EXPOSICIÓN
Actualidad de la estética orteguiana
Aniversario de un clásico
La Fundación Ortega-Marañón acoge la magnífica muestra Cien años de 'La deshumanización del arte', sobre el trascendental ensayo de Ortega y Gasset
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Iniciar sesiónVivimos en un esteticismo generalizado, deambulando por un ‘sistema del arte’ intranscendente, neutralizada la transgresión o convertida en ritual para iniciados que ya están de vuelta de todo. «El arte —apunta Baudrillard en una suerte de mantra de desencanto— sigue pretendiendo ser arte, cuando ... no es más que una especie de metalenguaje de la banalidad». Esa (im)pura superficialidad del arte contemporáneo, descrita por el teórico del simulacro, puede ponerse en relación con el ‘elogio’ que Ortega y Gasset hacía de lo que llamaba «arte artístico».
Tanto ‘La deshumanización del arte’ (1925) como ‘El complot del arte’ (1996), de Jean Baudrillard, describen unas prácticas artísticas ‘fraudulentas’, si bien de la vanguardia a la neovanguardia se ha repetido una historia que ha terminado por degenerar en una patética comedia, a la postre insignificante.
Recordemos que la comprensión de la modernidad y el juicio sobre el «arte joven» de Ortega y Gasset tiene como base un prejuicio sociológico: la masa es incapaz de entender el «arte artístico». Ortega transmite, puede que inconscientemente, cierto tono nietzscheano ante ese «arte minoritario» que produce entre sus receptores lo que califica como una «aristocracia instintiva».
La crítica de Nietzsche a la moral gregaria adopta en el pensador español la forma de una comunidad de ‘los mejores’ que se reconoce, gracias al arte, frente a la muchedumbre. De forma polémica, en el tiempo de las vanguardias, se declara que la misión de la aristocracia estética es combatir a la masa incapaz de comprender lo nuevo.
«Se acabará el tiempo en que la sociedad —escribe Ortega—, desde la política al arte, volverá a organizarse, según es debido, en dos órdenes o rangos: el de los hombres egregios y el de los hombres vulgares […]. Bajo toda la vida contemporánea late una injusticia profunda e irritante: el falso supuesto de la igualdad real entre los hombres».
Vemos los libros de Stendhal o Flaubert que Ortega leyó con devoción o las notas que redactó sobre Azorín y Baroja
La magnífica exposición que Azucena López Cobos ha comisariado sobre ‘La deshumanización del arte’ cuando se han cumplido cien años de la publicación de ese ensayo capital, es un archivo extremadamente rico que permite que hagamos la lectura de los materiales que estaban poniéndose en juego en un momento en el que España estaba ‘perdiendo’ el ritmo de la vanguardia.
Así vemos, en unas vitrinas estupendamente organizadas, los libros de Stendhal o Flaubert que Ortega leyó con devoción o las notas que redactó sobre Azorín y Baroja, siendo, sin ninguna duda, su ensayo ‘Meditaciones del Quijote’ (1914) una de sus grandes obras iniciales. Este gran pensador multiplicó su vocación de educador, dinamizado por una curiosidad inmensa que le llevaba desde la atención a Einstein a la pasión por la música como es manifiesto en los artículos que titulará ‘Musicalia’ (1921).
Cuando estaba recorriendo esta muestra tan instructiva, Domingo Hernández Sánchez, catedrático de estética de la Universidad de Salamanca y coordinador del centenario de ‘La deshumanización del arte’, me hizo reparar en que una cita de Ortega según la cual «la estética es una cuestión política» podría hoy ser también sostenida por Jacques Rancière.
Sin duda, hay una ‘intempestiva contemporaneidad’ en las cuestiones estéticas orteguianas y, sobre todo, una influencia que ha sido desentrañada oportunamente. Necesitamos volver a pensar la radicalidad de esta ‘deshumanización’ en un mundo que es, en todos los sentidos, atrozmente inhumano, cuando el discurso del post-trans-humanismo está, en mi opinión, agotado o metido en un laberinto academizante. Eso no tiene que suponer una nostalgia o anhelo de retorno del ‘humanismo occidental’ ni una regresión a lo ‘canónico’, cuando lo que necesitamos es, propiamente, afrontar lo que mismo Ortega llamara «el tema de nuestro tiempo».
Asco a las formas vivas
Ortega estaba preocupado principalmente por saber de qué nuevo estilo general de vida es síntoma y anuncio el asco a las formas vivas, la deshumanización que se aprecia en el arte. El arte nuevo que caracteriza en 1925 se dispone como una auténtica distorsión de lo que hasta ese momento se consideraba arte: exige adecuación y atención a la transparencia. El poder de acomodación a lo virtual que constituye la sensibilidad artística es el que pone en movimiento la tendencia a la purificación del arte de la que surge la moderna deshumanización: «Esta tendencia llevará a una eliminación progresiva de los elementos humanos, demasiado humanos que dominaban en la producción romántica y naturalista».
Cien años de 'La deshumanización del arte'
Colectiva. Comisaria: Almudena López Cobos. Fundación Ortega-Marañón. Madrid. c/ Fortuny 53. Hasta el 19 de diciembre
Lo que despuntaba era un «arte para artistas» que generaría espacio que «hace imposible cualquier convivencia». Ese universo abstruso, el de ese arte de «épocas inciertas» sobre el que meditaría María Luisa Caturla en su crucial libro de 1944, nos incita, según Ortega, a buscar una nueva vida, «una vida inventada» en la que es posible un trato diferente con las cosas. Aunque también, como sugiere en las últimas páginas de ese texto tan fecundo, puede que terminemos entregándonos a un «pirueteo universal», a una «inesperada puericia».
Con un guiño, si tal cosa es posible, a la inteligencia artificial, concluye el recorrido archivístico de la exposición en la Fundación Ortega-Marañon, esto es, con la respuesta de ChatGPT que introduce una feliz errata al entender que la cuestión crucial es la «deshumanización». En efecto, nuestras acciones, incluido el «elitismo de la inteligencia», determinarán el destino de nuestro tiempo.
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