La trasatlántica
Mafalda 'returns'
Su desesperación frente a la incompetencia de sus padres, ahora, en tanto habitante de los Estados Unidos, se me figura una forma razonable del reclamo
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Iniciar sesiónRodrigo Fresán dijo en un artículo escrito a propósito de la muerte de Quino que la gran épica de la clase media que la literatura argentina aún no ha podido atrapar en una novela, está en Mafalda. Tiene razón. Así como Roberto Bolaño —un chileno ... que vivió un tiempo corto en la ciudad de México y nunca más volvió—escribió en ‘Los detectives salvajes’, la novela que mejor reorganiza a la capital mexicana como materia literaria, Quino, que hacía tiras cómicas, dejó en Mafalda la gran novela sobre la más emblemática, pero también la más puteada y apta para la superviviencia, de las clases medias hispánicas.
Lucas Adams, cartonista y editor de los New York Review Comics, me contó que desde tiempo corría un rumor por el mundo editorial gráfico de Nueva York: Frank Wynne, un traductor literario tan respetado como bravo, estaba vertiendo Mafalda al inglés y los derechos de publicación, por difícil que pareciera de creer, estaban libres en inglés. La gente que conocía el cómic legendario de Quino lo había leído en español, así que nadie parecía haber registrado la burrada monumental que significaba que no existiera en inglés.
El primer tomo de esta nueva emprendida de Mafalda, apaisado como los de las legendarias ediciones de La Flor, fue publicado hace unas semanas y ha tenido una acogida mediática desproporcionada con respecto al género ‘historieta’ —críticos y publicaciones con calibre más bien literario le han dedicado cacumen y espacio—, probablemente porque ningún país en el mundo esté tan urgido de la malhumorada e impaciente sabiduría de Mafalda como los Estados Unidos.
Mafalda es una persona de razón en un mundo que la ha perdido. Hay que volver a escucharla
Al menos yo, y vaya que estoy fogueado en el fracaso latinoamericano, nunca viví en un sitio y un momento en el que se tuviera con tantísima claridad la sensación de que un grupo de tontos se está acabando un país, una tradición y, si me apuran, un mundo, sólo por el placer de verlo reventar. La desesperación de Mafalda frente a la incompetencia general de sus padres, que me pareció siempre hilarante, ahora, en tanto habitante de los Estados Unidos, se me figura una forma razonable del reclamo.
En ‘Cartucho’, una novela fragmentaria magistral de la mexicana Nellie Campobello, una niña de una ciudad pequeña del norte desértico mira pasar la Revolución Mexicana por su ventana. Campobello hacía en su libro un ejercicio de memoria sobre el momento de parto del México moderno, pero al situar la narración en la voz de una niña separada de la realidad por el marco de la ventana, se permitía contar algo enorme, tectónico, con la ternura de lo más mínimo, lo que no le importa a nadie, o mejor: lo que nadie entiende que es lo realmente importante.
Mafalda empezó a publicarse en Argentina en 1964, un momento de estabilidad relativa, pero a año y medio de la aparición de su primera tira, inició para la gente del país un proceso de descomposición democrática que transformó a una clase política en una jauría. Mafalda, que aunque es una niña no es propiamente inocente —como lo es su amigo Felipe— no es de izquierda o derecha: la incomoda tanto el capitalismo salvaje de su pana Manolito como el anarquismo sin trabas de la bajita Libertad. Es una niña que adora a la democracia —esa diosa taciturna y capital— tanto como detesta la sopa —una sustancia entre sólida y líquida, casi siempre desafortunada. Mafalda es una pida y líquida, casi siempre desafortunada. Mafalda es una persona de razón en un mundo que la ha perdido. Hay que volvernos a sentar, volver a escucharla.
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