Bret Easton Ellis vuelve a la cima de 'American Psycho' y escribe la Gran Novela Americana de la juventud
El autor, estrella de la Generación X, firma 'Los destrozos', una historia bestial en la que casi todos salen malparados: padres e hijos maleducándose mutuamente, desalmados amigos del alma...
Bret Easton Ellis: «Me importa un bledo lo que piensen de mí»
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Iniciar sesión«Abandonad toda esperanza al entrar aquí» era la dantesca e infernal primera frase de la incuestionable (pero en 1991 muy cuestionada y casi cancelada y hoy seguramente impublicable para más de un editor hipersensible) Gran Novela Americana de finales del siglo XX: 'American Psycho' ... de Bret Easton Ellis.
Ahora, Ellis (Los Ángeles, 1964) firma otra Gran Novela Americana igualmente feroz: 'Los destrozos'. Y aquí aquella aún más válida advertencia de los riesgos no es tanto para el lector a introducir en la mente de un asesino en serie con base en Wall Street sino para el impropio Bret de parte del propio Ellis. Porque 'Los destrozos' (ya adaptándose para la HBO) es su alucinada y alucinante 'origin story' y (des)'memoir' selectiva. Así, en 'Los destrozos', un Ellis como 'Fantasma de Navidades Futuras' revisitando 1981. Entonces releerse/reescribirse a sí mismo como adolescente disfuncional intentando encajar en el repetitivo y 'día-marmotesco' paisaje de privilegiados autómatas de cuerpos y sonrisas perfectas que lo rodean y lo acorralan y para quienes la realidad «era una especie de chiste, un absurdo, nada que valiese la pena tomarse demasiado en serio, porque era algo demasiado abstracto...».
Ellis es entonces ese Bret que asiste a instituto exclusivo de una demoníaca Los Ángeles, pierde el tiempo en 'malls' como 'palais proustianos', va al cine no a ver películas sino a diseccionarlas ('American Gigolo' es fetiche top), consume drogas de todos los sabores y colores, y no acaba de asumir del todo su homosexualidad mientras sale y entra con y en la voraz hija de un siniestro productor hollywoodense. Pero lo más importante y casi inconfesable de todo: Bret es también ese joven que lee con ojos de rayos X a Joan Didion y a Stephen King y –entre raya y raya de cocaína–intenta teclear esas líneas que, química y alquímicamente, lo transformarán en 'El Escritor'. Aquel quien debutará en 1985 con el 'best seller' (de)generacial Menos que cero. Y el resto es historia e histeria.
Y, claro, Ellis ya dio muestras de su astucia y genio para la meta-maniobra auto-ficticia y auto-mitificadora pero al mismo tiempo auto-flagelante en el formidable inicio de 'Lunar Park' o en las piruetas auto-referenciales de 'Suites imperiales' así como en los ensayos autobiográficos en 'Blanco'. O en sus muy comentadas/condenadas diatribas contra la fragilidad milenarista progre en su 'podcast' (donde transmitió una primera versión de 'Los destrozos') para furibundo regocijo de quienes lo acusan de ser un conservador oxidado ignorando lo que Ellis siempre fue y sigue siendo: un genio de la sátira social y un moralista amoral además de un formidable estilista dueño de un inglés cromado y filoso que lo pone a la altura de J. G. Ballard y Don DeLillo sin por eso privarse de arrebatos líricos dignos de un F. S. Fitzgerald encandilado por los neones de Sunset Boulevard.
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Todo eso confluye, por fin, en esta novela que es la que mejor lo comprende y lo comprehende; porque en 'Los destrozos' Ellis demuestra un pasmoso entendimiento de los monstruosos sueños de la sinrazón de sus tiempos jóvenes a la vez que explica como, tantos años después, hay pesadillas de las que le resulta imposible despertarse. Ellis lo retro-anticipa ya desde un/otro formidable arranque de los suyos: «Comprendí hace muchos años que un libro, una novela, es un sueño que pide ser escrito igual que uno se enamora: el sueño se vuelve irresistible, es imposible hacer nada al respecto, al final te rindes y sucumbes por más que tu instinto te diga que salgas corriendo porque eso va a acabar siendo un juego peligroso: alguien saldrá malparado».
En 'Los destrozos' son muchos los que salen malparados. Casi todos. Padres e hijos maleducándose mutuamente y desalmados amigos del alma. Y, de pronto, todos esos crímenes y pecados parecen verse simbolizados por las idas de un cultista y casi 'david-lynchiano' 'serial killer' conocido como 'El Arrastrero' así como en las vueltas del recién llegado a la pandilla y apolíneo a la vez que dionisíaco Robert Mallory. Alguien con quien Bret se obsesionará fantaseándolo desnudo y entre sus brazos a la vez que como posible 'L.A. Psycho' e inspirador de mucho (abundan los guiños para 'connoisseurs') de lo que el joven aprendiz de escritor «imaginará» con el correr y arrastrarse de los años y de sus libros. Eso que aquí empieza porque –nos informa el Ellis narrador– «nunca volví a ser el mismo después de 1981 –nunca hubo un periodo de recuperación–, y ahora puedo señalar el momento en que fui feliz por última vez, o más concretamente el momento en que se dieron los últimos vestigios de felicidad, incluso de calidez, antes de precipitarme en el terror y la paranoia y empezar a comprender cómo operaba de verdad el mundo adulto por contraposición a mis fantasías adolescentes sobre cómo había imaginado que funcionaba». Y añade: «Como escritor, siempre estás viendo cosas que no están ahí».
De todo esto tan verdadero trata 'Los destrozos'; aunque se avise no al principio, como es costumbre, sino al final (luego de una de sus crepusculares despedidas marca de la casa) y con mayúsculas que «ESTE LIBRO ES UNA OBRA DE FICCIÓN DE PRINCIPIO A FIN... A EXCEPCIÓN DEL PROPIO AUTOR, CUALQUIER PARECIDO CON PERSONAS VIVAS O MUERTAS ES PURA COINCIDENCIA Y NO RESPONDE A LA REALIDAD». ¿Importa esto? Para responderlo con las palabras del nihilista 'de-luxe teen' Bret en la novela: «Nada importa». Lo que sí importa, y mucho, es esta novela iniciática 'noir' , bestial, explícita, 'pulp' y psicótica viniendo a reconfirmar lo que siempre supieron aquellos que nunca dejaron de admirarlo: en 'Los destrozos' Ellis está más entero que nunca.
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