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LIBROS

«Los testamentos», el cuento de la novela de Margaret Atwood

Tras el éxito mundial de «El cuento de la criada», su autora continúa la historia de la distopía sin acertar demasiado

La escritora canadiense Margaret Atwood
Rodrigo Fresán

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En 1986 la escritora canadiense Margaret Atwood (Ottawa, 1939) publicó «El cuento de la criada». Yo la leí entonces y tuve la suerte de apreciarla como lo que era y debería seguir siendo: una distopía que fue nominada y ganó alguno de los premios más importantes de la ciencia-ficción (siendo finalista para el Booker Prize). Hace poco, la novela de Atwood resucitó por todo lo alto. Y con más fuerza que nunca cortesía de la conjunción astral de una serie de televisión, el «affaire» Harvey Weinstein y el ascenso al poder de Donald Trump. Desde entonces, «El cuento de la criada» es talismán y tótem y punta de lanza (nombrado en vano e invocado erróneamente) del feminismo mega-empoderado de última generación.

Lo que ha llegado a preocupar/irritar a su propia autora, quien en más de una ocasión ha intentado poner paños fríos a tanta fiebre uterina luciendo visiblemente incómoda y enervada cada vez que en algún festival literario a alguien se le ha ocurrido la idea de que un puñado de becarias con túnica roja y cofia blanca la escolten hasta la mesa. Sitial desde el que Atwood intentará explicar que lo suyo no es «sci-fi» «con cohetes y viajes temporales y moluscos parlantes» sino ficción especulativa «que puede llegar a suceder».

Tres mujeres víctimas

Aquí y ahora «Los testamentos» es, entonces, especulativa. Y, digámoslo, un poco especuladora. Y secuela nunca planeada, según su autora, quien consistió en intentarlo porque « me lo pedían mucho» . Y finalista firme para otro Booker y candidata reforzada para un Nobel que este año serán dos y por lo tanto con mayores y mejores posibilidades. Y todo bien. Porque Atwood es una escritora seria. Y no deja de alegrar el que pueda disfrutar de todo esto vivita y escribiendo y no le llegue de forma póstuma y cuando ya no hay futuro.

«Los testamentos» transcurre quince años después en la todavía teocrática República de Gilead de «El cuento de la criada». Despegada casi por completo de su encarnación televisiva y ya no narrada por la sufrida y estoica Offred sino por tres mujeres víctimas y victimarias aún de aquel opresivo régimen que comienza a languidecer. A saber: las hijas adolescentes de Offred, Agnes Jemima y Daisy, a ambos lados de la frontera (sus partes son las menos convincentes y sus «revelaciones» se adivinan casi de entrada), y la manipuladora y ahora omnipresente Tía Lydia (lo suyo es formidable) aburrida y desencantada porque las tiranías siempre siguen la misma trama.

¿Es «Los testamentos» mejor que «El cuento de la criada»? No, y se extraña aquí esa contención claustrofóbica y pausada y final ambiguo y estructura más sencilla y más sólida; pero sí es más divertida y puede enorgullecerse de conseguir algo que se lee como a un folletín gótico-futurista con una conclusión un tanto más optimista. ¿Equivale o es lo mismo un «acontecimiento literario» a/que una «obra maestra»? Me temo que no. «Los testamentos» es, apenas, un buen libro. Y hubo un tiempo en que eso era más que suficiente.

Ante tanto entusiasmo automático, más vale tener presente que si -como advierte Tía Lydia en las primeras páginas- «escribir puede ser peligroso» , también puede ser peligroso leer si no se hace como corresponde. En resumen: hay que tener mucho cuidado con que las razones correctas para leer «Los testamentos» se parezcan demasiado a las razones incorrectas para no leer «Lolita».

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