Carlos Martiel: «Hay mensajes que solo llegan a través del cuerpo»

Y lo hace desde su cuerpo, el cuerpo de un hombre negro y homosexual, con el que denuncia en todas y cada una de sus acciones la violencia racial, identitaria, social, a la que sometemos a los que son nuestros congéneres. Un artista que amplía los límites de la 'performance', aclamado internacionalmente, y muy poco conocido en nuestro país.

—¿Por qué 'Mediterráneo' para la Bienal de Lanzarote?

—En realidad esta sería una pregunta para que la respondiera el comisario, no solo yo. 'Mediterráneo' es una obra que hice en 2017 para la Bienal de Venecia que hace referencia al conflicto migratorio en ese mar, de forma que es un monumento temporal a las vidas, sobre todo africanas, personas de medio Oriente, que han muerto en él intentando llegar a Europa. Junto a Adonay Bermúdez pensé que esta es una obra idónea para el contexto de Lanzarote.

—En su texto, Eduardo Carrera, nos invita a leer 'Mediterráneo' en dos direcciones: Desde nuestra perspectiva como espectadores españoles, en la que el mar habla de vidas humanas, de inmigración; y la suya personal, un artista nacido en Cuba, en la que el mar era límite físico y metafórico de cierta libertad. ¿Está de acuerdo?

—Sí que creo que hay un paralelismo entre lo que sucede en el Mediterráneo y lo que también ocurre en el Caribe con la cuestión de las migraciones de Cuba a EE.UU., de La Habana a Florida. La obra se liga pues a mi experiencia personal, algo ajena a la pieza, pero con elementos que sí que se conectan.

—Usted llegó a la 'performance' desde el dibujo. ¿Cómo fue ese proceso?

–Cuando era estudiante de la academia, me especialicé en orfebrería, y en aquellos momentos también realizaba una serie de dibujos con materiales no convencionales como la cera de abeja, el carbón, el óxido de hierro o la sangre. Fue a partir de la sangre que llegué al 'performance', cuando, con 18 años, tenía que ir a las clínicas públicas a pedir a los enfermeros de turno a que me la extrajeran.

Al comienzo no había problemas, pero con el tiempo empezaron a cuestionar su uso, me extraían muy poca o lo rechazaban de plano. Eso me generó una crisis como artista porque veía que quería hacer una obra que no podía realizar. Sin embargo, me hizo darme cuenta que los temas que trataba, raciales, la inconformidad que experimentaba en Cuba siendo un hombre negro, el racismo que se movía en torno a mí, casaban bien con la posibilidad de trabajar con mi propio cuerpo. Así no tendría que depender de terceros para hacer lo que quisiera.

—Un salto importante.

—En realidad, el 'performance' fue para mí como un salto al vacío. Las primeras cosas que hice las realicé sin tener incluso muy claro lo que era el 'performance'. Mi forma de proceder era muy autodidacta. En Cuba tampoco había mucha información sobre la disciplina. Recuerdo que en el primer año de la carrera, vi un libro de Marina Abramovic y me dije: «Eso no es 'performance'. Eso es masoquismo». Y lo rechacé. Así, empecé haciendo más bien 'foto-performance'. Sentía pánico escénico, no podía hacer cosas con público, lo hacía en espacios abiertos, hasta que me deslicé hacia lo que hago hoy.

—Ahora que sí que tendría los medios necesarios a su alcance que desarrollar la obra que quisiera, ¿por qué la 'performance' es la que se acomoda mejor a sus intereses?

—No renuncio ya a ella porque tengo la sensación de que hay cosas que solo se pueden decir a través del cuerpo, que solo llegan a través del cuerpo. Por eso es aún relevante. El nivel de conexión que se logra con la 'performance', por al cantidad de energía que desprende un cuerpo, es difícil de conseguir desde otros medios.

—El cuerpo, su propio cuerpo, se sitúa en el centro de su discurso. Un cuerpo además que es entendido como objeto, mudo, que apenas se mueve, pero que a todas luces sufre. ¿De qué es correa de transmisión?

—Mi cuerpo no es solo objeto en mi trabajo. Es objeto y sujeto a la vez. Como artista, lo que siempre me ha interesado transmitir a los demás es conocimiento, mucho más allá que la violencia que pueda ejercer sobre él. Para mí, el cuerpo es un medio para expresarme, que en mi caso surge en un contexto, el de Cuba, en el que ya hablar era peligroso. Yo viví allí la censura, justo cuando comenzaba la carrera, de forma que desde ese momento me quedó claro que había que «decir sin decir». Con el cuerpo, sin palabras, a través de acciones, sería mi manera de hacerlo. A día de hoy, el cuerpo, para mí, continúa siendo un medio de expresión.

