallo; ojalá nunca me den tregua». Misión cumplida, deseo concedido.