'Desertar', de Mathias Enard: guerras e infiernos de la conciencia

Y por otro lado, la tercera y sobrecogedora novela breve, 'El coronel no duerme', que mezcla poemas con prosa, de la escritora y fotoreportera Emilienne Malfatto (1989). Una autora que debutó con otro relato de gran dureza, 'Que por ti llore el Tigris' (Premio Goncourt 2021 a la primera novela, igualmente en Minúscula), donde contaba el último día de una joven iraquí, antes de ser asesinada por su hermano a causa de un embarazo fuera del matrimonio.

Envuelto en un entorno fantasmal y desolador, de admirables ecos poéticos, en la novela de Enard, un soldado que ha desertado de una guerra no precisa deambula, evitando pueblos y ciudades calcinadas, en medio de una región que conoce bien. Camina con sus botas malolientes buscando una frontera que se escapa y que quizá ha dejado de existir, como si se tratara de una novela del italiano Dino Buzzati o de Julien Gracq. Mecido por «la magia feroz de la naturaleza», va en busca de algo que antecedió: paradójicamente, la guerra lo ha devuelto «al salvajismo y a la soledad de la infancia».

Quizá su único refugio sea aquella casucha a la que iba con su padre y en la que quizá halle el «descanso» o algo parecido a la fragilidad de la paz, cuando las batallas solo eran un juego y los vecinos aún no eran enemigos. Solo se miraban con desconfianza, aunque «no bailaban en las mismas fiestas y no aplaudían los mismos discursos». Pero la sangre aún no se había desbordado y padres y hermanos no habían acabado en fosas comunes.

El relato que corre paralelo en 'Desertar', en los mismos e inquietantes territorios donde todas las guerras parecen haberse producido, tiene como protagonista a un famoso matemático judío, Paul Heudeber, al que el 11 de septiembre de 2001, a bordo de una barcaza en las afueras de Berlín, su hija y un grupo de amigos y admiradores le rinde homenaje. Antiguo preso enBuchenwald, tras ello se quedaría a vivir la utopía comunista en la RDA, mientras su gran amor Maja se trasladaba a Occidente.

Pero Paul, desilusionado, hastiado, decide en un momento «desertar» de la vida que ha llevado hasta entonces. ¿Todo, civilización y barbarie, está indisolublemente unido por «el fino hilo de la Historia»? Como dirá la hija del científico: «La cercanía entre unas cosas y otras me asfixia: Weimar a dos horas en tren de Berlín, el campo de concentración a tres cuartos de hora a pie de Goethe y Schiller, y de mí».

Por su parte, 'El coronel no duerme' es el impresionante monólogo interior, que toma la forma de confesión ante sus víctimas («¡oh vosotros, mártires míos, que merodeáis por mis tinieblas!»), en el infierno de su conciencia insomne, de un 'especialista' en quebrar a los hombres en los interrogatorios. Se trata de un afamado torturador en un territorio sin nombre, quizá Irak, que han vuelto a contratar, dadas sus artes, los nuevos señores de la guerra que han sustituido, en una Reconquista «que no se acaba jamás», al sanguinario dictador caído. En medio de un ambiente sofocante y grisáceo, de lluvia persistente, que todo desdibuja, incluso a los seres humanos, en lo que es llamado simplemente Ciudad, cada día el coronel baja al siniestro sótano donde ejerce su sádico y minucioso trabajo.