'Arenas de Arabia': una legendaria aventura por el Territorio Vacío

Allí los desafíos de la vida beduina -las privaciones y el peligro, el hambre y la sed, el cansancio de las grandes marchas- se compensaban con la belleza del paisaje, la camaradería con los compañeros de fatigas, los relatos y anécdotas contados junto a una hoguera crepitante. Un mundo borrado no hace tanto cuyo latido podemos experimentar con la lectura de uno de los grandes clásicos de la literatura de viajes, 'Arenas de Arabia', de Wilfred Thesiger, feliz y oportunamente rescatado por Capitán Swing.

Wilfred Thesiger (Adís Abeba, 1910-2003), hijo de un diplomático británico, es uno de los últimos exploradores románticos, especie que fue extinguiéndose a lo largo del siglo XX por mor de una tecnología que ha estrechado mentes y tierras de conquista. Se educó en Eton College y Oxford, pero pronto sintió la llamada de África -al fin y al cabo su lugar de nacimiento-.

'Arenas de Arabia'

• Autor: Wilfred Thesiger
• Editorial: Capitán Swing
• Páginas: 408
• Precio: 23 euros

En 1933 lideró una expedición para explorar el curso del río Awash, que tenía su nacedero en las tierras altas de Etiopía y se perdía después en una región inexplorada, con un enigma sin resolver, pues no había constancia de que sus aguas alcanzaran el mar Rojo. Aquella peripecia por el país de los afar, pastores nómadas, está recogida en otro libro impagable, 'Pioneros de lo imposible' (Javier Jayme, Alianza Editorial). Pero son los viajes entre 1945 y 1950 por «las arenas», como conocían los beduinos el territorio inhabitable entre Omán, Yemen y Arabia Saudí, el infierno en el que «a menudo sentí, fatigado en cuerpo y alma, el intenso deseo de escapar», donde se sintió libre y conmovido, camuflado con el paisanaje, como ese T. E. Lawrence también mítico. Y de aquellas arenas, estas letras. El viaje como iluminación.

Cuando décadas después, en su regreso a Omán, Thesiger se reencontró -¡en una ciudad con semáforos!- con algunos compañeros de «los cinco años más memorables» de su vida, vio hombres de barba canosa que eran incapaces de montar en camello (aunque todavía lo tenían en su menú). «Se habían adaptado a una nueva Arabia, algo de lo que yo era incapaz. Nos separamos antes de partir para Abu Dabi, que me pareció las mil y una pesadillas». Puede que recordara a Séneca («Dejemos de querer las cosas que hemos querido») o que se consolara con la relectura de su libro, el tributo a un pasado desaparecido y magnífico.