ARTE
¿Tiene valor todo el arte contemporáneo?
Un siglo después, la pregunta de Duchamp crea debate. He aquí argumentos para los dos bandos
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A favor
Esta historia bien podría titularse de la siguiente forma: «Una montaña de sal, un cactus y un coleccionista privado que se lleva todo el “pack” a su casa por un precio que, en absoluto, es módico: no apto para el común de los mortales». Largo, desde luego que sí, pero no piensen que les he resumido el argumento de una novela con tintes de negra o puede que de comedia de enredo a la española. Es real como la vida misma.
Ha pasado y me siento obligada a contárselo porque me concitan por enésima vez a que defienda aquello de que el mercado del arte se traga y deglute todo cuanto sube a su escenario porque hay gente, seres humanos, coleccionistas, de variado pelaje, que están dispuestos a pujar en esta feria de las vanidades. Ya sea por un trozo de papel arrugado o un vaso medio lleno o medio vacío (según se mire) de agua . Y líbreme Dios de tirar la primera piedra, porque es verdad con mayúsculas que ese mercado del arte lo mantienen vivo y coleando unos cuantos individuos que viajan en avión privado y otros tantos que circulan en patinete por las avenidas de las metrópolis de medio mundo.
Y son muchos. No solo de museos vive este sector. No solo te santifica el cubo blanco de las instituciones con solera, sino también el salón de una casa de bien cuyos dueños y señores han querido consagrarlo al arte. Al cabo, coleccionistas que guardan en sus residencias privadas como oro en paño ese folio arrugado porque lo firma un tal Martin Creed o ese paisaje que «dibuja» la artista francesa Françoise Vanneraud en la galería Ponce+Robles, de Madrid, con una montaña de sal, un cactus y un vinilo pegado a la pared en el que se esboza el horizonte del desierto.
Un obra magnífica ésta, por cierto, que, aunque algunos incrédulos piensen que estamos hartos de todo esto, algunos otros -más que crédulos, creyentes- están dispuestos a pagar por ella y convertirla en la reina de la casa, que, al cabo, es su museo más preciado. Por LAURA REVUELTA.
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