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LIBROS

Tom Wolfe contra Noam «Carisma» Chomsky

El lanzamiento en España del último libro de Wolfe, «El reino del lenguaje», coincide con la publicación de un libro de entrevistas al pensador y activista

Jaime G. Mora

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Tom Wolfe decía que para sentirse vivo cada mañana, cuando despertaba, necesitaba estar peleándose con alguien. Así se explica que con 85 años, sin nada que demostrar después de haber revolucionado la escritura de no ficción hace medio siglo, se metiera en el lío de poner en duda la teoría de la evolución. Y todo para atizar a Noam «Carisma» Chomsky , el hombre que con su descubrimiento de que el lenguaje no se aprendía, sino que se venía al mundo dotado de un «órgano del habla», igual que se nacía con un corazón que latía, revolucionó en los años sesenta la disciplina de la lingüística.

Chomsky, el anticapitalista que en 1967, «¡buuum!, se disparó como un cohete» al reclamar que los intelectuales tomaran partido contra la guerra de Vietnam. El pensador de «Cosas Elevadas» que se hacía detener por la Policía «a última hora de la mañana o a primera de la tarde, si hacía bueno», para llegar a tiempo de contar sus batallitas en los locales de moda de Nueva York. El intelectual «superlativo» que «lanzaba rayos de manera incesante y a un ritmo asombroso a los malhechores de allá abajo»: 118 libros (dos al año), 271 artículos (4,7 al año), numerosas conferencias…

« El reino del lenguaje » (Anagrama) es el último título que publicó Wolfe, dos años antes de su muerte, en mayo , y supuso su regreso al ensayo tras dieciséis años centrado en la novela. El lanzamiento del libro en España, que no busca sino parodiar la erudición inagotable de Chomsky, coincide con la publicación de « Malestar global » (Sexto Piso), en el que el lingüista y a la vez filósofo político y activista izquierdista despliega toda su gama de saberes.

Temas que van desde la llegada de Trump al poder o la campaña de Sanders –el único que, en las primarias demócratas, consiguió romper «claramente con el modelo imperante»– a su recurrente crítica al capitalismo o las implicaciones de la caída del petróleo ocupan las respuestas de Chomsky a las preguntas de David Barsamian . Este periodista incluye en «Malestar global» sus mejores conversaciones con el «hombre récord de entrevistas concedidas», como le llega a plantear. «Me resulta imposible mantener el ritmo –responde Chomsky–. Todas las noches recibo decenas de solicitudes».

Reconocido y respetado como uno de los pensadores más importantes de las últimas décadas, el nonagenario Chomsky pontifica en «Malestar global» con la lucidez de la que se mofa Wolfe. ¿Están los aliados de Israel contribuyendo en realidad a su destrucción? «Lo vengo diciendo desde la década de 1970»… ¿Qué opina sobre el Brexit y el auge de la derecha en Europa? «En primer lugar, no está claro que el Brexit vaya a aplicarse»… ¿Cómo fue su primer acto de rebeldía, cuando se negó a comer gachas de avena? «Puedo ubicarlo en el tiempo porque recuerdo dónde estaba. Tenía un año y medio. […] Recuerdo con nitidez mi esfuerzo para no tragar las gachas»… ¿Tiene alguna teoría de la longevidad? «Sí. Es muy sencilla. Si montas en bicicleta y no quieres caerte, tienes que seguir pedaleando… y rápido».

Chomsky interpreta a la perfección el papel de «valeroso intelectual» que Wolfe, republicano confeso, deforma en «El reino del lenguaje», un libro vapuleado por la crítica estadounidense: en unos meses pasó de las mesas de novedades a las librerías de saldo. Desde el punto de vista científico, puede que sea discutible la conclusión a la que llega Wolfe: que el lenguaje es una creación humana, como lo puede ser internet, y no algo inherente; que el habla no solo no es resultado de la evolución, sino que «ha puesto fin a la evolución del hombre, haciéndola ya innecesaria para la supervivencia».

Pero si en lugar de juzgar «El reino del lenguaje» como una disertación seria, se lee como la última provocación del fantoche exquisito que Wolfe siempre fue, el libro se vuelve bravucón y divertido, muy divertido. Consciente de que no hay mejor antídoto contra la solemnidad que la hipérbole, el reportero nacido en Virginia viaja en el tiempo hacia el siglo XIX, cuando un desconocido Alfred Russel Wallace «desmontó» la teoría de la evolución de Darwin , al negar que los seres humanos vengan del mono.

Wolfe explica con una clarividencia insuperable conceptos que rara vez salen de las publicaciones especializadas, y así llega al «Wallace» de Chomsky: el antropólogo Daniel Everett , que negó la «gramática universal» de Chomsky tras estudiar la primitiva lengua de una tribu perdida por el Amazonas. «¡Ahí la tienes! ¡Ve a echar un vistazo! —le reclama Wolfe—. Chomsky ni siquiera sintió la tentación» de salir de su despacho, aunque años después terminaría desechando los puntos clave de su revolucionaria teoría para quedarse en que la evolución de la facultad del habla sigue siendo un enigma. «¿Un enigma? Se ha pasado sesenta años estudiando el tema. ¿Y ahora firma una declaración según la cual el lenguaje continúa siendo… un enigma?».

Nadie golpea con la mala baba de Wolfe.

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