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César Antonio Molina: «Tal vez el ser humano acabe viviendo en reservas, como las de los indios en Estados Unidos»
El escritor publica '¿Qué hacemos con los humanos?', un ensayo en el que se pregunta a dónde vamos y quiénes seremos en el futuro hipertecnologizado que nos espera: dudas viejas para tiempos nuevos
Fábula del cautivo en el laberinto de los reflejos
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Iniciar sesiónAla edad a la que otros ya solo recuerdan o lamentan, César Antonio Molina (A Coruña, 1952) ha decidido ponerse a pensar en el futuro, pero no para adivinar hasta dónde llegará el hombre con la tecnología, sino para aventurar qué hombre quedará en ... pie: qué quedará de nosotros cuando todo haya cambiado, cuando la muerte se espante con la medicina y las máquinas nos quiten el trabajo y el sudor de la frente, cuando ya no valgan las reglas del juego y haya reescribirlas desde el poder. El autor, que ha dirigido el Círculo de Bellas Artes y el Instituto Cervantes, y que ha sido ministro de Cultura, acaba de publicar '¿Qué hacemos con los humanos?' (Deusto), un ensayo que recupera las viejas preguntas para los nuevos tiempos.
—Este no es un libro sobre lo que podrá hacer la tecnología, sino de lo que terminará siendo el hombre. Se pregunta cómo nos cambia el progreso, cómo puede alterarnos a niveles profundos.
—Ese es el eje central de este libro, sí: las repercusiones de la inteligencia artificial, de la robótica, del desarrollo médico, de los algoritmos y demás tecnologías en nuestras vidas. Porque creo que no se ha valorado lo suficiente cómo todo esto afectará a nuestra existencia. Tal vez tenga que ver con mi mirada humanística, pero no se trata solo de si habrá más paro por la robotización, o de si la esperanza de vida se extenderá más, sino de que esta revolución va a afectar a nuestros deseos, a nuestras emociones, a nuestras pasiones, al amor, a la sexualidad, a la soledad, a la creación literaria y artística, a la libertad, a las creencias, a los sentimientos, a los afectos, a la educación, al libre albedrío, al destino, a la felicidad, al consuelo, a la fe, a la duda, al destino, al tiempo, a la muerte.
—O sea, a todo lo que nos hace humanos.
—Sí, de hecho hay gente que habla de un genocidio existencial… No sé si el ser humano acabará viviendo en reservas, como las de los indios en Estados Unidos. O en zoológicos en donde las máquinas, los robots, vayan a visitarlos como una especie en peligro de extinción.
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—¿Cuándo se empezó a preocupar por esto? ¿Tan preocupante es?
—Hubo un momento en el empecé a notar que algo se movía contra el mundo interior del ser humano, contra el ser individual, contra su libertad. Fue en el año 2010. Ese año Mark Zuckerberg dijo que la privacidad había dejado de ser una norma social, que había dejado de ser un derecho. Esto a mí me pareció de una gravedad gigantesca. Porque la privacidad es libertad, la privacidad es nuestro sanctasanctórum: ahí está nuestra vida espiritual, nuestro pensamiento, nuestras ideas. Pero nadie dijo nada entonces.
—No es la primera vez en la historia que se persigue la privacidad. O que se ataca, más bien.
—Desde el comienzo de los tiempos ha habido una obsesión de los seres humanos por controlar a los otros. A través del poder, a través de la religión, a través de las ideas. Y eso lo vimos el siglo pasado con los totalitarismos. Porque, ¿cuál era el fin de los totalitarismos? Controlar al individuo, masificarlo, ideologizarlo, fanatizarlo. Pero eso no se ha acabado. El que pensara que con el fascismo, el nazismo, el comunismo o con la mal llamada revolución cultural de Mao eso se había acabado, se equivoca. Este totalitarismo contra el individuo se ha ido extendiendo y se ha ido ramificando a través del desarrollo de estas tecnologías. Se busca cómo controlar la libertad, cómo controlar, en definitiva, la existencia.
—Hay una idea de fondo en el ensayo, una sospecha, más bien, y es la de cuál es el sentido de la tecnología, cuál es su finalidad. ¿No era para mejorar la vida de los humanos? Entonces, ¿por qué nos pone tanto en riesgo?
—La ciencia no es culpable de nada. De la misma manera que la literatura no es culpable de nada. Ni el arte es culpable de nada. Quienes son arrogantes son unos científicos, unos escritores, unos pintores. Pero la ciencia en sí misma no es ninguna arrogancia. De hecho es una parte fundamental de las humanidades. Es interesante lo que decía Einstein: que la perversión de la ciencia es un pecado contra el espíritu. La ciencia no debe de estar contra el espíritu, no debe de estar contra el ser humano, no debe estar contra el ser individual. La ciencia tiene que servir también al espíritu, esa es la lección.
—José María Bermúdez de Castro explicaba en estas páginas que el problema del ser humano es que evoluciona muy lentamente, pero en cambio inventa muy rápido: esa diferencia de velocidades, sostiene, es el origen de muchos de nuestros problemas.
—Kant ya decía que había una aceleración de la historia que nos podía llevar por delante. Ahora la aceleración es terrible. Por primera vez en la historia del mundo, la ciencia y la tecnología van infinitamente por delante del ser humano.
—¿Nos estamos quedando atrás?
