A estas alturas, la vida (XXI)
Cristina Fernández Cubas: «La muerte le pasa a todo el mundo, tampoco hay que ponerse paranoica»
Tras más de diez años de silencio, la gran maestra del cuento vuelve a las librerías con 'Lo que no se ve', un libro que podría resumir toda su obra
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Iniciar sesiónCristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, 1945) tiene los ojos claros y muy abiertos: es una mujer que cree en lo invisible. «Soy amplia», dirá luego, recordando los cuentos que escuchaba en las noches frías de su infancia, cuando era una niña que prefería las ... brujas a las hadas y el misterio era más grande todavía. Viste una camiseta a rayas negras y blancas, lleva un colgante rojo rubí, como las uñas de sus pies. Estudió en un bar que tenía una facultad de Derecho pegada, y de allí no tardó en irse a América en barco para explorar la libertad, que es un viaje sin billete de vuelta: eso era, al cabo. Luego estuvo en Egipto, pero esa es otra historia que tal vez sea de color rubí. Toda esa vida se le intuye en el mapa de su rostro. «El Derecho me vino bien para ordenar mi caos», explica. Y después: «Mi familia era original, por lo menos».
Fernández Cubas hace muecas para subrayar palabras, y a veces cierra las frases con carcajadas: es una mujer que se hace gracia a sí misma, también. En 2023, el premio Nacional de las Letras la consagró como la gran maestra del cuento en España. Acaba de publicar 'Lo que no se ve' (Tusquets), su primer libro en una década. «Ya me había olvidado de lo que era la promoción: qué cosa tremenda», suelta ella, al poco de empezar una entrevista que se interrumpirá dos veces: una por un ilustre poeta y otra por un cruasán. A su lado pasan estas cosas.
—Llevaba diez años sin publicar nada nuevo. ¿Qué ha pasado?
—Fíjate, y no me he dado ni cuenta [y ríe]. Es que el tiempo es… No sé, va muy deprisa, muy deprisa. Han pasado diez años... Bueno, pues ya está.
—Un libro a la década es un ritmo insólito. Hoy la industria exige a los autores que publiquen cada año o cada dos.
—Sí, pero yo nunca he querido eso. Siempre he tenido mis espacios, mis tiempos, mis ritmos. Esta vez me he pasado un poco, quizás, pero es que ni me he dado cuenta. Lo de atenerse a plazos no va conmigo. Escribir es algo que me fascina, pero no quisiera convertirme en una funcionaria de la escritura.
—Hay muchos por ahí.
—Allá cada cual. Yo no lo soy.
—¿La literatura exige silencios?
—Estos silencios son absolutamente necesarios. La vida discurre paralela a la escritura, y a veces la vida te exige unas dedicaciones y unas cosas... Lo que yo no quiero es forzar algo que me gusta mucho, que es escribir y vivir otros mundos.
—¿Escribir es un placer?
—A veces es un disfrute y a veces es todo lo contrario, pero siempre es algo muy intenso.
—¿Trabaja sin horarios?
—Bueno, antes trabajaba por la noche, porque era noctámbula, y ahora las horas que me gustan más para trabajar son por la mañana, recién levantada. Es como que estás y no estás, aún no has dejado del todo el mundo de los sueños. Es un momento de mucha lucidez. Me recuerda a cuando antes iba al cine en las sesiones matinales y despertaba en otro mundo.
—¿Y ahora qué hace por las noches?
—Por la noche estoy cansada y lo que quiero es cenar, dormir y ya está: es la edad.
«Escribir es algo que me fascina, pero no quisiera convertirme en una funcionaria de la escritura»
—Su primera relación con la literatura fueron los cuentos que le contaban para dormir.
—De ahí viene mi fascinación por lo raro, por lo misterioso, por lo inquietante.
—¿Y cómo era aquello?
—Vivíamos en una casa de pueblo. Recuerdo esas noches largas frente al mar, esas noches largas de pueblo y frías, hacía mucho frío. Recuerdo estar con una salamandra y con la Totó, mi niñera, que siempre nos contaba historias. Eran historias truculentas que a mí me gustaban mucho. Y yo en la cama las seguía, porque ella siempre las interrumpía cual Sherezade en el momento más interesante. Decía: «Ahora, a dormir». Yo le tengo mucho agradecimiento. Ella se llamaba Antonia García Payés [hace una pausa]. También recuerdo a mi hermano mayor leyéndonos cuentos. Mi primer contacto con Allan Poe fue gracias a él. Con 'La caída de la Casa Usher'.
—¿Creía en fantasmas?
—Yo creía que todo era posible. Siempre he dejado, digamos, un espacio a lo que no se ve, a lo que no se sabe, por si acaso. Pero no era una niña especialmente miedica. Prefería las brujas a las hadas, que eran demasiado perfectas. Las brujas eran más divertidas: hacían cosas, preparaban ungüentos... estaban en una actividad constante para el mal.
—El título de su nuevo libro, 'Lo que no se ve', también sería un gran título para el conjunto de sus relatos.
—Totalmente de acuerdo. Siempre le he dado carta de naturaleza a lo invisible.
