LIBROS
El último cuaderno de José Jiménez Lozano
«Evocaciones y presencias» es el título del último libro de memorias que José Jiménez Lozano concluyó un mes antes de su fallecimiento, en marzo de 2020. Un legado vital
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Iniciar sesiónEn el silencio de su biblioteca, un hombre ve pasar los días sobre el paisaje infinito de la meseta castellana. Los ve, como sólo pueden ser de verdad vistos: a través de los libros que lo han venido acompañando. Esos libros son la candela que ... hace nacer el mundo, en su mirada, bajo una luz nueva. Acaba de cumplir ochenta y nueve años. Es el último clásico de la lengua castellana . Contempla, lee, anota. De esas anotaciones han ido naciendo los Diarios de José Jiménez Lozano , esos nueve volúmenes que incluyen los cuadernos que lo acompañaron durante casi medio siglo, desde aquellos Tres cuadernos rojos (1973-1983) hasta estas Evocaciones y presencias (2018-2020) que se habrían de cerrar apenas un mes antes de su muerte. La editorial Confluencias acaba de dar de él una edición que preserva el tono vivo, de notas tomadas sobre la marcha, donde la escritura de Jiménez Lozano tomaba su forma más depurada.
Amplitud y rigor
El arte de Jiménez Lozano consistía en esto que vemos gestarse en sus anotaciones: es el arte de descubrir la luz del mundo a través de la luz de los libros , de amalgamar luz y libros, naturaleza y biblioteca, en una obra de amplitud y rigor pasmosos. Una búsqueda perseverante de la belleza: porque no hay belleza donde no hay la palabra justa que la dice. Esa palabra que, para él, era la del asceta que huye del adjetivo. A eso llamó alguna vez la santidad de la escritura: un espacio sagrado. La naturaleza nos provoca a retornar a lo leído en nuestros libros. La lectura desvela la naturaleza. Libro y mundo son lo mismo. Y allá donde se perdió el uno, jamás retornará la otra. Solo en el filtro de la biblioteca nos son reveladas las bellezas y las verdades de un universo que, sin ella, sería un conglomerado amorfo.
No hubo nunca en sus libros discontinuidad entre ver y escribir. Él lo da aquí, en una anotación en la que resuena alguno de los momentos más claros de su poesía (porque Jiménez Lozano fue, antes que ninguna otra cosa, un poeta de íntimo ascetismo ): «Cuando se acaba de escribir, se desea siempre que quizás algunas palabras se tornen tan azules como estos acianos o azulejos que, al volver de la clínica, me ha traído S.».
Y así, al paisaje en mutación eterna que el escritor contempla desde su ventana, da la clave el visto por otros escritores. Y en esa clave, la cuadrícula del tiempo se desdibuja: «Muchos años después, hemos comprobado también que haber hecho los viajes por Europa y Norteamérica que hacíamos entonces en los libros y la compañía de Santayana nos ha venido tan bien como aquella especie de exigencia de ser un gentleman intelectual o espiritual, que parecía sustituir el traje de corte que decía Maquiavelo que él se ponía para leer a los antiguos escritores y poetas. Es decir, que nos disponíamos a leer estando vestidos ya de estupendas lecturas».
Hombres y cosas
Todo va pasando ante el testigo que anota estos diarios: los hombres como las cosas, la belleza de los paisajes como la turbiedad de los comportamientos. La metafísica luz de Castilla , que él ve penetrar en su cuarto: «hay un maravilloso sol que se diría que es como líquido y que en vez de iluminar torna luminoso el ambiente». Pero también la desgana que produce la estupidez de mandatarios que no saben estar a la altura de sus deberes : «Veo unos pocos minutos de lo que llaman debate entre los dirigentes de los partidos que optan a gobernar, pero soporto muy poco oírlos. Porque hablan de aborto, gestión de alquiler de vientres, ingeniería sexual. Se asemejan simplemente a gestores de ganado y matarifes que ofrecen sus servicios… [y] que nos miran a los demás mortales de gente antigua y provinciana, hasta el punto de provocarnos un inmenso asco y miedo, entremezclados con desprecio».
El universo del que escribe está hecho de esa conjunción de luz y grisura: «es casi inconcebible que la banalidad tenga el peso de una pluma y lleve en su interior el horror». Y, al clausurar el año 2019, y dos meses antes de morir, José Jiménez Lozano hace esta anotación sobre las Memorias de ultratumba de Chateaubriand , que es casi un testamento: «Hoy es uno de esos días de fin de año de los que bien puede decirse lo que decía Chateaubriand sobre los días que de repente le tocó vivir. Al abrir la puerta por la mañana -decía él- se encontraba en el umbral un trono caído más. Pero ahora es un trozo de civilización, como si se tratase de un trozo del retablo de la civilización y de la civilidad del mundo . Y ni soñar en una restauración. Sería la puesta en pie de cuatro tablas que sustituirían lo caído, y parece que serían de plástico». De plástico, nuestro mundo.
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