voces contra la renuncia de occidente

La crisis de la transmisión

Quien lo dude, que se pase por las facultades de educación. En sus aulas, como dice Homer Simpson, si algo es difícil no vale la pena estudiarlo

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La transmisión está en crisis porque empeñados en correr tras el viento del futuro, el pasado es una rémora. Quien lo dude, que se pase por las facultades de educación y comprobará que la figura del maestro transmisor ha quedado obsoleta. Hoy el maestro ha ... de limitarse a acompañar, porque enseñar algo a un niño es violentarlo. La mera explicación embrutecería a quien la recibe porque subordina una inteligencia a otra. Si no me creen, lean a Rancière. Nadie quiere ser heredero pudiendo ser pionero. Por eso, lo que predomina en las ciencias humanas es la flacidez intelectual del constructivismo y el historicismo.

El historicismo es la ideología que defiende que si escribimos después de Cervantes, entonces escribimos mejor que él. La manera de refutarlo es encontrarnos a nosotros mismos en los textos de Platón, de Esquilo, de Calderón… Pero los clásicos —no precisamente por su culpa— se han vuelto difíciles y, como dice Homer Simpson, si algo es difícil no vale la pena estudiarlo.

El constructivismo es la versión epistemológica de la preferencia del historicismo por el proceso frente al producto. Nos dice que todas las cosas humanas están socialmente construidas y, por lo tanto, que todo será de otra manera. Solo hay una excepción: el constructivismo mismo, que sería una verdad intemporal. Este es hoy el último reducto de la fe laica.

Estamos tan imbuidos de novolatría que no se nos ocurre pensar que los grandes hombres del pasado hayan podido haber visto en nosotros verdades que el presente esconde. Para recuperar su visión hay que ser modernos, claro, pero no solo. Hay que remontar la corriente del historicismo y el constructivismo para ver las cosas humanas con los ojos de los antiguos.

Hoy el maestro ha de limitarse a acompañar, porque enseñar algo a un niño es violentarlo

Bajo su perspectiva, entendemos que el diálogo suele acabar mal (por ejemplo, con la cicuta); que las ilusiones que proyectamos sobre nosotros mismos son verdaderas en sus consecuencias; que cuando lo posible devora lo real, la realidad nos parece el residuo frustrante de una idea; que si la filosofía busca transformar la opinión en conocimiento, la sofística sabe que una metáfora puede tener más poder movilizador que un silogismo; que la política es la caverna, que es un mundo sin exterior (por ello es posible la autonomía); que para hacer ciencia nos subimos a los hombros de los gigantes que nos han precedido y conseguimos ver más lejos que ellos, pero para comprender las cosas humanas es mejor coger su mano y sentarse a dialogar con ellos (nadie se atrevería a subirse a los hombros de Sócrates); que las tensiones inevitables entre la vida pensada y la vida vivida son una invitación al cuidado autónomo de nosotros mismos; que no hay manera de algodonar el mundo (como pretenden el 'Great Awokening' y el llamado 'emotional turn') para evitar que nos hagamos daño al caer (la realidad duele); que no es sensato vaciarse de ideas para dejar espacio libre a los sentimientos; que si hay una tensión entre la razón (Atenas) y la fe (Jerusalén) es porque la razón se esfuerza en ocultar la fe que la sostiene; que mientras la ciencia busca la fijación del ser, nosotros somos un flujo que no cabe en ninguna definición: pertenecemos al tiempo más que al espacio porque todo cuanto amamos ha sido ya tocado por la muerte; etc.

Los clásicos merecen este nombre porque al incidir en estas tensiones nos muestran las permanencias antropológicas y solo si hay permanencias tiene sentido la transmisión.

«Ecoansiedad»

Como la novolatría se afirma a sí misma mediante la obsolescencia de todo nuestro mundo, vivimos en la paradoja de comprobar cada día un nuevo progreso en cualquier campo del saber sin que su suma nos dé para un Progreso con mayúscula. Más del 50% de los ciudadanos de los países occidentales está convencido de que a la humanidad no le quedan más de cien años de vida y, cuanto más jóvenes, más pesimistas. La ONU ha puesto nombre a nuestro estado de ánimo: «ecoansiedad». La filósofa Deborah Danowski y el antropólogo Eduardo Viveiros de Castro hablan en 'The End of the World' del declive de la aventura antropológica y el filósofo francés Jean-Luc Nancy asegura que vivimos en «el tiempo que sabe que puede ser el fin de los tiempos». Destinados también a la obsolescencia, seríamos los últimos humanoides.

¿Hay alternativa?

«En el cénit de una orgía», cuenta Baudrillard en 'Cool memories', «un hombre susurró al oído de una mujer: ¿Qué vas a hacer después de la orgía?» La respuesta sensata y urgente no es «Pedir hora en el terapeuta», sino «Leer a Platón». 'Fahrenheit 451' es algo más que un escenario posible. Hay orgías que poseen la triste magnificencia del palacio de un dictador

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