—¿Tiene que ser siempre su cuerpo?

—No, necesariamente. He trabajado con otras personas, con voluntarios, con otros artistas. Pero lo que sí es fundamental es que esté 'el cuerpo'. El mío o el de otros.

—Recupera y conecta con esas corrientes de la 'performance' que violentan el cuerpo, que lo llevan a sus límites. Ha mencionado a Abramovic, a mí me recuerda a Santiago Sierra, a Abel Azcona... ¿Lee de otra manera esa violencia ejercida sobre el cuerpo una sociedad más anestesiada, más hipodérmica, que esconde la muerte, que habla de confort y comodidad y no de dolor?

—El de la violencia es un tema complejo. Ahora que mencionas esos nombres, estoy pensando cuáles eran mis referentes reales cuando yo comenzaba: recuerdo que en esos momentos visitaba la Casa de África, y comencé a leer mucha literatura referente a culturas tribales y sus rituales de iniciación a los que se someten los jóvenes como forma de integrarlos, pruebas en muchos casos de resistencia física. Creo que eso marcó mucho la estética de mi trabajo, más que el dolor por el dolor. También la religión yoruba. Yo vengo de una familia practicante de la santería y desde niño he presenciado rituales de sacrificio de animales para ofrendar a las deidades. Esa violencia no es tan física, y trascendió hasta mi proceder.

Y pienso en lo que significa ser una persona negra en Cuba. Yo llego al 'performance' resultado de toda la inconformidad que durante años acumulé por ser un hombre negro en Cuba, y por no contar con maneras de combatir el racismo allí. Esa violencia social la absorbí y la lanzo con el 'performance' hacia afuera. Es un ejercicio de autoviolencia, sin duda, por su dimensión sacrificial, pero pesa más que la gente se cuestione determinadas realidades con lo que yo hago: sociales, raciales, culturales... Eso solo se puede conseguir con este proceder.

—¿Por qué seguimos siendo racistas hoy y cómo una persona como yo, Carlos, ejerce ese racismo sin ser consciente de ello?

—Precisamente porque está tremendamente interiorizado. Han sido demasiados siglos siendo racistas. Y yo como negro puedo ser igualmente racista. La interiorización se realiza en todas las direcciones. Pero creo que estamos en un momento de cambio, de transformación, donde hay muchas voces que hablan de diversidad, voces distintas, que se están posicionando y que aportan otra perspectiva del mundo. Eso despierta a las personas, les hace descubrir las contradicciones en las que viven. Las cosas cambian cuando el discurso se escribe entre varios. No quiero ser utópico, pero que hay un cambio, eso es algo evidente.

—¿Tendemos a sociedades más o menos racistas?

—Creo que a más. Pero en los últimos años, hay cosas que están cambiando. Me gustaría ser optimista.

—¿Por qué eligió Estados Unidos para vivir, siendo como es una sociedad tan conservadora?

–¡Porque peor que Cuba no hay nada! [ríe]. De allí me fui a Quito. De Ecuador me fui a vivir un año a Buenos Aires. Llegué allí por un proyecto de vida que no funcionó y, cuando tuve que decidir qué hacía, marché a EE.UU. porque tenía un hermano viviendo acá. No sé si este será mi destino final. Pero en lo referente al 'performance', en Sudamérica sentía que estaban muy atrasados a este respecto. Ahora creo que ha cambiado, pero lo que experimentaba allí no era lo que yo quería para mi trabajo. Y acá en EE.UU. he tenido la oportunidad de crecer como artista. Mi práctica no es convencional, yo no soy un hacedor de objetos. Trabajo con mi cuerpo, toco y reflexiono sobre temas incómodos. Eso no se puede desarrollar en cualquier lugar.

—¿Se le da bien trabajar con otros agentes del arte: comisarios, galerías, museos?

—Trabajo bien con otros, lo hago perfectamente, siempre y cuando entiendan bien mi labor. Cuando se llega al fondo, no te quedan en la superficie, soy bueno colaborando con otros. No sé que tendrán los otros que decir de mí...

