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LIBROS

Vera Brittain, resucitar en vida

La autora británica plasma en «Testamento de juventud» cómo la Primera Guerra Mundial mutiló el porvenir de su generación

Jaime G. Mora

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Con el tiempo se convirtió en una de las voces más destacadas de la lucha feminista en su país, el Reino Unido, pero eso no ocurriría hasta la muerte de su juventud. A Vera Brittain (Newcastle-under-Lyme, 1893; Wimbledon, 1970), como al resto de supervivientes de su generación, la vida se le hizo invierno cuando la Primera Guerra Mundial le arrancó esa vida cómoda a la que estaba destinada.

Criada en una familia provinciana, Brittain pasó los primeros años de su vida entre algodones. Era la tónica de la época, convertirse en una señorita florero: la única ambición de las chicas que iban a la escuela a principios de siglo era comprometerse antes que ninguna. Los libros era mejor esconderlos, no fueran a pensar que tenía ambiciones literarias, que fuera una «mujer de mucho carácter».

Si Brittain sorteó esas convenciones fue porque su mente voraz adolescente la llevó siempre a tomar otros caminos. Descubrió el feminismo con «La mujer y el trabajo», de Olive Schreiner , y siguió el ejemplo de su hermano para convencer a sus padres de que le dejaran seguir estudiando más allá de la educación básica. «¡Qué triste es ser mujer! –escribió en su diario en 1913–. Los hombres tienen muchas más alternativas a su disposición a la hora de elegir».

Y con todo en contra consiguió una beca para estudiar en Oxford, el college con el nivel académico más exigente, aunque para entonces ya había estallado la guerra. «Quizá por eso no resulte tan sorprendente que al principio la guerra me pareciera una exasperante interrupción de mis proyectos personales, en lugar de una catástrofe mundial», escribe en « Testamento de juventud » (Periférica y Errata Naturae).

La guerra no solo echó a perder su porvenir; también se burló de sus sentimientos. Roland, el chico con el que descubrió el amor, tuvo que enrolarse en el ejército, igual que el hermano de Vera y otros dos amigos, el grupo que hasta entonces había decidido su vida.

Las páginas más intensas de estas memorias tienen que ver con la relación con ellos: la angustia por la falta de noticias entre carta y carta; la provisionalidad de todo, de las amistades, de las ocupaciones y de la propia vida, y el desconsuelo con el que recibía las malas noticias: «Ese estado de suspensión física en el que el cuerpo parece no acusar ni frío ni calor, ni hambre ni sed, ni cansancio ni dolor, mientras el cerebro funciona de un modo excepcionalmente lógico y claro».

Si los chicos de su generación se malograron en el barro de las trincheras, ella pasó la guerra como voluntaria en el cuerpo de enfermeras y asistió a atrocidades que la cambiaron para siempre. «Me pregunto si, cuando termine por fin todo esto, me habré olvidado de reír», le escribe a Roland en una carta.

En «Testamento de juventud», publicado en 1933, lleva más allá de las 800 páginas, seguramente más de las deseables, la narración de su caída hacia un «vacío profundo y anulador», y cómo después del conflicto logró volver a la universidad y se implicó en los movimientos feminista y pacifista.

«Quizá no haya una resurrección después de la muerte, pero nada podría demostrar de manera más concluyente que mi propia historia –escribe–, el hecho de que es posible resucitar dentro del limitado arco que ofrece nuestro tiempo en la Tierra». Brittain dejó como legado un emocionante manifiesto contra la resignación.

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