—...
—Somos muy ignorantes. Yo, por lo menos, hay muchas cosas que no entiendo del mundo. No entiendo qué pasa con la muerte. Y con otras cosas. Algunas las aclararemos con el tiempo por la ciencia, pero otras no. Soy amplia en este aspecto: no es solo lo que se ve y lo tangible. Hay más cosas.
—En sus cuentos el tiempo es uno de los temas centrales. En 'Candela viva', la protagonista necesita pararlo.
—Más que el tiempo, me interesa lo rápido que pasa el tiempo: su velocidad. La vida va muy rápida, cada vez más, y una necesita como aposentarse... Cumplir años es toda una experiencia, pero de la que no te das ni cuenta. Los días se acortan. Y no me da la gana: quiero vivir los momentos y apreciar el tiempo, que es un lujo.
—Pensar en el tiempo es pensar en la muerte, ¿no?
—Claro que sí, y eso no me gusta. A los veinte años no piensas en la muerte, pero ahora... No es que sea pesimista, soy realista. Cada año que cumples te quedan menos.
—¿Tiene miedo?
—No sé si estoy preparada. Pero bueno, mira, es algo que le pasa a todo el mundo. No hay que ponerse paranoica.
«Cumplir años es toda una experiencia, pero de la que no te das ni cuenta. El tiempo se acelera»
—Sé que varios de sus cuentos han nacido de sueños. ¿Todavía le ocurre?
—Antes soñaba más, ahora soy un poco insomne. Pero sí: el sueño ha sido un gran aliado; los sueños me han proporcionado títulos, incluso.
—¿Como cuál?
—'El Ángulo del Horror', que me gusta mucho. Es un título que me vino en un sueño. Yo volvía a mi casa y la veía. Era mi casa, pero estaba como desfigurada, como distorsionada más bien. Y yo preguntaba: «Pero, ¿es mi casa?». Y una voz me respondía: «Más que nunca; es que la estás viendo desde el ángulo del horror». Y lo apunté.
—Otra constante en su obra son las hermanas, gemelas o no, que protagonizan sus historias.
—Tiene que ver con la economía de personajes. Las relaciones entre hermanas o hermanos son muy intensas, para bien y para mal: dan mucho juego. Y la casa es un microcosmos. Nosotros éramos cinco hermanos: un chico y cuatro chicas. Sé de lo que hablo.
—¿Cuál es el recuerdo general de su infancia a estas alturas?
—En la infancia está todo lo que vas a ser tú luego. Y las infancias tampoco son tan paradisíacas como la gente se cree. Las infancias son dolientes. Me acuerdo de que era una niña muy feliz y al mismo tiempo muy triste. Porque los niños piensan mucho. Hacen muchas preguntas. Yo la recuerdo muy intensa, mi infancia. Y muy bonita, porque fue en un pueblo.
—¿Siempre tuvo clara que su distancia era la del cuento?
—El cuento es mi fascinación, siempre lo ha sido. Y cuando yo empecé a publicar cuentos, me decían que de mí se esperaba una novela, como haciéndolo de menos. Los cuentos tienen algo misterioso que me gusta mucho, que me ha fascinado siempre, y se adaptan a los escenarios cerrados que me interesan: la casa, el colegio… Lugares donde puedes burlar el espacio y el tiempo.
—Pero también ha publicado novelas.
—Sí, la primera fue 'El año de Gracia', pero es que la historia me lo pedía. Y huí de los espacios cerrados, pero acabé en una isla, que es más cerrada que una habitación [y sonríe]. Es lo mío, que me persigue. Además: mis novelas tienen algo de cuento. Del ambiente onírico de los cuentos.
«Las infancias son dolientes. Me acuerdo de que era una niña muy feliz y al mismo tiempo muy triste. Los niños piensan mucho»
—El primer cuento empieza: «Son ya viejas». ¿Le gusta esa palabra?
—Bueno, es que estoy entrando ahí. Me siento un poco superviviente porque la mayoría de amigos y conocidos no están. Pero, por otro lado, creo que lo llevo bastante bien. A las dos hermanitas del cuento las podría haber llamado ancianas, pero me gusta más viejas, porque así las veo.
—Es una palabra más irreverente.
—Y además, dentro de poco, estará prohibida, ya verás.
—En el último relato, otra vieja llega al final de su vida con una palabra en la boca: «SATISFECHA», así, en mayúsculas. ¿Está satisfecha, usted?
—Bastante satisfecha, la verdad. Creo que he tenido suerte en muchas cosas. La suerte es algo que te viene o no te viene, pero también te la fabricas tú. La actitud también llama a la suerte. En líneas generales, me gusta la vida. La vida que he tenido y la que sigo teniendo.
—No vive en la nostalgia, entonces.
—No, no. Las cosas están muy bien en su tiempo. Hay cosas que echo de menos, claro, personas que no están. Pero en la vida cada cosa tiene su tiempo. Si a mí me dijeran: «¿Volverías a los 20 años?». Pues no. Me gustaría estar fuerte como a los 60, que estaba estupenda.
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