una mirada académica
Catafracto
A veces nos tropezamos con alguna palabra de resonancias antiguas, como es el caso de «catafracto», que dice más del espíritu de nuestros días que muchas actuales
Otros artículos de 'Una mirada académica'
Clara Sánchez
Podría parecer que cualquier palabra que esté en desuso y que se refiera a un mundo desaparecido o perdido habría que arrinconarla cuando no eliminarla porque el significado que acogía en su seno, al no estar presente en nuestra vida ni en nuestra mente, ya ... no nos interese o sencillamente no la necesitemos para nada. Más aun, al pronunciarla podríamos parecer pretenciosos y poner en evidencia la supuesta ignorancia de los demás. No es cuestión de andar rebuscando en el diccionario voces que nos vuelvan unos petulantes.
Sin embargo, a veces nos tropezamos con alguna palabra de resonancias antiguas, como es el caso de «catafracto», que dice más del espíritu de nuestros días que muchas actuales. De algunos espíritus encerrados en sí mismos, protegidos casi completamente del exterior, espíritus pesados, compactos, armados y enlatados, aprisionados en sus ambiciones y obcecación.
Su misma sonoridad remite a una realidad concreta y de una pieza. De hecho, catafracto podría definirse como una máquina de guerra mitad humana, mitad animal, inspirada en los mitológicos centauros. Se refiere a un conjunto de jinete y caballo acorazados por armaduras defensivas, lo que en aquella lejana antigüedad los convertía prácticamente en invulnerables. El jinete iba cubierto de pies a cabeza con casco y en ocasiones máscara, cota de malla o de escamas, guantes y calzado, todo ello de acero. Cargaba además con una lanza larga, daga, escudo, puede que una maza y, aunque quizá no al mismo tiempo, arco y carcaj.
Y el armazón del caballo no dejaba ningún resquicio por donde ser herido. Ambos, jinete y caballo formaban una mole plateada avanzando pesadamente en el campo de batalla. Brillarían bajo el sol como un acorazado, un tanque, un majestuoso monumento arrancado de algún parque. No es extraño que este tipo de guerrero derivara en el caballero medieval que todos recordamos, mucho más ligero y más expuesto, de algún modo más visible.
El armazón del caballo no dejaba ningún resquicio por donde ser herido. Ambos, jinete y caballo formaban una mole
Pero sin el impactante poderío y misterio del catafracto absolutamente blindado a la vulnerabilidad. Aparentemente, porque quien estuviera dentro de la armadura y también el animal sufrirían un enorme cansancio, un agobiante calor o frío y las caídas debían de ser demoledoras con rotura de huesos e incapacitantes para poder levantarse.
Los hombres de acero o de hierro, los catafractos actuales, deberían tener muy presente esta imagen. Por mucho que se armen con miles de asesores, coches blindados, guardaespaldas, cinismo, megalomanía y desprecio por el ser humano un día pueden resbalar y caerse con grandes dificultades para levantarse. Lamentablemente estamos rodeados de catafractos muy obstinados, con el esqueleto oxidado por la edad, por la ambición o por la debilidad de necesitar dominar a los demás para sentirse respetados, pero con la armadura del ego y el poder reluciente.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete