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Elena Medel, libros en el centro del lenguaje
Cuando salió de imprenta, en 2004, el primer ejemplar editado por La Bella Varsovia, Elena Medel no era desde luego la escritora laureada y celebrada que es hoy
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Iniciar sesiónApenas dentro de unos días, en cuanto el calendario ponga un pie en 2024, La Bella Varsovia entrará en la celebración de su vigésimo cumpleaños. Cuando salió de imprenta, en 2004, el primer ejemplar editado por La Bella Varsovia, Elena Medel (Córdoba, 1981) no ... era desde luego la escritora laureada y celebrada que es hoy. La autora de libros de poemas como 'Chatterton' o de novelas como 'Las maravillas', traducida a quince idiomas. Aunque estaba claro que lo iba a ser, según la arrancada fulgurante de su primer libro, 'Mi primer bikini', que llegó acompañado del premio Andalucía Joven y que escribió con diecisiete años.
Antes de estrenar su primer bikini, Elena había sido una niña lectora a la que la primera biblioteca que le fascinó fue la de su maestra de tercero y cuarto de primaria, doña Leonor. Y cuya primera heroína fue Heidi. En la serie de dibujos animados de la televisión, pero también en los libros de Ediciones B, que todavía conserva. Eso y los colores: los azules y naranjas de El Barco de Vapor y los rojos de Elige tu Propia Aventura, la colección de Timun Mas. Al pasar del colegio al instituto, alguien le regaló la Antología del grupo poético de 1927, en la edición de Vicente Gaos para Cátedra. Y su mundo cambió cuando se encontró con Federico García Lorca. Detrás de Lorca llegaron Kafka, García Márquez, Virginia Woolf o Carson McCullers, todos ellos en la colección de Obras Maestras de la Literatura de RBA, que sus padres habían ido comprando, semana tras semana, en el kiosco.
Su mundo cambió cuando se encontró con García Lorca. Detrás llegaron Kafka, García Márquez, y Virginia Woolf
El paso de la escritura a la edición se produjo de manera natural. Si de pequeña ya jugaba a ilustrar y encuadernar sus cuentos, en el instituto publicó un fanzine. Y en cuanto se estrenó como autora comenzó también a editar revistas y 'plaquettes'. Era la época de asistir a recitales y, como lo que escuchaba en el escenario le gustaba más que lo que encontraba en las librerías, decidió que si otros no se animaban a publicarlo, ella sí lo haría. Prácticamente durante los primeros diez años de la editorial, el número de publicaciones era directamente proporcional a sus ahorros, y a las ventas del título anterior. Una labor que solo fue posible a fuerza de constancia, pero también de los buenos consejos de su amiga Ana Santos Payán, editora de El Gaviero.
Con frecuencia, dice, cuando se habla del surgimiento de todas esas editoriales que aparecieron en los mismos años que La Bella Varsovia, nos olvidamos de las dedicadas a la poesía. Pero Elena Medel quiere recordar algunos «proyectos míticos» de entonces, como Calambur, DVD o El Gaviero. E iniciativas que resisten, como Bartleby, Cuadernos del Vigía o La Uña Rota. En un momento en el que el acceso a la publicación de poesía casi se limitaba a los premios, llegó la tecnología y simplificó y abarató los procesos. Con todo, cuando editó aquellos primeros libros, con dieciocho o diecinueve años, no pensaba en absoluto en algo perdurable. Hasta el año 2014, de hecho, funcionó casi como aficionada. Pero a partir de ese momento decidió organizarse de manera más profesional. En 2018 entró a trabajar con ella María Martínez Bautista, también poeta y traductora. Y el proyecto se disparó.
Ahora, la escritora también puede hablar con solvencia sobre en qué consiste el trabajo de la editora. Cada libro, cada proceso de edición, como un taller de escritura. Experiencias muy distintas «no ya entre autores, sino entre libros escritos por la misma persona». Política de autor. La edición, como «una conversación: con quienes escriben y con quienes leen». En 2021 se había planteado aguantar un par de años más, hasta alcanzar los veinte, porque estaba cansada. En su caso, diseñaba y maquetaba ella misma, además de encargarse de la parte comercial, la administración y la prensa... Fue entonces cuando recibió la propuesta de Silvia Sesé y Eva Congil. Ahora Anagrama, asegura, permite que de cada etapa del libro se ocupen quienes saben de verdad, además de ampliar el sello hacia espacios que ella nunca había soñado. Más medios pero la misma intención: publicar «libros que piensen la realidad y en los que el lenguaje ocupe el centro».
Y libros, sí, de poemas. Para ese lector de poesía que lo es, dice, desde la fidelidad, por no decir desde la militancia por el libro impreso. Desde hace dos decenios, que es hasta donde alcanza su memoria editorial, la cantinela de que nadie lee poesía o de que la poesía está de moda únicamente «porque se comparte en redes, se canta con una balalaica o se performa en un escenario». Pero su experiencia es otra: la poesía, ese «pequeño pueblo en armas contra la soledad», como decía Javier Egea, existe. Existe y resiste. Resiste y resistirá.
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