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LIBROS

«Vicisitudes», Luis Mateo Díez y la condición humana

Ochenta y cinco historias componen la última novela de Luis Mateo Díez. En cada de una de ellas despliega su conocimiento del hombre y demuestra su dominio del lenguaje

Luis Mateo Díez, autor de «Vicisitudes» Maya Balanya
José María Pozuelo Yvancos

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Veinticinco años antes de que se publicara «El Quijote» y en un libro que se proponía hablar de otro género, Michel de Montaigne dio con la clave que recorrería luego toda la historia de la novela cuando escribió: «Toda la filosofía moral puede asociarse a una vida común y privada igual que a una vida de más rica estofa. Cada hombre comporta la forma entera de la condición humana» . Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) ha dado en «Vicisitudes» una gran novela de la condición humana, que, en todas sus dimensiones y recovecos, van recorriendo las ochenta y cinco historias que reúne. Son ochenta y cinco capítulos dedicados cada uno de ellos a un momento de la vida de un personaje . Nunca es el mismo, pues cada capítulo cuenta una historia ocurrida a alguien, hombre o mujer, completamente distinto. Están unidos porque habitan alguna de las ciudades de sombra a las que Luis Mateo Díez ha ido dando carácter en los límites de su Celama. También les une la administración de un destino poco heroico, esa vida común y privada, sin mucha estofa, de la que había hablado Montaigne. Héroes en todo caso de su aldea -como Alonso Quijano- lo que no les impide vivir sus peculiares ensoñaciones abocadas por lo común al desastre o a la extravagancia.

Friso completo

Nadie en la literatura española, que yo sepa, había emprendido una aventura literaria semejante. Mateo Díez se ha propuesto ofrecer un dibujo completo de la realidad moral y psicológica de personajes a los que sorprende en un momento esencial que define su destino. De su extensa literatura anterior con la que mejor emparenta es con «La ruina del cielo» -segunda entrega de «El reino de Celama»-, que también contenía una importante gavilla de personajes e historias que en sus notas el médico Ismael Cuende había ido reuniendo. Pero aquellos estaban relacionados por las diferentes formas de afrontar el momento de la muerte, en tanto que ahora el nexo que les une es la vida y sus vicisitudes , las diferentes formas en que cada uno asume la edad, la enfermedad, el noviazgo, la separación, la viudedad, la herencia, la vejez y hasta ultratumba (en el capítulo titulado «Cavidad»).

Entre todos ellos compone un friso completo: está la niñez con sus tortazos o el desabrido internado, la vida colegial en los padres Tontolinos o los hermanos Adversativos, la pandilla, los sueños (rotos siempre) de la adolescencia, los noviazgos felices o desdichados, los matrimonios otro tanto, la fortunas y adversidades laborales y del sustento... Si en las novelas inmediatamente anteriores que desembocan en «La soledad de los perdidos» (2014), la preeminencia se había otorgado a un lugar metafísico, una especie de metáfora de la condición de las pérdidas, donde los personajes andan extraviados -sin un anclaje-, «Vicisitudes» tiene siempre apoyos muy precisos, si bien continúan adscritos a esa huida del costumbrismo que Luis Mateo Díez emprende por el procedimiento de situarlos en espacios imaginarios . Solamente de manera lateral emparentan con el Noroeste español (así lo señala la presencia del tren desde o hacia Castro Astur o la importancia del mundo minero).

Luis Mateo Díez se ha propuesto ofrecer un dibujo de la realidad moral y psicológica

Tampoco es costumbrista el estilo, que en esta novela se nutre de ingredientes sobresalientes tanto de su primera etapa de escritor (ocurre con la veta humorística presente en muchas situaciones), como de la posterior, la desarrollada en sus «Fábulas del sentimiento», que propende a dibujar estados del alma, percepciones subjetivas que las criaturas van desarrollando como modo de estar en el mundo, es decir como habitantes cada uno de su estación en el viaje de la vida. Cada uno de los ochenta y cinco protagonistas vive una parada especial en ese viaje , como si tuviera que decidir su destino. Es muy importante en el estilo de Luis Mateo Díez esa singladura del momento, del «kairós», un tiempo de la oportunidad donde se ha decidido una tragedia (muchas veces) o una comedia.

El estilo de esta novela, que exhibe un castellano elocuente, rico en expresiones de la gente, irónico y espléndido en sus matices léxicos, casi siempre concuerda en dos rasgos que dan la medida de su trama interior -sea cual fuere la anécdota de partida-. El primero es la convicción de que el alma es un territorio insondable, que esconde todas las manías imaginables, pero que en los momentos cruciales señala la insoportable fragilidad de quienes somos. Muchas veces la enfermedad que se presenta por sorpresa. Es un motivo soberbiamente recorrido.

Extravagancias

La fragilidad es condición que sostiene sin embargo una segunda cualidad que en estas «Vicisitudes» va urdiéndose como tenue tapiz: el poder de las ensoñaciones. Los personajes de casi todas las historias viven alguna rareza o particularidad, pero sus extravagancias terminan siendo igual de elocuentes que las cotidianas servidumbres y dan medida de los sueños que poseen por igual el humilde y el poderoso. De esta manera el tapiz que Luis Mateo Díez ha urdido no tiene parangón, porque asedia las formas con que administramos, desde psicologías diversas, nuestra condición de criaturas desvalidas.

Solamente una mirada de novelista excelso es capaz de la pietas necesaria para que incluso las extravagancias más ostentosas sean comprendidas. Balzac llamó a su friso «La comedia humana», pensando seguramente que la «divina» de Dante precisaba de un contrapunto. Luis Mateo Díez ha trazado en estas ochenta y cinco «novelas», contenidas en una, las vicisitudes de ese mismo territorio cuyo límite coincide con nuestra condición y cuyo código cifrado solo queda reservado para los grandes artistas.

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