—Desde su salida de Cuba en 2012 sus mensajes se han ampliado. Habla de la importancia del contexto. Sin embargo, también afirma de la necesidad de ser fiel a los orígenes. Se nacionalizó jamaicano porque su familia provenía de ese país. ¿Cómo resuena hoy Cuba en lo que hace? 

—Yo me formé en Cuba. La estética de mi trabajo se desarrolló allí. Eso es algo que se mantiene por muy global que sea actualmente. A mí no me interesa ser un artista cubano que habla de Cuba desde el exterior. Eso lo entendí en 2012, así como entendí que tengo que aprovechar conceptualmente lo que me brindan los contextos a los que llego. Otra cosa es que cuando yo viajo a Cuba, obviamente, mis trabajos tendrán relación con esa realidad. Allí no se me ocurre hablar de conflictos que no tienen que ver con su contexto. Sin embargo, también hace tiempo que tomé la decisión de no trabajar más allá, tras la Bienal de La Habana de 2019. Solo lo haría con personas que realmente entienden mi trabajo, lo que pasa por ser crítico con cuestiones que a mí me afectan también como cubano.

—¿Cómo vincula origen y orgullo en lo que hace?

—Yo vengo de una familia descendiente de jamaicanos y ahitianos que emigraron a Cuba en los años 20 del siglo XX. Eran gente muy humilde que buscaba trabajo. Mantengo mucha relación con la parte de mi familia que viene de Jamaica, mi abuela y mis tías abuelas con las que yo me crié. Me nutrí de sus historias. Llegué a Nueva York en 2013 y desde entonces comencé un proceso de sentir la necesidad de acercarme más a esa parte mía jamaicana. Eso también lo he logrado a través del arte. Y por eso me nacionalicé jamaicano. En 2016 hice 'Basamento' en Miami, una obra que se ocupaba de la inmigración haitiana a la ciudad, que es muy numerosa. 'Legado', de 2014, iba en la misma línea. En República Dominicana desarrollé 'Hijo de haitianos'... El arte me ha ayudado a abrazar esa parte de mis raíces y mi historia. Porque yo no soy un cuerpo ajeno a nada. En mí habitan un montón de vidas pasadas, y uno tiene que aprender a conectar con todo eso.

—Antes hablábamos de su sentido de la 'performance'. Me centro ahora en temas identitarios, en su condición homosexual. ¿Lo estamos frivolizando todo, lo que entendemos por 'performance', la etiqueta 'queer'? Hay países en los que la gente muere por su sexualidad.

—No sé que responder. Tampoco quiero hablar a nivel general. Creo que es necesario nombrar las cosas por lo que son, aunque es cierto que en muchas ocasiones se frivoliza. Pero otras no. Y al llamar a las cosas por su nombre, la gente se puede identificar con ellas.

 —Me llama la atención que, leyendo sobre autores que le han influido, en una primera etapa incidiera más en artistas y, ahora, en músicos y literatos.

—Una de mis grandes influencias siempre ha sido Eduardo Galiano. Mi manera de ver el mundo cambió definitivamente después de leerlo. También mi práctica y mi idea de lo que yo quería hacer con ella. O Franz Fanon. En la música fue básica Mercedes Sosa... Siento como que profesionales de otras disciplinas me han influido mucho más que los artistas de 'performance' tradicionales o los artistas visuales.

—Supongo que el covid le tuvo que pasar buena factura a un artista que basa lo suyo en la 'performance'.

—Fue tremendo. Pensé que se acababa el mundo [ríe]. Que se acababa mi carrera y que se acababa todo. En marzo, yo tenía un proyecto en Italia que obviamente se canceló. Todos se cancelaron o postergaron. Pero en ese momento sentí la necesidad de seguir siendo creativo. Por ello decidí hacer una obra más objetual, con las cosas que tenía a mano, pues las tiendas de arte estaban cerradas. Con lo que guardo de las 'performances', objetos, materiales, pasé el confinamiento.

Hice también cosas para la cámara, como la obra 'Fundamento', a raíz del asesinato de George Floyd, en la que permanecía atado de pies y manos con una bandera de EE.UU. Esa es una obra que reflexiona sobre la violencia ejercida contra el cuerpo negro en la Historia de este país, pero contextualizada en ese momento. Más tarde pude ir a México, hacer otro vídeo, 'Tercera raíz', que hace referencia a toda la historia de invisibilidad que ha sufrido la población afro-mexicana en los últimos siglos. Comencé también una serie, 'Insignia', banderas que pinto con sangre de personas negras, indígenas, cuerpos racializados... Ya vamos saliendo y ya voy retomando un ritmo normal de trabajo. Volver a viajar cambió muchos las cosas.

