POR LAS DUDAS
Acosadora
La sensación de querer volver con él, de poseerle de nuevo, le duraba cada vez más, y en ese momento, ya borracha, aquel sentimiento la enardeció
Otro relato de Elvira Navarro
Elvira Navarro
Empezó a beber a solas el día que se divorció. Abrió una litrona y se la llevó al sofá. Hacía más de un año de la marcha de su exmarido, pero de repente tuvo la impresión de que había tenido lugar ayer mismo. ... Le pareció que olía al tabaco que él fumaba, que los cojines sobre los que se recostaba guardaban la forma de su cuerpo, como si hubiera estado sentado allí hasta hacía pocos minutos. Vio al trasluz unas manchas sobre la mesa, semejantes a huellas de pies; una metáfora de lo pisoteada que se sentía. Conforme fue vaciando la botella, empezó a experimentar lo contrario: las huellas ya no la aplastaban, sino que la convidaban a un baile.
Le tocó quedarse con su hijo y no probó el alcohol en toda la semana, pero el domingo por la tarde, tras dejarle en casa de su padre, con quien había acordado una custodia compartida, descorchó una botella de vino y la paladeó rememorando la mirada desabrida de Luis. Desde que ella insultó a su nueva novia, él no disimulaba su desprecio. Ella había aceptado, e incluso promovido, la separación y luego el divorcio —hacía años que la pareja no funcionaba, casi desde que habían tenido al niño—, pero cuando su ex la informó de que estaba con otra, sus certezas se hicieron añicos. La sensación de querer volver con él, de poseerle de nuevo, le duraba cada vez más, y en ese momento, ya borracha, aquel sentimiento la enardeció.
Se notaba un poco febril. En la configuración de su móvil, seleccionó la opción de ocultar número. Luego fue a la agenda y le dio al circulito con la inicial de Luis. Eran las once de la noche. Tras tres tonos, escuchó un desconfiado ¿Sí? Cortó inmediatamente. Le temblaba la mano. ¿Y si en la pantalla de él no había figurado como número desconocido? Volvió a asegurarse de que, en efecto, estaba marcada esa opción, y se metió a la cama diciéndose que, si había visto que era ella, podía ponerle la excusa de que le había llamado por error.
Al día siguiente se levantó con el corazón desbocado. En su teléfono seguía activada la opción de número oculto y no la cambió. Sabía que se estaba comportando como una paranoica, pero eso no mejoraba su ánimo. Se compró un nuevo móvil. La dependienta le preguntó si deseaba otro número o conservaría el suyo, y ella le dijo que otro. De vuelta en su casa, se llamó desde su teléfono al nuevo y confirmó que aparecía como desconocido, pero no se tranquilizó del todo hasta que no le hizo una videollamada de WhatsApp a Luis para hablar con el niño. Su exmarido se asomó apenas a la pantalla. Hola, ahora te paso a Mateo. La secuencia le pareció idéntica a la de todas las tardes.
Eran las once de la noche. Tras tres tonos, escuchó un desconfiado ¿Sí? Cortó
Fue abstemia durante las tres semanas siguientes, pero un sábado vio a lo lejos a Luis con su novia tomando el aperitivo en la terraza de un bar al que ellos habían ido a menudo antes de tener al chiquillo. El estanque maloliente de sus emociones se agitó con violencia. ¿Por qué tenía que llevar a aquella mujer precisamente allí?
Por la noche se despachó otra botella de vino. Envalentonada, sacó del cajón el móvil recién adquirido y seleccionó la opción de número oculto. Primero se llamó a sí misma para cerciorarse de que aparecía como desconocido, y luego a Luis. ¿Diga? ¿Quién es? ¿Oiga? Le llamó cuatro veces seguidas.
Al día siguiente, cuando fue a por Mateo, no se atrevió a mirar a su exmarido a los ojos, y se prometió no volver a telefonearle de manera anónima, pero cuando se quedó otra vez sola no tardó ni una hora en abrirse un vino blanco. Antes de acabar la botella, ya estaba prendada de aquellos ¿Diga?, ¿quién es?
Lo hizo cuatro, seis, diez veces más. Compraba vino en las semanas en las que estaba sola, y las noches se convertían en un festín de llamadas anónimas a Luis.
Impunidad
Barajó pedir cita con un psicólogo. Se angustiaba incesantemente por Mateo. Si la pillaban, se acabaría la custodia compartida, quizás incluso le prohibirían verle, como a esas madres maltratadoras o locas. ¿Luis vivía aquellas llamadas como un acoso? Empezó a interrogar sutilmente al niño para colegir algo sobre su padre. Pinchaba en hueso; Mateo se había vuelto hermético, y tal vez ahí estaba la respuesta.
Una madrugada, tras el ¿Diga? y el silencio de ella, su exmarido preguntó: ¿Yolanda? Colgó de inmediato. Fue una manera de delatarse. Lloró hasta el amanecer. Estaba segura de que, al día siguiente, tendría que presentarse en comisaría y le quitarían al niño. Por la mañana, se duchó, se vistió y se maquilló. Esperó sentada en el jardín a que algo de eso ocurriera, pero no pasó nada. El domingo fue a recoger a su hijo, que la abrazó con total normalidad, aunque ella no sintió normalidad alguna, sino impunidad
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