LIBROS
Baroja en su tiempo (y en el nuestro)
Las identidades colectivas barojianas fueron escasas. Se consideraba vasco, español y europeo, pero sin purismos ni casticismos
Desde el excelente prefacio a su recientísima edición de la primera parte de las memorias de Pío Baroja, 'Familia, infancia y juventud', se pregunta Pío Caro-Baroja qué queda hoy de la España en que transcurrieron las mocedades del novelista. Este vivió sucesivamente, hasta su ... madurez, en San Sebastián, Pamplona, Valencia y Madrid, ciudades muy distintas entre sí. Acaso las más similares, por entonces, eran San Sebastián y Madrid, no tanto en extensión o clima como en ambiente social, pues la primera de ellas no tenía otra función que la de proveer de entretenimiento a la corte durante el veraneo real.
El resto del año, el censo autóctono, compuesto de confiteros, cocineros, tenderos y menestrales, se esforzaba por construir una tradición local, koxkera, a base de gastronomía francesa y cofradías, adornada de una literatura propia en vasco y español, de la que el padre de don Pío, Serafín Baroja y Zornoza, fue una de las figuras descollantes.
Don Pío detestaba ese medio cultural «achabacanado por propios y extraños», del que, en su opinión, muy poca cosa merecía salvarse, pero añoró siempre el sorprendente liberalismo de la canción urbana en eusquera de la San Sebastián de su niñez, representada por los dos grandes y únicos poetas populares de la época, Indalecio Bizcarrondo, Vilinch (herido de muerte mientras defendía la ciudad en el asedio de 1876), y el bardo José María de Iparraguirre, que cantó al Árbol de Guernica, pero, sobre todo, al vino y a las chicas guapas. Perfectamente distinguibles ambos de los 'versolaris' carlistas que animaban el cotarro en la Guipúzcoa profunda.
Pío Baroja fue un individualista a ultranza, pero de un carácter más moral que político
Ahora bien, las simpatías de Baroja estuvieron sobre todo con Irún, capital del país del Bidasoa y Numancia liberal machacada en 1874 por la artillería de don Carlos. De aquellos brumosos recuerdos de su infancia donostiarra bajo fuego graneado nacería 'La leyenda de Jaun de Alzate' (1922), magnífica réplica entre libertaria y vikinga a la Amaya o los vascos en el siglo VIII (1879), el folletón tradicionalista de don Francisco Navarro Villoslada. Se cumple ahora el centenario de la estupenda fantasía medieval barojiana. A lo largo de buena parte de estos cien años, optar por Jaun o por Amaya ha determinado la concepción de la condición existencial de los vascos, bien en términos de libertad o en términos de tradición (abertzale o franquista, pero siempre nacionalcatólica). Ambos ideales, desde el punto de vista del pluralismo ético, serán equiparables e igualmente válidos, pero incompatibles entre sí, como lo demuestra suficientemente la Historia española de los siglos XIX y XX.
Baroja, que se esmeró en dar a conocer esa Historia, optó por el liberalismo y fue individualista a ultranza, pero de un carácter más moral que político. Pío Caro-Baroja, en el prólogo antes citado, elogia una pequeña obra maestra acerca del pensamiento barojiano, 'La sensación de lo ético' (Ypso, 2018), de Mariano Zabía. La moral barojiana no es una norma, según Zabía. No se ajusta ni se somete a una ley religiosa ni política. Responde, por el contrario, a «un sentimiento que emana de una aguda sensibilidad ante el dolor y de un espíritu desbordante de compasión».
En este sentido, el anticristiano Baroja estaba mucho más cerca de lo que se podría pensar al Jesús de la parábola del buen samaritano, que preconizaba la libre decisión del individuo por encima de (o frente a) toda obligación institucional e identidad colectiva. Pero Baroja no fue paulino, no se hacía todo con todos, griego con el griego, gentil con el gentil, o, como el San Pablo acosado por los saduceos, fariseo con los fariseos. Las identidades colectivas barojianas fueron escasas, y todas complejas y fluidas. Se consideraba vasco, español y europeo, pero sin purismos ni casticismos. Había, a su parecer, tipos muy diferentes de vascos, de españoles y de europeos. Entre el cosmopolitismo y la etnolatría, todas las identidades que Baroja reclamaba para sí –muy orgullosamente, por cierto– se abrían a un sesgo individual y anárquico.
Es difícil imaginar que habría pensado de la España actual. El nacionalismo vasco de su tiempo le repugnaba
Por eso se oponía a los nacionalismos, y en general a las ideologías (no sólo a las totalitarias: también a las versiones demasiado políticas del liberalismo). Como otros de su generación, creía que el pueblo español era estupendo, generoso y sufrido, pero que, puesto a hacer revoluciones, se volvía estúpido y brutal. Por ello, aunque estuvo a punto de ser linchado por el requeté, no se distinguió por ensalzar al otro bando de la guerra civil (a la que se refirió siempre como «revolución española»). Temía las rebeliones de las masas, y el contraste que establecía, por ejemplo, entre el borracho individualista inglés, que se va a dormir pacíficamente la mona a un banco del parque, y los curdas gregarios españoles que la emprenden con el vecindario, distaba de ser un mero alarde de ingenio.
Es difícil imaginar que habría pensado de la España actual. El nacionalismo vasco de su tiempo le repugnaba por integrista y clerical. Hoy es una ideología fuertemente secularizada, en general, y anticristiana en su versión más progre (tanto, que una de las últimas ediciones de 'La leyenda de Jaun de Alzate' lleva el sello de Txalaparta, editorial estrella de la izquierda abertzale). Supongo que don Pío no entendería nada.
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