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LIBROS

Todo un repaso a la corrección política

El debate en que Jordan Peterson y Stephen Fry arremetieron contra la nueva forma de censura se convierte en libro tras triunfar en vídeo

Jordan Peterson y Stephen Fry (de pie) en un momento del debate
Luis Ventoso

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Peter Munk , judío húngaro emigrado a los 16 años a Canadá huyendo de los nazis, murió el año pasado a los 90 años tras una vida de película. Llegó a Norteamérica sin saber inglés y sin un dólar, y acabó creando la mayor compañía de minería de oro del mundo, Barrick Gold. Era un importante filántropo, amigo de la confrontación de ideas. En 2008 creó los Munk Debates , que se celebran dos veces al año en un auditorio de Toronto. Eminencias de diversos campos polemizan sobre una materia buscando iluminación.

En mayo de 2018 , la cuestión del debate fue espinosa: la corrección política. Antes de comenzar se preguntó al público si estaba de acuerdo con este aserto: «Lo que tú llamas corrección política, yo lo llamo progreso». Un 36% apoyaron el planteamiento y un 64% lo rechazaron. Acabado el coloquio, el apoyo cayó al 30%. Los contendientes contrarios, el polémico psicólogo canadiense Jordan Peterson y el actor inglés Stephen Fry , se impusieron a sus defensores, el ensayista de izquierdas Michael Eric Dyson, profesor de Sociología en Georgetown, y la columnista Michelle Goldberg, firma de «The New York Times». La grabación se convirtió en pieza viral en internet. Ahora se edita la versión en libro: «La corrección política. ¿Hay vida inteligente entre el insulto gratuito y la dictadura del buenismo?» (Planeta). El librito resulta estimulante, a pesar de que la traducción al castellano parece mejorable.

Pastiche de postmodernismo y neomarxismo

Para Dyson y Goldberg, la corrección política «promueve sociedades diversas y favorece el progreso». Es una gran herramienta para la defensa de la dignidad de las minorías. Para Peterson y Fry, es un virus nocivo que cortocircuita el librepensamiento. Peterson, al que detestan el feminismo de combate y el izquierdismo radical , señala que «sin libertad de expresión no hay libertad de pensamiento». Goldberg replica que lo que se intenta es «deslegitimar todo intento de las mujeres y las minorías sexuales y raciales por superar su discriminación». Dyson, de raza negra, concuerda, y cree que las quejas son el lloriqueo de un grupo -los blancos privilegiados- «que no quiere compartir sus juguetes y exagera su lamento».

Peterson es quien bucea más a fondo, apuntando la innegable matriz política del fenómeno: «La narrativa colectivista que saludan como corrección política es un extraño pastiche de postmodernismo y neomarxismo, que lo que dice es que tú no eres ante todo un individuo, sino un miembro de un grupo». Pero quien gana el debate es el magnífico Stephen Fry, sobre todo en el vídeo, embutido en su garboso terno blanco y con sus dotes escénicas. Confiesa que él sería el prototipo perfecto para abrazar la corrección política, como judío, homosexual y con un pasado de achaques mentales. Sin embargo la condena de plano, «porque consigue lo contrario de lo que se propone. Está más preocupada de tener razón que de ser efectiva». Un buen debate sobre una nueva forma de censura, que sabe a poco.

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