—Comentaba antes el miedo escénico en los comienzos. El covid le volvió a dejar sin público.

—A día de hoy entiendo la 'performance' con y sin público. Durante muchos años es cierto que no le di mucha importancia. Es un espectador pasivo que está ahí contemplando. Pero en las últimas obras, como 'Cuerpo', en Los Ángeles, necesitaba de ellos para que me sostuvieran e impidieran que me asfixiara, al estar agarrado con una soga al techo de la galería. En la feria de Bogotá hice 'Despojo', en la que el público miraba mi cuerpo a través de unos agujeros provocados por balazos... Creo que sí ha cambiado la manera en la que obligo al público a contemplar mi obra. Me interesa potenciar eso y lo haré con el tiempo. Y esto sí que creo que es consecuencia de la pandemia.

—Mencionó a George Floyd y 'Fundamento'. ¿Ha cambiado algo la relación con la comunidad negra en EE.UU. tras este trágico suceso?

—No ha cambiado nada. Aquí no ha cambiado nada. Con eso sí que no tengo muchas esperanzas. Hay toda una tradición que protege eso en este país, lo que, viniendo yo de Cuba, me parece impresionante. Son cosas que ni vi, ni imaginé allí. El racismo es la piedra angular de Estados Unidos. Se fundó sobre ideas racistas. La gente se cuestiona, sí, pero que eso lleve a un cambio, lo dudo más.

—Dice: «Mi arte es absolutamente político». ¿Todo arte ha de serlo?

—No. Pero tú como individuo, que vives en este mundo y ves cómo esta la cosa, en el que cada día todo va a peor, es impensable que no tengas una conciencia de compromiso. Con la Historia, con esos cuerpos que te atraviesan, que te habitan. Para mí, el arte ha sido la mejor herramienta que he tenido para expresar lo que siento y lo que pienso, para mostrar cómo yo experimento el mundo. Por eso, lo que yo haga, sí que tiene que ser político. Solo así podré sentir que puedo cambiar la realidad. El arte no está para cambiar el mundo, pero sí para transformarte a ti y la mentalidad del que te mira.

—¿Tiene en cuenta la incidencia del paso del tiempo en su cuerpo? Inevitablemente, todos envejecemos. Su herramienta de trabajo se deteriora con el tiempo.

—Yo intento cuidarme todo lo que puedo. Soy vegano desde hace unos años, camino todos los días, hago ejercicio cinco veces a la semana... Pero es cierto que hay cosas que ya no puedo hacer, o que no quiero hacer o no me interesan. Por ejemplo, todas esas obras de los últimos diez años perforándome la piel no regresarán. Es un capítulo cerrado. Mi cuerpo tiene ya un montón de cicatrices que no quiero que aumenten. A futuro seguro que el 'performance' será la herramienta pero quién dice que no esté haciendo también otro tipo de trabajo, como el objetual que surgió a partir de la pandemia, o el vídeo...

—También nuestra sociedad invisibiliza el cuerpo anciano, el enfermo...

—Hay un excesivo culto a la juventud. Pero creo que eso está cambiando también un poco. Cada vez somos más conscientes de lo que es envejecer y las maneras posibles de envejecer. Y según uno envejece está muy bien ir mostrando ese cuerpo. No creo que haya que hacer como Marina Abramovic que se quita las arrugas... Mostremos el cuerpo tal y como es. Ese es otro ejercicio de sinceridad.

Bienal de Lanzarote

Carlos Martiel

MIAC. Lanzarote. Castillo de San José (Sala Souvenir). Comisario: Adonay Bermúdez. Hasta el 31 de enero de 2023

—¿Futuros proyectos?

—Quiero seguir investigando sobre los temas que he hecho hasta ahora. Viajo en breve tres meses a Brasil para investigar en torno a lo racial, el candomblé... En marzo haré una 'performance' en el Museo de Arte Contemporáneo de Panamá. Será una edición de 'Insignia'. Iré en verano a la Bienal de Casablanca, tengo un proyecto en Lisboa... Todo estará en relación con mis temas habituales, las cuestiones raciales, de género, identitarios...

—En España lo de Lanzarote es su primera incursión.

—Allá no se me conoce y no he hecho más que una residencia de artes escénicas en Barcelona en 2021. Estoy conversando con Adonay Bermúdez para ver si sale algo más por allí. Me encantaría.