Libros
La que se avecina con Tess Gunty
Narrativa
Aquí viene la debutante Tess Gunty, reciente ganadora más joven de la historia del National Book Award, con 'La conejera'
Otras críticas del autor
Tess Gunty (Indiana, 1993)
Pasen y sigan pasando que todavía hay apartamentos a ocupar. Aquí viene la debutante Tess Gunty (Indiana, 1993), reciente ganadora más joven de la historia del National Book Award, con ‘La conejera’. Y, sí, Gunty se une así a una camada saltarina que no ... deja de dar alegrías y emocionar a la vez que muestra dientes y desgarra cuellos como aquel conejo en aquella película de los Monty Phyton. No confiarse y nunca bajar la guardia porque Gunty —como las feroces Clare Vaye Watkins, Emma Cline, Catherine Lacey y Ottessa Moshfegh entre otras— sabe muy bien lo que busca y quiere y lo encuentra ya desde las primeras páginas.
Novela-en-cuentos coral e inmobiliaria (todo transcurre en un poco vistoso edificio de en la ficticia Vacca Vale, en el mediocre Medio Oeste norteamericano) cuyo primer pero engañoso automático reflejo podrían ser aquellas instrucciones de uso vitales de Georges Perec.
NOVELA
'La conejera'
- Autora Tess Gunty
- Editorial Sexto Piso
- Año 2023
- Páginas 425
- Precio 24 euros
Pero que en verdad está más cerca de mecanismos ya edificados por el John Cheever novelista-atómico o el Denis Johnson de ‘Hijo de Jesús’ o el Paul Auster de ‘El palacio de la luna’ o el Charles Baxter de ‘El festín del amor’ o el Stephen Dixon de ‘Autopista’ (Gunty fue también alumna de Rick Moody y de Jonathan Safran Foer y, sí, sus enseñanzas se notan). Y de acuerdo: por momentos uno siente que ya leyó ‘La conejera’, pero la buena noticia es que, de ser así, vale mucho la pena volver a leerla.
Aquí, un puñado de inquilinos marcados por las propias miserias pero nunca demasiado lejos de la redención epifánica aunados por la mirada extática y casi santa de Blandine Watkins (apartamento C4), quien muere en la primera oración de ‘La conejera’ para así abrazar la omnipresente condición de inmortal ‘deus ex machina’. Y Blandine es una perfecta y admirable guía inmobiliaria: una belleza de dieciocho años de formidable inteligencia y alguna vez lolita escolar, ahora de vida casi dickensiana y compartiendo piso con adolescentes perdidos u olvidados. Una suerte de Alicia lejos del país de las maravillas y adicta a los opiáceos y a los místicos y mártires del siglo XII y con una perturbadora facilidad para destilar ‘Grandes Ideas’ y aplicarlas a la pequeña vida/muerte suya y las de quienes la rodean en ese bloque de viviendas.
Una prosa que ofrece imágenes sorprendentes y pensamientos imprevisibles
‘La conejera’ del título: originalmente erigido bajo el más falsamente refinado nombre de ‘La Lapinière’ como residencia para los trabajadores de la fábrica de automóviles Zorn, alguna vez floreciente industria local y ahora en desenfrenada caída libre y sin cinturón de seguridad. Y las paredes de ‘La Conejera’ son muy delgadas y se oye (y casi se ve) todo y a todos como si se tratase de unas de esas escenografías de película de Wes Anderson.
Toxicidad
Enganchados a ‘apps’ y a redes sociales y a interminables series de televisión y a cerezas maraschino y a obituarios y aterrorizados por los ojos de un bebé y resignados a su propia mirada en el espejo del botiquín. Y todo se complica—o se moviliza más en esa tierra baldía y zombi— cuando un ‘entrepeneur’ neoyorquino de propone revitalizar a Vacca Vale. Cosa que a Blandine no le causa la menor gracia, porque esto viene a estropear sus meditaciones y porque, sí, alguien dice por ahí que «las personas son peligrosas porque son contagiosas» y porque «te infectan sin pedir permiso».
Algo parecido sucede con la contagiosa ‘La conejera’: una novela cuyo tema es la toxicidad y que —tal vez desconcierte o moleste a lectores más acostumbrados a cierta linealidad— acaba resultando más atractiva en sus digresiones que en sus precisiones con una prosa que no deja de ofrecer imágenes sorprendentes y pensamientos imprevisibles hasta alcanzar ese final/principio tan lírico y definitivamente violento y amén y bendita seas, Blandine.