—La pregunta es si vamos a ser capaces de irnos reciclando cada día. Me dicen en algunos bancos cuando voy a protestar por la digitalización: hasta los trabajadores tienen dificultades para estar al día. Cuando yo empecé en el periodismo estábamos con el papel pautado y la máquina de escribir… Y ya era difícil adaptarte a los cambios tecnológicos, y eso que era mucho más sencillo que lo de ahora. Adorno dice algo similar a lo de Einstein: defiende que la idea de progreso no puede existir sin la idea de humanidad.
—¿Cree que la inteligencia artificial escribirá las novelas que no vamos a ser capaces de escribir los humanos?
—La inteligencia artificial escribirá mejor que muchos ganadores o ganadoras de premios y escritores o escritoras de 'best sellers', de eso estoy seguro [y ríe]. El peligro que hemos perdido la idea de belleza, del canon de belleza. Y lo mismo ha ocurrido con la idea de la verdad.
—Hay otra frase de Adorno que cita en el libro y ahonda en esa idea: él decía que la fe en el progreso es opuesta a la fe en la interioridad humana. ¿Hay un conflicto entre el progreso tecnológico extremo y la espiritualidad?
—Yo creo que la ciencia va ocupando cada vez más espacio, y a la vez hay menos espacio para la reflexión. Yuval Harari habla de un Homo deus, que es la unión del Homo sapiens y la inteligencia artificial. El Homo deus va a tener o trasplantes en todo su cuerpo, o conexiones con robots u otros aparatos que lo harán más fuerte, más inteligente, casi inmortal. Es decir, que el Homo sapiens se ha acabado como se acabó el Homo erectus o el Homo habilis. Está caducado. La cuestión es: ¿qué fines va a tener el ser humano? ¿Quién se los va a imponer? ¿Y qué decisiones o qué capacidad de decisión va a tener el individuo? Eso es lo fundamental.
—El aumento de la esperanza de vida, ¿qué vida nos depara?
—En 'Historia natural del alma', Laura Bossi explica que estamos ganando años, pero estamos perdiendo la eternidad. Y tiene razón: estamos ganando años, pero es que nos habían ofrecido la eternidad. Porque esta inmortalidad, ¿valdrá la pena? ¿La queremos? ¿Nos es necesaria? No tengo respuestas, pero sí dudas.
—Le cito: «La robotización supone un riesgo existencial para la humanidad».
—Hace unos años, la Universidad de Oxford creó el Instituto para el Futuro de la Humanidad; la Universidad de Cambridge, el Centro para el Estudio del Riesgo Existencial. Y en Berkeley está el Instituto de Investigación de la Inteligencia de las Máquinas, y en Boston el del Estudio de la Vida Futura. Parece preocupante, ¿no?
—No son nombres muy alentadores, no.
—Hay una preocupación intelectual y política, pero sin una gran divulgación. Porque claro, si esto se divulga, la gente por muy narcotizada que esté, con los culebrones y el fútbol y las redes, crearía inquietud. Si se estudia el futuro del ser humano es porque hay alertas, claro. Tenemos que ver a dónde llegaremos. Pero no hay que olvidar que la realidad es sorprendente. La ciencia ha acabado, de alguna manera, con la ciencia ficción. Porque ya la ciencia ficción, la creación mental del escritor, que siempre estuvo por delante de la ciencia, las utopías, las distopías, las novelas de ciencia ficción, el cine de ciencia ficción… todo esto que iba por delante se ha quedado desfasado. La realidad lo ha superado, la imaginación literaria se ha visto sobrepasada por los avances científicos.
—El espacio que requiere la reflexión lo ocupa el ruido, o mejor, el entretenimiento refinado hasta sus niveles más extremos, más eficaces. Hemos pagado eso de nuestro bolsillo: herramientas para estar absolutamente estimulados las veinticuatro horas del día.
—El entretenimiento es muy culpable de la desidia del ser humano. Hoy el ser humano vive gran parte de su tiempo entretenido en perder la vida. Porque perder el tiempo es perder la vida: pasar por el mundo sin reflexionar por qué, para qué, adónde vamos. Ni siquiera dedicarle un segundo a eso es muy triste. Estamos como encerrados en una burbuja de canales de televisión, series, pódcast… En 'Walden dos', Skinner dibujó un lugar supuestamente feliz donde todo el mundo que va entrega su libertad en la entrada, por así decirlo, y a cambio de eso tiene todo lo que quiere. Entregar la libertad significa estar controlado en sus pensamientos, en sus ideas. No tienen problemas para comer, pero la familia no existe, porque uno no se puede reproducir como quiera, ya que los hijos son del Estado. Con esto el entretenimiento es un poco eso: entregamos nuestra libertad a cambio de que durante horas y horas no sufrimos, no tenemos ningún mal, no tenemos nada que pensar; de alguna manera vivimos sin libertad pero no sufrimos. Porque vivir en libertad supone mucho trabajo, esfuerzo y dolor.
—¿Pero le queda esperanza en el futuro de la humanidad o ya no?
—Hay que evitar que se desarrolle el virus de una sociedad sin esperanzas. Para eso se escriben los libros. Para decir lo que tú ves, lo que tú piensas, para llamar la atención sobre algo. Yo vengo a decir que no hay nada más importante que la libertad, ni nada más importante que el ser humano individual, que el individuo. Lo dice Hamlet: «Qué obra maestra es un hombre». Pero la humanidad, como la democracia, se defiende entre todos. No la pueden defender tres o cuatro. Lo tenemos que hacer entre todos.
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