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Lo que de verdad se perdió en Cuba
El historiador Tomás Pérez Vejo relata lo que ocurrió el 3 de julio de 1898 y lo que supuso en el relato nacional
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Iniciar sesiónNo todos los días son iguales. Semejante constatación preside la filosofía de una nueva colección, «La España del siglo XX en 7 días», que nace bajo excelentes augurios gracias a la publicación de este volumen, exponente de la mejor historiografía que se hace hoy ... en español en el mundo. El autor es uno de los grandes historiadores españoles y se ocupa de una fecha catastrófica, llamada a dividir el tiempo en un «antes» y un «después». El 3 de julio de 1898 tuvo lugar la batalla naval de Santiago de Cuba: 343 muertos, 151 heridos, 1.889 prisioneros y seis barcos embarrancados o hundidos del lado español; un muerto, dos heridos y ninguno hundido del estadounidense.
En cuatro horas mal contadas, los marinos españoles cumplieron con su deber y enfrentaron, en las peores condiciones imaginables, la formidable armada de Estados Unidos. Aquella guerra supuso la puesta de largo en la escena internacional de un país que forjó el siglo XX. Al contrario de lo que contaron y se empeñan en repetir novelistas impostados de historiadores e hispanistas falsarios, desde el almirante Pascual Cervera y Topete hasta el último marinero español, todos sabían que estaban perdidos . El capítulo inicial arranca con una evocación de la propia batalla. Cervera escribe a su hermano: «Vamos a un sacrificio tan estéril como inútil. El enemigo nos aventaja en fuerza, pero no nos iguala en valor». Los yanquis (que era como se les llamaba), aunque luego lo contaron al revés las películas de Hollywood, más allá de su abusiva superioridad, fueron francamente ineptos. Un marino español logró inundar su barco manipulando las válvulas, cumplió la orden de Cervera. El tono sacrificial , como indica Pérez Vejo, la llamada a la autoinmolación colectiva, no fue incompatible con la conciencia del cómo y el por qué se había llegado hasta allí.
Verdad a medias
El segundo capítulo explica los orígenes y el contexto histórico, con un enfoque renovado y global . En sus párrafos, cuestiona «la afirmación de que en 1898 España perdió lo que quedaba de su imperio». Sería «una verdad a medias, o una media mentira», porque en realidad «fue el fin de una época, pero no de la iniciada con el descubrimiento de América, sino [de la que se abrió] con la crisis imperial de principios del siglo XIX», concluida por parte del nuevo Estado nación española en las aguas cubanas. Los territorios ultramarinos heredados de la vieja monarquía, por supuesto, nunca fueron colonias, sino reinos de pleno derecho.
Los yanquis (como se les llamaba) más allá de su abusiva ssuperioridad, fueron unos ineptos
El autor muestra que la relación económica entre España y Cuba no obedeció a lo que suele suceder entre metrópoli y colonia, pues con la excepción de la ventajista y organizada Cataluña, primero con el comercio de esclavos y después con la industria textil, no hubo sistema colonial. En la medida en que, como se muestra en el capítulo cuarto, la presencia de españoles en Cuba no terminó en 1898, sino que se incrementó, es preciso preguntarse por el significado de aquel año crucial.
Para el autor, como precisa el quinto capítulo, se originó una crisis del relato de nación española, asimilado desde entonces a la decadencia de manera abusiva, ficcional y monotemática . Ciertamente, el 98 invalidó una identidad española tradicional basada en la noción de «imperio», sin ser capaz de sustituirla por otra, por lo que tuvo un efecto demoledor sobre el proceso de construcción nacional español. Sin embargo, esto se produjo por la antigüedad, no por la inexistencia de la nación española. De ahí que el libro apunte en una dirección, para algunos, insospechada: España no es el problema. Por el contrario, España es, ha sido siempre, la solución.
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